Acuñado por la revista Paris Match a principios de los años 50, el término urbanístico ‘balearización’ se usa aún hoy dentro y fuera de España como sinónimo de la explotación insostenible de los recursos naturales y de un modelo económico basado en el cortoplacismo a través de un crecimiento inmobiliario sin límites.
A principios del siglo XX Baleares contaba con una incipiente industria turística. La creación del Fomento del Turismo de Mallorca (1905), la apertura del Gran Hotel en Palma (el más lujoso de España desde su inauguración 1903 hasta el estreno del Hotel Ritz de Madrid) y la edificación de emblemáticos hoteles como el Formentor o el Illa d’Or en Pollença (a principios de los años 20) situó a Mallorca como paraíso turístico mundial.
La cosa se torció tras la segunda Guerra Mundial. La ‘neutralidad’ de España en el conflicto eliminó toda competencia y convirtió a las Islas en uno de los destinos más seguros de Europa. Muchos se lanzaron entonces a exprimir a la gallina de los huevos de oro. Magaluf es el mayor exponente de aquél desenfreno urbanístico y el origen del término que acuñaron los periodistas de Paris Match.
El Hotel Atlantic construido sobre la arena de la playa de Magaluf en Calvià está considerado por los expertos como el primer alojamiento enfocado al turismo de masas en la Mallorca. Solo un año después se estrenó el Aeropuerto de Son Sant Joan. Con él el turismo de masas se extendió a prácticamente todos los rincones de la Isla.
Según los registros históricos en 1960 (año de construcción del aeropuerto) llegaron a Mallorca unos 40.000 turistas. En 1973 ya eran más de 3,5 millones de euros. En los últimos años, especialmente desde la pandemia de la COVID-19, Baleares pulveriza cada temporada su propio récord y todo parece indicar que ocurrirá lo mismo en el cierre del 2024. Es la segunda comunidad autónoma que más turistas recibe: 14,4 millones en 2023 (un 9,1 % más que en la temporada anterior).
Una de las grandes víctimas de la balearización fue la Albufera de Mallorca. El actual Parque Natural no es más que una pequeña parte del antiguo humedal. El investigador Manuel Espinosa recuerda que el proceso de balearización fue tan grande en la zona que incluso relegó al olvido los antiguos topónimos. El Estany Gran de Alcúdia se conoce ahora como el Lago Esperanza (nombre de la esposa del promotor urbanístico del Hotel Lago Esperanza), a pesar de que el Ajuntament d’Alcúdia, asesorado por Espinosa, le devolvió la legislatura pasada su topónimo original. Algo parecido ocurre con la zona de Maristany. «Es un topónimo fabricado. El original es Entre Mar i Estany porque allí lo que había era el estanque y el mar», reflexiona el investigador.
Antes del boom turístico esta era la zona de ‘las velas’. Los payeses desecaban buena parte del humedal para cultivar en pequeñas parcelas de tierra ricas en nutrientes. «Había toda una jerarquía para evitar que se atascara el canal de entrada agua. Los de abajo tenían que limpiar para que los de arriba pudieran aprovechar también estos limbos», concluye el experto. Luego llegaron los hoteles y los payeses son ya un ‘rara avis’ en la Alcúdia de 2024.
Para el investigador «recuperar los antiguos topónimos es una manera de recuperar un poco la historia». «Ya que no se pueden quitar los hoteles y volver a poner agua, podemos volver a poner esta toponimia que nos recuerda lo ocurrido», concluye.
Esponjamiento de zonas turísticas
Efectivamente, desde los inicios de la balearización, el esponjamiento de zonas turísticas se puede contar con los dedos de una mano. Las Àreas de Reconversión Territorial (ART), incluidas en el primer Pla Territorial de Mallorca, estaban pensadas sobre el papel para demoler los hoteles de mayor impacto en las zonas más balearizadas trasladando su edificabilidad a zonas no saturadas. El problema fue que en la práctica había determinadas personas que utilizando información privilegiada compraron las parcelas a las que se debía trasladar la edificabilidad para sacar tajada. Justos pagaron por los pecadores y las ART fueron suprimidas del texto. Entre otros, se archivo el plan de demolición del Hotel Don Pedro de Cala Sant Vicenç, uno de los más impactantes del norte de la Isla.
El presidente del Consell de Mallorca, Llorenç Galmés anunció el pasado mes de mayo su intención de reducir un 4,2 % el techo de plazas hoteleras en la Isla pasando de 430.000 a 412.000. El problema es que la balearización ya no solo implica a los grandes complejos hoteleros de las zonas turísticas. El negocio del alquiler vacacional lleva años balearizando el suelo rústico de Mallorca y por si esto no fuera suficiente la pandemia ha hecho el resto. Baleares es hoy el máximo exponente del mercado inmobiliario de lujo. La Isla es segunda residencia de grandes fortunas mundiales.
Aunque minoritario, en contraposición a la balearización comienza a surgir en la Isla un pequeño grupo de arquitectos que busca reducir su huella ambiental. Miquel Àngel Lacomba y Jaume Luis Salas, no solo se han especializado en las llamadas casas ‘biopasivas’ sino que han hecho de ellas sus propios hogares familiares.
«Los arquitectos vivimos en una contradicción permanente. La sostenibilidad es una palabra muy pervertida hoy en día. Aunque se utiliza de manera ligera en todos los ámbitos, es verdad que ya se notan algunos cambios a nivel normativo. Haciendo mi propia casa con la menor huella ambiental posible, tengo la oportunidad de contribuir a cambiar las cosas. Pero a la vez soy consciente de que los clientes de gran poder adquisitivo me piden casas ‘sostenibles’ que tienen 400 o 500 metros cuadrados de superficie. ¿Es eso sostenibilidad?, reflexiona Miguel Àngel Lacomba.
Jaume Luís Salas habla de «la profunda huella ambiental y social que deja la balearización en las Islas. «La balearización arrasó las costas de las Islas Baleares desde los años 60.. Hoy podríamos actualizar este concepto con un nuevo fenómeno que amenaza la isla: la canibalización del suelo rústico. A medida que el suelo urbanizable costero se ha ido agotando, la construcción se ha expandido hacia el interior de la isla, devorando paisajes rurales y ecosistemas», dice.
«Esta voracidad constructiva, favorecida por una normativa obsoleta y la globalización, ha desencadenado una serie de consecuencias: pérdida de biodiversidad, contaminación, fragmentación de hábitats y erosión de la identidad local. Es necesario actualizar y plantear una nueva normativa urbanística, para promover un nuevo modelo territorial y una construcción sostenible que respete el medio ambiente y el paisaje. Nuestra propuesta se basa en la eficiencia energética, la selección de materiales respetuosos y la minimización del impacto ambiental, ofreciendo una alternativa al modelo de la balearización, concluye.
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