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A las once de la mañana del ultimo día de mi estancia en tierras melillenses, la representante de ACNUR en Melilla, Deborah Elizondo, se vuelve a reunir con los periodistas en la puerta del CETI, situado por detrás del barrio del Tesorillo, en la carretera de circunvalación, a un tiro de piedra del cementerio musulmán en territorio español -casi enfrente de éste está el marroquí- donde en un futuro próximo se piensa construir un campo de golf. Alrededor de treinta periodistas rodean a la mujer, que sin mirar a ninguno en concreto, pero dirigiéndose a todos, cuenta, entre otras cosas, que de momento en el campo de acogida hay tres sin papeles que quieren acogerse al asilo político, y que, a nada que se les informe debidamente, «pensamos que podrán pedirlo unos 80 más». Tras añadir que ACNUR va a montar de forma provisional una delegación en Melilla, reconoce que el CETI está funcionando muy bien a pesar de que se han tenido que improvisar sobre la marcha de una semana a de esta parte. Antes de acercarme al campamento de acogida para asistir a la conferencia de prensa, me he pasado por la iglesia del Sagrado Corazón, en pleno centro de Melilla, por ver si encontraba al matrimonio Marín. Pero no he tenido suerte. No estaban. En la iglesia había sólo una persona. Un 'sin papeles', sentado, apoyando la cabeza entre los brazos, a su vez apoyados sobre el respaldo del banco de enfrente. ¿Qué puede estar pidiendo este buen hombre?, me pregunto. «¿No me abandones...?». «Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?». Su recogimiento es inmenso, tanto como su soledad. A diferencia de sus compañeros de viaje que rezaban ayer con los musulmanes en la mezquita, él, cristiano o católico, reza solo. Está solo. De repente suena el teléfono, así que dejo al 'sin papeles' en su soledad rezando o haciéndose preguntas sobre su caótica situación. Camino de la salida del templo, el teléfono no deja de vibrar. Es mi colega, Ventura, de Onda Cero, con quien estuve la noche anterior tomando té riquísimo y luego conversando con las diputadas de CpM, Salima y Jade, que me da un toque advirtiéndome de la presencia de Deborah Elizondo en el CETRI donde se dispone a dar una rueda de prensa. Una vez en la calle, y en lo que busco un taxi, observo como tres o cuatro negros se disponen a tomar posiciones frente a los aparcamientos para ver si hay suerte y se sacan unos euros, mientras que un cuarto, sentado en el escalón de un portal, ajeno a que el perro que pasa por su lado está a punto de mearle encima -levanta la pata tras haberle sobrepasado medio metro, dejando mojada la pared- parece que medita.

A pocos metros de donde nos encontramos, cuatro o cinco inmigrantes siguen sin mucha pasión la multitudinaria rueda de prensa, y desde luego sin entender nada de cuanto se dice en ella. Uno de ellos, el que está lado de otro, apoyado sobre la verja, con algunas heridas en rostro y brazos, se acerca a mi, y con señas, mostrándome un cartón en el que ha escrito el numero de un móvil, me pide que si le presto el teléfono. «He de llamar urgentemente a mi hermano, que está en Barcelona». Se lo presto. Su colega, que lleva un brazo en cabestrillo y un par de vendas repartidas entre cuello y manos, cuenta que son de Guinea Conakry, que salieron de sus casas hace tres años, que para llegar «hasta aquí» hemos atravesado tres países y mucha zona desértica, que han saltado la valla en una ocasión, pero que si los echan de allí, «lo volveremos a intentar, pues -añade- estando tan cerca de lo que andamos soñando desde que somos pequeños, no vamos a desaprovechar la ocasión». Lenen, que es así como dice que se llama, comenta que por espacio de siete u ocho meses «hemos estado viviendo entre los árboles, ahí en frente, por detrás de la valla, esperando el momento para saltarla. Lo logramos, pero una vez en España nos detuvieron y nos han traído aquí».