Las críticas abundan en un convulso escenario político preelectoral sacudido por la decisión de los magistrados del Tribunal Supremo. El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, exigía a la Generalitat un rechazo sin matices a la violencia expresada en las calles en forma de barricadas llameantes y lluvias de piedras y objetos contra los cuerpos policiales. La derecha le reprochó tibieza antes de que Quim Torra compareciera este miércoles, bien entrada la noche, para decir que este tipo de comportamientos no tienen cabida en las reclamaciones del movimiento independentista. Nada justifica el vandalismo, apuntó.
En ese pronunciamiento Torra lanzó el órdago. La violencia en las calles, para él, está instigada por «grupos de infiltrados y provocadores». No aportó sin embargo ningún dato más. No identificó a personas o colectivos concretos que pudieran propiciar la deriva, y este se ha convertido en un argumento recurrente en la discusión.
El conseller de Interior Miquel Buch, cuestionado por algunos por la actuación de los Mossos d'Esquadra en los momentos más tensos de las concentraciones –ya se sabe que la proporcionalidad en el legítimo uso de la violencia policial constituye en ocasiones un tema espinoso–, atribuía este jueves el protagonismo de los altercados a grupos antisistema «muy preparados», cuya vía no es la pacífica. Según él incluso desmontan andamios de obras para sus barricadas, actúan muy rápido y están preparados y coordinados. Ningún independentista puede utilizar la violencia en la calle, dice. Y lo dice un independentista.
Otros independentistas, sin embargo, optan por difundir una especie de visión romántica de los altercados. Lo hacen recordando y dando nueva vigencia al apelativo de la rosa de foc, la denominación con la que se identificó a Barcelona en los hechos de la Semana Trágica de 1909.
Aquellos fueron días de levantamiento popular, días de ira con fuego y muertos en las calles. Días que acabaron con fusilamientos y posteriormente sentenciaron el gobierno conservador del mallorquín Antonio Maura.
En este contexto la visión que traslada el Govern de Torra corre el riesgo de verse cada vez más alejada de la realidad, del pálpito de la gente en la calle. De cada vez más personas que toman parte en las acciones pacíficas, las que en muchas ocasiones son antesala de los disturbios, consideran ya al ejecutivo autonómico como un apéndice más de la administración española. A muchos activistas y ciudadanos en general empiezan a traerles sin cuidado sus declaraciones, y no son pocos los que han perdido la fe en ellos y en lo que representan.
En este punto conviene traer a colación las palabras del fotoperiodista Jordi Borràs sobre los actos violentos, destacando que «después de tres días podemos afirmar tres cosas: no son infiltrados, son jóvenes cabreados a los que les han robado el horizonte social y nacional. Esto no lo controla nadie. Ni el Tsunami, ni los CDR ni ningún partido. Cuanta más policía envían a Cataluña más aumenta la violencia». Da que pensar.
Evidentemente miles de catalanes se siente ofendidos y vilipendiados por la decisión de los tribunales, mandando a la cárcel a los líderes de un proceso político impulsado y reclamado por la propia sociedad civil. Son muchos, pero no más que los que en la misma Cataluña sienten con mayor o menor lejanía el proyecto independentista. Así lo arrojan al menos los resultados de las últimas citas electorales. Es por ello que la cuestión soberanista catalana tiene un encaje tan difícil y comprometido. Una ratonera no solo para los catalanes, sino también para todos los españoles, que exige altura de miras.
2 comentarios
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Vos referiu a "qui més" apart de la policia espaÑpla?
Soros el multimillonario que paga a torra y compañia