Existen inicios de actividad minera en la Isla desde el siglo XIX pero fue entre los años 40 y 70 del siglo XX cuando vivió su máximo apogeo como consecuencia de la popularización de la electricidad y, cómo no, del incremento de la demanda eléctrica derivado del boom turístico en los 60.
Las autoridades franquistas pasaron a considerar la extracción de carbón como una prioridad, otorgando beneficios especiales a sus empleados. La vorágine era tan importante que no bastó la mano de obra local. Ciudadanos procedentes de otras regiones de España llegaron masivamente a Mallorca para trabajar bajo tierra. Sus sueldos eran suculentos y gozaban de algunos privilegios que no tenían otros empleos. Estaban exentos de hacer el servicio militar obligatorio y así fue como captaron a los primeros testigos de Jehovà que vivieron en las Islas. Podían cumplir con su compromiso de fe de no portar armas.
«A falta de mineros de aquí en los años sesenta hubo una iniciativa de traer trabajadores de las minas de la Península, algunos de ellos de Asturias. Se fletó un avión y la empresa hizo viviendas en Lloseta a los nuevos trabajadores. Todos venían diciendo que eran mineros de primera para favorecer su nómina. Algunos se quedaron y otros no, eran tipos muy valientes porque la mina era un trabajo peligroso e ingrato», explica Ginés Lorente, hijo del que fuera capataz de las principales minas de lignito en Mallorca.
La extracción del carbón o lignito era imprescindible para el autoabastecimiento y para el desarrollo turístico, pero la industria de la minería llegó a tener un volumen tan grande en Mallorca que se cargaban barcos enormes para llevar el material extraído a la Península.
De aquél liderazgo industrial hoy apenas queda algún vestigio reconocible. Otras regiones de España ligadas a la minería como Asturias o Cantabria apuestan desde hace años por el llamado ‘turismo minero’. Centenares de visitantes recorren las antiguas galerías transformadas en museos bajo tierra. En cambio en Baleares, el antiguo patrimonio industrial lleva décadas inmerso en un proceso de abandono total.
El Govern ha incluido ahora por primera vez en sus presupuestos para 2025 una partida que permitirá comprar las antiguas minas de lignito del Pla, reconvertidas en un paraíso para la avifauna. Financiará el proyecto con los fondos recaudados por la ecotasa, el impuesto de ‘turismo sostenible’ que pagamos todos los que decidimos pernoctar en un establecimiento vacacional de Baleares.
Mallorca, dicen los expertos, es una especie de queso de gruyere repleto de galerías subterráneas. La mayoría de estas galerías son inaccesibles, porque quedaron inundadas tras el abandono de su actividad y los viejos edificios mineros, única huella que dejó el pasado industrial en la superficie, se han ido desmoronando. La mina que ahora quiere comprar el Govern es una de las pocas que funcionaban a cielo abierto, de ahí que se haya convertido en un lago artificial.
Un grupo de especialistas bucea desde hace una década en los archivos municipales y en el antiguo archivo de Lignitos de la Fundación Endesa con la idea de recuperar la memoria de aquél pasado industrial. Son Manuel Espinosa, Antoni Martorell y Joan Mestre. «Es un trabajo muy laborioso porque hemos encontrado mucha documentación. Ahora estamos en la última fase de resumen y redacción», dice Espinosa. Durante estos diez años han recopilado también algunos testimonios orales. Gines Lorente, hijo del capataz Ginés Lorente Vivanco, con 79 años cumplidos, es uno de ellos.
«Las minas las tengo muy vivas en el recuerdo porque de alguna manera era algo que formaba parte de mi hogar. Yo mismo nací en las minas de Alaró y siendo mi padre el encargado general recuerdo que siempre que había alguna urgencia allá que iba y venía negro de carbón a mi casa. Mi madre corría para que no manchara nada», explica.
Gines Lorente recuerda cómo recorrió junto a los tres expertos buena parte de las comarcas mineras. «Tuve el gusto de acompañarles en el recorrido con la furgoneta para mirar los restos o indicios posibles de explotaciones mineras. Están muy diseminados sobre todo por la comarca del carbón que abarcaba Alaró, Lloseta, Selva, Mancor y Biniamar», explica.
De todas las minas de lignito que llegaron a operar en Baleares hoy la única de propiedad pública es la de la Truyola en Lloseta, transformada por el Ajuntament en un espacio sociocultural. Sus galerías están selladas. Lorente dice que aún queda una mina «en perfectas condiciones», que conserva el montacargas y todos los elementos. Es la de San Cayetano en Selva, propiedad de un ciudadano Holandés. «Llegué a hablar con él y la idea era que pudiera formar parte de un itinerario para un turismo minero pero se echó atrás», recuerda.
Del resto aún se pueden reconocer (no sin dificultades) algunas de las construcciones en superficie como el castillete (donde iba la polea) que era de marés en la mayoría de casos. El Ajuntament d’Alcúdia tiene catalogadas por ejemplo las minas de Son Fé. La investigación que hizo sobre ellas Manuel Espinosa llevó hace unos diez años al Consistorio a modificar la ficha documental que en aquél momento contenía algunos errores.
Sobre el anuncio del Govern acerca de la compra de la mina de Sineu Espinosa explica que «la explotación a cielo abierto hoy convertida en una laguna data de los años ochenta. Antes se explotaron los pozos y en la zona aún se conservan cinco o seis, algunos de ellos con mangueras de agua. Están al otro lado de la carretera de Sineu a Maria de la Salut».
1 comentario
Para comentar es necesario estar registrado en Ultima Hora
Bueno ahora somos ricos y algunos billonarios con el turismo de sol y playa y borrachera