Penúltimo día de estancia en Melilla, aunque como el anterior, también muy intenso. Aquí parece que la situación se ha normalizado, que la tranquilidad ha vuelto, aunque nunca se sabe. Hay quien piensa que a nada que, sobre todo los marroquíes, se relajen, los inmigrantes sin papeles esparcidos por este territorio -se calcula que son unos 30.000- pueden volver a intentar saltar las vallas, por mucho que las eleven, o que coloquen entre ellas concertina, o hayan podado los árboles que crecían enfrente entre los cuales, camuflados, preparaban el ataque, generalmente al amanecer. Mientras tanto los que siguen a esta otra parte de la tela metálica coronada con espinas, acomodados en tiendas de campaña, esperan. ¿Qué va a pasar con ellos? ¿Los van a repatriar? Ni se sabe. Los políticos españoles, de momento, y a tenor de lo que leemos en los diarios y vemos a través de la tele, no hacen más que hablar, echándose la culpa unos a otros. Solo la población de a pie muestra consideración y apoyo hacia estas pobres gentes, maltratadas y humilladas hasta extremos que no caben en la mente humana, y de entre esta población civil, los que más están dando muestras de solidaridad son el colectivo musulmán de esa zona de Melilla que lidera el imán Mimun Mohamed Karroum, que según nos contó, más de una vez ha estado en Mallorca, en Inca concretamente, visitando a sus correligionarios. Desde que esta población sin papeles recluidos bajo las lonas del CETI ha crecido, más ha sido el apoyo que han tenido de parte de los musulmanes.
Ayer, a la puesta del sol, estuvimos con unos y con otros en la mezquita que emerge sobre la colina vecina a la llanura donde está instalado el campamento de refugiados. Los musulmanes, desde que ha comenzado el Ramadán, que ha coincidido con el multitudinario salto de la alambrado, han abierto las puertas de la su templo a los negros sin papeles que creen en Alá y en el Corán, para que pueden rezar y, a la caída del sol, cenar. Todo un acto de comunión que nos ha sorprendido gratamente, y que estas pobres gentes agradecen infinitamente, y más cuando hasta la fecha casi todo ha sido hostil a su alrededor. Ayer, al igual que anteayer, mañana y pasado, y hasta que ellos quieran, estuvieron rezando, codo con codo, con los musulmanes que tienen en Karroum a su director espiritual. Rezos en grupos, mirando hacia la Meca. Rezos de pie, inclinados, de rodillas, hasta tocar con la frente la alfombra que cubre el suelo de la mezquita; lavatorios sin agua, seguidos de extensiones de las palmas de sus manos, todo en silencio, con gran recogimiento. Y a continuación, cena. Subsaharianos compartiendo los dátiles, los huevos duros, la leche, la sopa de carne, a la que estos denominan janera, y el pan. Es una cena abundante, que se hacen silencio, en la que unos y otros en pocos minutos dan buena cuenta de ella. Finalizada, los negros sin papeles abandonan la mezquita en silencio, tras despedirse de sus anfitriones, y regresan al campamento. Ayub, de Burkina Fasso, nos cuenta que salio de su casa tres años atrás. En ella quedaron su mujer y sus tres hijos. Él, al igual que el resto, buscan la tierra prometida, a la que llaman Europa, para trabajar, y una vez establecidos en ella, regresar a su país para recogerlos y llevárselos con ellos. A lo largo de esta dolorosa separación que se está acercando a los mil días, han padecido penurias, sinsabores, vejaciones, malos tratos, hambre, sed... El subsahariano, que es delgado como un junco, confiesa que ha saltado, «que hemos saltado» las vallas en una ocasión, y ahora, ante el futuro tan incierto que les aguarda, pues nadie les dice que van a hacer con ellos, tienen muy claro que si los echan de España, volverán para intentar dar el salto de nuevo. «Porque tres años de mi vida y de los míos -apostilla Ayub- nos los puedo echar a perder».Rezar mirando a la valla
La comunidad musulmana en Melilla que lidera el imán Mimum Mohammed Karrum se convierte en un oasis para decenas de inmigrantes, que acuden allí en busca de consuelo y sustento
14/10/05 0:00
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