A sus 42 años, Iglesias ha sido profesor universitario, fundador de Podemos, candidato a las europeas y cuatro veces a las generales y vicepresidente del primer Gobierno de coalición de la democracia. Desde hoy y, como «madrileño y antifascista», se ha encomendado a sí mismo la tarea de polarizar con Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid.
En los siete años de vida de Podemos, Iglesias ha demostrado que no hay más liderazgo que el suyo. Y más tras la marcha de Íñigo Errejón, a quien Iglesias devuelve ahora el golpe y deja en el aprieto de decidir si competir o sumarse justo cuando Podemos vivía sus horas más bajas.
«Un militante debe estar allí donde es más útil en cada momento. Tened por seguro que voy a poner todo lo que he aprendido en estos años, toda mi energía, mi cabeza y mi experiencia de Gobierno, todo mi corazón para tratar de construir una candidatura de izquierdas fuerte y amplia», se comprometía este lunes Iglesias.
Orgulloso, metódico y con una capacidad de aguantar la presión que ha demostrado en cada batalla librada con los socialistas, Iglesias deja la Vicepresidencia, según su entorno, con la sensación de que había acometido en solo un año buena parte de las tareas de legislatura propias del Ministerio.
Con la convicción de que «hasta que pierda el último diputado» el papel de Unidas Podemos era el de plantar cara al PSOE para dejar en herencia políticas sociales, Iglesias se ha enzarzado en este año como vicepresidente en mil y una disputas: por los presupuestos, por las leyes de Igualdad, los escándalos de la Monarquía o la derogación de la reforma laboral.
Y ya ha dejado claro que sus últimos días en la Vicepresidencia, hasta el inicio de la campaña electoral, los pasará peleando por la regulación del alquiler.
Perseverante y tenaz, Iglesias no pudo contener las lágrimas cuando su partido entró por primera vez en el Congreso ni cuando logró ser vicepresidente tras forzar unas elecciones ante la negativa inicial de los socialistas de integrar a Podemos en su gobierno.
Ahora da otro paso al frente que, en realidad, es fácilmente interpretable como una marcha atrás, aunque en el camino se le abra la posibilidad de hacer real el lema de Ayuso de que los madrileños decidirán entre «comunismo o libertad».
Porque Iglesias, que nació en Vallecas aunque ahora viva en su ya famoso chalet de Galapagar, que le costó una consulta a los militantes y miles de decepcionados entre sus seguidores, dio sus primeros pasos en la política en la Unión de Juventudes Comunistas de España (UJCE), en la que militó desde la adolescencia hasta los 21 años.
Tras trabajar para IU de la mano de Yolanda Díaz, Iglesias fundó Podemos, primero desde aquel laboratorio que fue la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense con otros compañeros como Errejón, Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa o Luis Alegre, sumados a los Anticapitalistas de Teresa Rodríguez y Miguel Urban. Pero al final, la mayoría de ellos se ha ido del partido entre críticas de autoritarismo.
Pese a todo, su liderazgo en Podemos nunca sucumbió ni a las tensiones ni a las críticas, ni tan siquiera a los vaivenes de su partido en los resultados electorales, que han llevado a Podemos a la actual insignificancia en autonomías y municipios.
Incluso en ese contexto revalidó Iglesias en mayo del año pasado la secretaría general de la formación morada por otros cuatro años con una ejecutiva conformada cien por cien por afines.
Padre de tres hijos, introspectivo, apasionado, estudioso, «cabezón» y devorador de series televisivas, el vicepresidente segundo, a quien tanto le costó serlo, ha corrido una maratón política que le ha llevado de querer «asaltar los cielos» y romper el «candado del 78» a formar parte de un Gobierno de coalición con el PSOE, a quien tanto criticaba con reproches que incluyeron hasta la «cal viva» de los GAL.
Uno más de los giros que conforman toda su carrera política, y que le han llevado del comunismo a la socialdemocracia, y del desprecio inicial a IU a formar una lista unitaria bajo el nombre de Unidas Podemos.
Pablo Iglesias, vuelve. Así lo escribió alguien en el cartel que anunciaba su regreso a la política activa tras su permiso de paternidad y ahora vuelve a la competición electoral, uno de los terrenos en los que mejor se maneja, sin miedo a enfrentarse a ninguno de sus oponentes.
Que se convierta en un revulsivo para la izquierda madrileña o sea este su último servicio al partido es la pregunta que queda por contestar.
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