«He querido ser el rey de todos los españoles (...) Mi hijo Felipe encarna la estabilidad, que es seña de identidad de la institución monárquica», proclamó en su despedida en un mensaje desde el Palacio de la Zarzuela, grabado en más de una toma por la emoción que le embargaba. Quien anunció la abdicación fue el entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en una declaración institucional en el Palacio de la Moncloa convocada por sorpresa con una hora de antelación que desató todo tipo de especulaciones, desde una remodelación de su gabinete, a la propuesta de una reforma constitucional. Para dar sensación de normalidad, don Juan Carlos mantuvo en agenda un acto en Barcelona, al tiempo que el príncipe Felipe regresaba de un viaje a El Salvador.
Con el país en vilo, Rajoy desveló la renuncia, lo que se consumaría con una ley orgánica de un solo artículo que se tramitó en 17 días para neutralizar cualquier intento de abrir un de debate sobre la monarquía por parte de un sector de la izquierda y del nacionalismo catalán y vasco cuando el bipartidismo PP-PSOE hacía aguas. El extremo sigilo con el que se urdió la operación durante tres meses permitió mantener el secreto hasta el último instante.
«Fue bastante milagroso que no se filtrara nada en todo es tiempo. El 2 de junio, me levanté a las 6.00 horas, puse la radio... y silencio. Ni una palabra de lo que iba a pasar pocas horas después. Y me volví a dormir», relató el que era jefe de la Casa del Rey en aquel momento, Rafael Spottorno, en el coloquio en el que participó el pasado miércoles en el Ateneo de Madrid. Además de Spottorno, solo sus colaboradores más próximos -Domingo Martínez-Palomo, Alfonso Sanz Portolés, Jaime Alfonsín y Javier Ayuso- supieron de la decisión de Juan Carlos I, anticipada a la reina Sofía y al príncipe Felipe. Fue tras su discurso en la Pascua Militar en enero de 2014, que leyó trabucado ante la estupefacción de los asistentes, lo que avivó los comentarios de su mal estado, en un contexto marcado por la crisis económica y la erosión de la Corona por el caso Nóos y lo ocurrido en Botsuana en 2012.
En abril, el rey Juan Carlos determinó que abdicaría tras las elecciones europeas del 25 de mayo, con el fin de no interferir en la campaña, y antes del verano para que el Parlamento estuviera activo. Se manejaron varias fechas y la definitiva se cerró con solo una semana de antelación, cuando se notificó a Rajoy y a Rubalcaba. A Rajoy, se lo desveló a finales de marzo y, al poco, al líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, que desempeñaría un papel clave al posponer su dimisión hasta que se consumara el relevo en el trono para asegurar el apoyo del PSOE. «Juan Carlos I siempre ha estado infinitamente agradecido por la colaboración y actitud de ambos», según Spottorno, quien considera que aunque el PP tenía mayoría absoluta para aprobar la ley de renuncia, no haber contado con los socialistas hubiera sido «un disparate político».
Para que el secreto se respetara, el equipo del Palacio de la Zarzuela que amasó el proceso de abdicación optó por reuniones en la 'clandestinidad' una vez que el resto del personal se había marchado a casa y así no sembrar sospechas. Los documentos se iban guardando en un lápiz de memoria para no dejar rastro en los ordenadores y los papeles que imprimían quedaban hecho trizas al final de cada conciliábulo. Una vez que la operación cogió cuerpo, se incorporaron al pacto de silencio la entonces vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, y su mano derecha, el subsecretario de la Presidencia, Jaime Pérez Renovales, encargados de armar la ley. En meses previos, don Juan Carlos tuvo tentaciones de renunciar, lo que le llevó en febrero de 2013 a pedir a Spottorno un documento para tener una primera visión de cómo podría ser una abdicación.
Más adelante, citó en su despacho al expresidente del Gobierno José María Aznar para encargarle un informe más preciso. Las especulaciones de que al rey le había rondado por la cabeza abdicar «hacía años y en más de una ocasión» venían de lejos, como se le atribuyó al que fuera jefe de la Casa del Rey entre 1993 y 2002, Fernando Almansa. A esa teoría se sumó Alfonso Guerra en un artículo en el que rebeló: «Al menos en diciembre de 2010, el rey ya pensaba en ello. En una cena privada, tuve ocasión de debatir sobre el asunto de la iniciativa del rey». A pesar de las visitas al extranjero que don Juan Carlos hizo en su última etapa como monarca, se contuvo a la hora de revelar su futuro y no se lo confesó ni siquiera al papa Francisco al que vio a finales de abril. Fue tras el anuncio cuando don Juan Carlos telefoneó a líderes políticos,presidentes autonómicos, agentes sociales, mandatarios extranjeros y casas reales para despedirse personalmente.
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