Los marroquíes que recorren la ciudad son varones y muy jóvenes, duermen en parques o donde pueden y como máximo llevan una bolsa de plástico en la mano con comida que aseguran que les han regalado.
«¡Viva España, no Mohamed!», aciertan a decir en relación a su deseo de trabajar en España y para rechazar al rey marroquí, del que critican que es «millonario» mientras que miles de ciudadanos son pobres.
Para hablar con ellos basta con ir a cualquier punto de la ciudad, incluso en la céntrica y arbolada plaza de África, donde está la sede del Ayuntamiento, el Parador de Turismo o la catedral de la Asunción y por donde los policías que pasan en sus vehículos junto a ellos se limitan a observar la conversación con la prensa.
Ninguno de los consultados relacionan lo ocurrido en la frontera con el hecho de que el jefe del Frente Polisario, Brahim Gali, está siendo atendido en un hospital español.
«Yo no quiero política», explica Meadi Zouaki, marroquí de 24 años, que mezcla en su aturullado y enfático testimonio de indignación el español, el árabe y el inglés.
«Mis amigos y yo no somos peligrosos ni criminales, solo queremos trabajar para comer y tener otra vida», insiste antes de agradecer a los ceutíes la amabilidad por proporcionarles comida y una manta para dormir al aire libre.
Durante la charla con este inmigrante, a la que se suman espontáneamente otros jóvenes, pasa junto a ellos el líder de Vox, Santiago Abascal, que saluda cordialmente a los periodistas españoles antes de ofrecer una rueda de prensa en la frontera del Tarajal, por donde entraron en poco más de 24 horas unos 8.000 inmigrantes ilegalmente.
Youssef Essadiki, de 23 años y residente en la ciudad cercana de M'diq, Rincón en español, es el que ofrece una definición de quiénes son los que cruzaron la frontera ante la pasividad de las autoridades marroquíes: «Somos pobres víctimas».
Este inmigrante se fue hasta la frontera porque leyó en las noticias que dejaban pasar «a los magrebíes y los africanos», y afirma que ya lo había hecho antes con pasaporte, pero que tras el cierre del paso fronterizo por la COVID-19 se había convertido en un «pobre» debido a la crisis económica.
«Necesitamos entrar porque es una oportunidad», subraya antes de expresar su anhelo por encontrar un trabajo en Algeciras y poder ser «más positivo».
Espera no ser de los que han regresado voluntariamente a Marruecos, que son los que «no tienen nada para quedarse» y van en aumento desde el martes al mediodía, han confirmado los soldados desplazados a la frontera.
Uno de los que pide ser grabado, Hamza El Mouda, solo dice algunas palabras en español, «no padre, no madre, no trabajo», y enseña la cara con heridas en la boca, el ojo y la oreja, que atribuye a la actuación de la policía marroquí.
«No tenemos nada en Marruecos, te lo juro por mi madre, y el rey es millonario», se queja otro joven, Mohamed el Morabi.
5 comentarios
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Que clase de padres abandonan a sus hijos menores y los mandan a entrar ilegalmente en otro país totalmente desamparados? No me entra en la cabeza, por muy duras que sean sus condiciones de vida no pueden abandonarlos, su obligación es protegerlos. Y su gobierno es el responsable de tanta precariedad.
Muchos jóvenes españoles TAMBIEN y tienen que vivir con sus padres....
Es una realidad dura, pero bastantes de los menores no son "fugados" sino "enviados".