-¡Eh, oiga! Aquí no puede hacer ninguna
foto.
Los tres hombres que estaban reparando su viejo conche junto a la
valla metálica, tras observar al soldado, se me quedaron mirando.
El militar español, cuyos rasgos indios denunciaba su procedencia,
sin perderme de vista, adevertía que «como siga usted haciendo
fotos, aviso a la Guardia Civil». A mi izquierda estaba la valla
que por un extremo se perdía tras la primera curva que encontraba,
unos doscientos metros más adelante, y por el otro desaparecía en
el pronunciado badén que iniciaba su descenso cerca de la torreta
de vigilancia.
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