Antoni Salvà posa para este diario.

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Antoni Salvà, doctor en Química, profesor de Secundaria y exdirector del IES Binissalem, fue nombrado hace poco más de un mes coordinador del recién creado Col·legi Professional de Docents de les Illes Balears, un órgano pionero en toda España muy revindicado por el sector desde la época de la marea verda.

¿Por qué ha tardado tanto su puesta en marcha?
— Es verdad que ha pasado muchísimo tiempo. La pandemia lo enredó todo bastante, así como el proceso de los estatutos, que nos ha llevado más de lo que pensábamos. Y, sin eso, su existencia y operatividad, estaría limitada. Aun así, hablamos de muchos años. Es evidente que no hubo un entusiasmo por parte de la Administración para crear el colegio. Los estatutos se revisaron mucho por parte de la Conselleria de Presidència.

Su creación es fruto de las reivindicaciones de la marea verda, pero sin esa movilización, ¿cree que conseguirán atraer a profesionales?
— Es así, viene de ese momento, porque no existía un interlocutor profesional para plantear propuestas sobre los planes de estudios, por citar un ejemplo. La docencia, más allá de nuestra formación, es una profesión. Y eso ha costado transmitirlo, pero esperamos que el profesorado se anime y se colegie, porque es voluntario. Hay muchos retos y el colegio es un órgano de consulta y debate por el cual podemos participar en todos los procesos en la mesa docente y en el Consell Escolar, además de trabajar internamente.

Coincide con un cambio generacional en el sector.
— Exactamente, y por eso la gente que ha sido más activa en los últimos años tiene que tener su voz en el colegio aunque ahora, después de tanto tiempo, ya estén jubilados. Debe de haber un transvase de conocimientos de la profesión hacia las nuevas generaciones de docentes.

En los años noventa empezaron a desmontarse las asociaciones profesionales y los movimientos de renovación; ese espacio lo cubrieron los sindicatos. ¿Cómo ha afectado?
— Más que empeorar por esas decisiones, lo que ha pasado es que la profesión docente es más exigente ahora porque hay una mayor diversidad entre el alumnado. Durante este tiempo también ha implosionado la digitalización y ahora la IA. Es un contexto de gestión del conocimiento más complicado, que abre muchas puertas, pero que requiere mayor formación por nuestra parte.

¿Qué retos abordarán ya?
— El primero está claro: aumentar el nombre de colegiados porque somos un centenar, sobre todo gente que estuvimos implicados desde el principio. El ministerio de Educación y la Conselleria empezarán a revisar los planes de estudio porque algunos temarios tienen 30 años. Todo esto se debe de actualizar y el colegio debe estar presente en ese proceso.

¿Qué pasos han dado ya?
— Hemos constituido la coordinadora interinsular porque la vocación del colegio es de ámbito balear. La insularidad dificulta las cosas para organizarnos entre nosotros. Hay que montar una buena página web y también tenemos otros retos como iniciar un proceso de definición sobre cuál es la competencia docente que debemos tener para entrar en la carrera. Se hará de forma consultiva con la Facultat d’Educació de la UIB. Asimismo, elaboraremos un código deontológico. Tenemos mucho por hacer.

Un sector del profesorado, especialmente de Secundaria, demoniza ciertas innovaciones educativas. Existe un conservadurismo pedagógico entre los que trabajan en centros con mayor alumnado de clase media. ¿Cómo lo ve?
— El gran reto es el de la diversidad. Más que conservadurismo pedagógico, hablaría de reaccionarismo. Lo de antes era mejor que ahora, dicen, pero eso omite que las personas y el contexto social, económico y cultural de ahora no es el mismo, es muy diferente. Yuval Noah Harari dice que tenemos una mentalidad primitiva, pero que nuestras instituciones son medievales y la tecnología ya es del futuro. Eso sumado a una sociedad que es líquida, como definió Zygmunt Bauman. Pretender volver a situaciones que hemos idealizado es absurdo. Tenemos gente disruptiva cuando se requiere y lo vimos con la COVID, cuando se consiguieron sacar vacunas. La vuelta al pasado la puedo entender, es lo cómodo, pero es una conversación de bar. En educación estamos mucho mejor ahora, a pesar de todo, que en el pasado.

Hay consenso en frenar la digitalización de las aulas por su impacto en el aprendizaje. ¿Se debe actuar ya, haciendo más caso a la intuición que a esperar tener datos?
— Hay que estudiarlo y actuar, pero debemos ser conscientes de que la formación informática que no tengan en la escuela, muchos no la tendrán en otra parte. No se puede dejar de lado. Es una competencia clave y hay que sacarle todo el partido posible. Personalmente, creo que hay una percepción de que se está descontrolando todo, pero no está tan claro que todos los problemas actuales se puedan atribuir a las pantallas. Se debe ir alerta con el pánico social que ese va acumulando. Es una realidad con la que debemos convivir. Tenemos que tener un buen diseño pedagógico en competencia tecnológica. Se requiere un equilibrio.

Los últimos datos sobre nivel académico del alumnado en Balears son dramáticos. ¿Se puede pasar de contener esta tendencia a revertirla?
— Viene de atrás y se debe de tener en cuenta que son estudios que se fundamentan en pruebas que no son las que se están siguiendo en la mayor parte de centros. En todo caso, demuestran un estancamiento, efectivamente. Aun así, ante los malos resultados en matemáticas, se plantea aumentar el número de horas lectivas, cuando España tiene un tiempo dedicado similar a Dinamarca. Esto no se arregla con más horas, la cosa es ver cómo invertimos esas horas, qué metodologías y en qué condiciones se imparten. Hace falta un nuevo paradigma.