Pepe Ribas (Barcelona, 1951) siempre se ha salido de los discursos oficiales y sus ideas incomodan a izquierda y derecha. Esa búsqueda al margen de ideologías fue la que hizo que Ajoblanco, la mítica revista que fundó ahora hace 50 años, transformara «las mentalidades del españolito medio». Miles de personas encontraron en sus páginas un portal a otras vidas posibles. «Yo era partidario de la revolución cultural anarquista sin bombas ni tiros, con libros y activismo social como estrategia de formación masiva para una España libre y democrática», confiesa en Ángeles bailando en la cabeza de un alfiler. La explosión libertaria de 1976-1977 (Libros del K.O.). De forma trepidante su último libro narra el año en que todo pasó y que configuraría –para bien y para mal– la sociedad en la que vivimos. Sus vivencias rehúyen de la historia escrita desde el poder y evidencian la influencia que tuvo la contracultura y el frustrado resurgimiento del movimiento libertario, un pasado que inspiró a su generación pese a quedar enterrado por el exilio y ocultado todavía hoy por partidos políticos, intelectuales y periodistas.
El libro está escrito por y para los jóvenes, para transmitirles vuestras vivencias, que permitieron las libertades que hoy todavía disfrutamos. ¿Por qué deberían leerlo?
Quiero que haya memoria, pero una memoria sobre lo que realmente vivimos, y por eso he hecho un libro de aventuras que explica las transformaciones y el coste que implicaron esos cambios. Desde la revolución sexual a los viajes al extranjero pasando por las comunas en pisos; en esa época ya estudiábamos la ecología y las energías alternativas, promovíamos la objeción de conciencia porque éramos antimilitaristas y favorables al feminismo para que las mujeres pudieran liberarse y consumieran anticonceptivos si lo deseaban. La respuesta fue tremenda: conseguimos tiradas de 100.00 ejemplares y un millón de lectores. Todas estas prácticas transformaron la mentalidad ultraconservadora que un catolicismo muy de derechas había impuesto durante tantos años. Muchos de los que luchaban contra el franquismo lo hacían para conseguir el poder; buscaban sustituir el poder franquista por el comunista, el revolucionario o el maoísta. Nosotros queríamos cambiar la vida cotidiana sin autoritarismo.
Muchos de los que luchaban contra el franquismo lo hacían para conseguir el poder
Fomentasteis unos cambios hoy asumidos mayoritariamente por la sociedad española y que se practican al margen de la ideología política.
Potenciamos la supresión de los manicomios y estuvimos en contra los electroshocks aplicados a los presos y a los homosexuales para transformarlos en «seres normales», como les llamaban. Lo normal, para nosotros, era lo que quisieras ser. De eso iba la revolución contracultural. Fueron cambios necesarios. Los jóvenes tienen que saber el coste que pasamos para acabar con la culpa judeocristiana que impedía hablar con los padres, al que se le trataba de usted, y solían ser muy machistas. Muchos huyeron de casa por el autoritarismo familiar y acabaron en pisos compartidos que eran comunas donde se practicaban los principios de la libertad sexual, que costaron muchos disgustos. No era algo que se pudiera asumir de la noche a la mañana. Fue un proceso largo que iniciamos. No estábamos preparados para las orgías y los celos, pero fue un aprendizaje que empezó a cambiar las mentes.
Siempre insistes en diferenciar el underground de la contracultura. ¿Qué es cada cosa? ¿Se pueden dar hoy en día?
La contracultura exige libertad en la calle y que el dinero no sea el rey absoluto; requiere de una experimentación fuera del sistema. Hoy en día, como todo va por dinero, es muy difícil practicar esto. En la Cataluña de esos años fue posible durante un determinado momento. El poder franquista estaba debilitado porque el poder productivo, desde las empresas a los talleres artesanos, necesitaban abrirse al exterior para seguir creciendo. Eso permitió una libertad para practicar la contracultura. Para alquilar un piso en el ensanche de Barcelona bastaba destinar un 10 % del sueldo de un empleado de Correos. El dinero, sin embargo, subió a partir de 1979, con una inflación del 22 %. Una crisis sin precedentes de la que nadie habla y que mandó al traste muchas cosas, entre otras, la contracultura.
¿Y qué es el underground?
El Yo. Surge de la necesidad por el aumento del coste de la vida. Es más narcisista, algo de autores, de nombres y apellidos; en la época contracultural todo estaba mezclado. No había apellidos y los sexos estaban muy igualados. En los márgenes es donde la cultura da los pasos. Por eso son importantes los espacios libres donde la juventud pueda crear. No puede ser que los centros culturales cierren a las ocho de la tarde. El que crea no tiene horario. El que quiere ensayar con su banda o hacer teatro, podrá ir a las siete porque antes trabaja para pagar el alquiler, si es que puede. De hecho, creo que está habiendo una resurrección de lo solidario, de lo participado, del nosotros, por una necesidad histórica.
Buscábamos vivir la vida, no morir en vida
Los medios que te han entrevistado por el libro se han enfocado más en el aspecto sexual y las drogas, que es lo que veo con menor interés porque hoy lo considero superado, pero ¿qué podemos aprender de vuestra generación en esos temas?
La sexualidad es muy importante porque da energía, satisfacción; un buen sexo te relaja y te da alegría y amor. La pornografía te encadena a un vicio y no te satisface jamás. Además de que reproduce maltrato y violencia machista. El sexo tiene que tener un equilibrio, y cuando se desequilibra por represión o vicio, es fatal, porque no satisface. Por eso éramos leornadescos. Queríamos vivir la plenitud, lo mezclábamos todo. Buscábamos el ser total para tener espíritu crítico y construir lo que se necesita para vivir la vida, no morir en vida.
«No tuvimos ideología, tuvimos necesidades. Nuestra utopía era la libertad, poder ser lo que queríamos ser», dices sobre tu generación. Ahora esto te lo dirán las nuevas derechas, pero no rechazarán tomar el poder, algo que vosotros sí repudiasteis.
Fuimos más de ideas que de ideología, que son cerradas y te dicen cómo debes vivir. Las ideas se intercambian, mientras que las ideologías se imponen. Las nuevas derechas no hablan de justicia social, de reparto ni de asistencia médica, y no quieren pagar impuestos. Rechazan el estado social de derecho. Las sociedades parlamentarias han conseguido cierto equilibrio. Bastante. Han detenido muchas movilizaciones y hemos podido vivir en cierta paz. Creo que la extrema derecha quiere cargarse los beneficios sociales para las clases desfavorecidas.
El hecho de que rechazarais acceder al poder creo que es una de las enseñanzas más interesantes para estos momentos.
La revolución cultural es la que nos puede llevar a buen puerto. En el libro planteo un contexto, porque sin eso no hay memoria ni tampoco historia, que en este país está por escribir. Los historiadores escriben desde el poder e ignoran a la sociedad. Yo explico cómo éramos los jóvenes de esos años, que nos encontramos con el Mayo francés y la contracultura norteamericana. Aprendimos que el poder por delegación es imposible porque depositas un voto a alguien que te promete, pero luego incumple. La democracia representativa es un poco fraudulenta y eso lo descubrimos por los franceses. También aprendimos de otras culturas viajando a la India y Sudamérica y practicamos una nueva espiritualidad que no tuviera nada que ver con las jerarquías eclesiásticas.
Sin contexto real de la memoria y la historia no puedes tener criterio crítico. No puedes hacerte una idea de dónde vives
Pese a ser muy crítico con la democracia liberal representativa, eres capaz de defender lo bueno de ese sistema. Rechazas ver las cosas como si todo fuera blanco o negro.
La perfección no existe y hay que amoldarse a lo que una sociedad es capaz de asumir. Eso no implica ceder, pero sí acompañar para que se produzcan cambios. El gran problema de España es la educación, que ha fracasado en democracia. Eso afecta a la gente joven. Y ha fracasado porque la educación debe hablar del contexto mundial, de otras culturas y la historia de tu país, que en nuestro caso está ideologizada. Solo se habla desde los Austrias, los Borbones o los partidos de la República. Así no se entienden las cosas. Sin contexto real de la memoria y la historia no puedes tener criterio crítico. No puedes hacerte una idea de dónde vives. Y encima en la universidad se potencia la especialización y se carece de una visión global. Nos convierten en piezas de una máquina eficiente. En la Transición se instaló un régimen aparentemente democrático, pero que no tenía separación de poderes. Es una democracia muy imperfecta la que tenemos. Y si le añades la influencia del dinero y que no hay poderes que defienden al ciudadano porque solo pactan con el poder económico… sumado al tema de la educación, nos queda un país muy precario.
El objetivo de Ajoblanco fue «conectar a los jóvenes no dogmáticos, el futuro del país». Si la gente ya no lee, ¿cómo hacerlo ahora?
Necesitamos una práctica independiente para poder crecer y ser. Volvemos al problema educativo porque no se ha creado la necesidad que da la reflexión, la concentración, los libros, el silencio. Todo es instantáneo. Se requiere de tiempo para leer concentrado y no una satisfacción instantánea que impide retener. Ese es el gran problema de las redes. No se ha creado pasión desde la educación. No se ha transmitido que un libro o una película te pueden mostrar un mundo desconocido que emocione. Ahora todo es cálculo. Nosotros venerábamos la pasión, la utopía, el deseo, la necesidad, lo colectivo y el dinero, claro, pero no solo eso. Hoy, en cambio, el dinero es el único dios. Lo veo difícil, pero hay que plantar semillas para que esto cambie. Navegamos en el caos en un momento muy peligroso, más que el que viví siendo joven.
¿Los jóvenes realmente eligen cuando buscan algo en sus canales? No lo creo
Ernesto Castro advertía en el último número especial que publicasteis en 2018 que «están buscando a los jóvenes en los lugares equivocados».
Sin tantos medios como hay ahora, en 1974, nos encontramos. Que hagan lo mismo. ¿Los jóvenes realmente eligen cuando buscan algo en sus canales? No lo creo, y de momento no veo espacios para conectarse, aunque hay canales nuevos, misteriosos y secretos, que no están en las redes sociales. Están en la cotidianeidad, en las periferias del mundo cultural, social y político. En Barcelona está resurgiendo todo esto tras el Procés, a través del teatro, pero no pontifico. Tengo una edad y no puedo valorar según qué cosas que se me escapan.
La mayoría desconoce la historia obrera de España, especialmente la anarquista libertaria, y al oír hablar de libertarios pensarán en figuras actuales de la extrema derecha como Javier Milei, que se han reapropiado de su significado. Curiosamente, eres el único que desde la izquierda todavía reivindica la palabra libertad, repetida hasta la saciedad por las nuevas derechas. ¿Todavía puede significar algo que motive un mundo mejor?
En nuestra época ya pasaba con Noam Chomsky, que era libertario a la norteamericana, con un exceso de individualismo. Si cuando no había libros, cuando no había nada, buscamos y encontramos ese pasado, que los jóvenes de ahora hagan lo mismo. No se puede culpar de lo que uno no hace. Si se dejan manipular, allá ellos. Yo intento ayudar algo con mi libro y trato de desmontar la censura. ¿Dónde está la izquierda? ¿O es la culpable de que haya extrema derecha porque ha fracasado en sus planteamientos sectarios? Soy muy crítico con esa izquierda que nunca ha confiado en el ser humano. Siempre tiene que decir a la gente lo que tiene que hacer. A la gente hay que dejarla tranquila, no necesita guías, necesita cultura. Si los jóvenes no saben nada del movimiento obrero que busquen sobre la huelga de la Roca de 1976. Que no busquen en las primeras líneas de Google, que son pura propaganda. Hay que saber buscar para encontrar.
Lo que cuento no está en los libros de historia, que se han escrito desde el poder
Los que «reinventan» las tramas de la Transición denuncias que omiten la «decisiva intervención extranjera» y silencian la aportación cultural de la contracultura libertaria que «transformó las mentalidades del españolito medio». ¿Tan efectivo ha sido el boicot?
Con Los 70 a destajo, la exposición Underground y contracultura en la Cataluña de los 70 y ahora con este libro lo he explicado. Soy de las pocas fuentes que lo han hecho. Lo que cuento no está en los libros de historia y el periódico oficial de las élites impuestas durante la Transición (en referencia a El País) jamás habla de todo esto. Los Pactos de la Moncloa y lo que hicieron Felipe González y Jordi Pujol no se trata. La influencia de las empresas francesas en la industria alimentaria o la desindustrialización impuesta tampoco se ha explicado. Hay que buscar fuentes, no en los libros, porque la historia no está allí. No soy un guía, soy un ciudadano que hace lo que puede. No se pueden dar lecciones porque si no me pondría en el puesto de la élite que ha destruido la memoria, la historia y la cultura. Yo aporto lo que he vivido y lo que siento.
Te lanzo dos frases de tu libro y las comentas: «Cuando el socialismo y los nacionalismos moderados trataron de matar la contracultura, envolviéndola en diseño, sentimiento nacional y negocio, la alegría se transformó en interés individual y en neurosis. De compartirlo casi todo pasamos a la competitividad y a la insatisfacción bañada en alcohol sin medida».
Pasamos de la no autoría, de no firmar, o incluso intercambiar firmas, al todo es de autor. Pasamos del nosotros al narcisismo y al Yo. Pasamos de unas drogas introspectivas y comunicativas, que no creaban adicción, como el ácido y la marihuana, a la cocaína y la heroína. La generación que me sigue fue alcohólica. Se pasó de un extremo a otro y todo cambió. Se consagró el hombre cortesano del poder y llegaron los premios. Personas sometidas a las consignas que interesan al poder político. Que ahora la gente no les haga caso es consecuencia de cómo han actuado. En los medios tradicionales hay autores y artículos interesantes, pero hay que leerlos con distancia crítica para saber qué aportan y qué manipulan. Y para eso necesitas cultura.
Todo es un montaje. Tanto de las derechas, como de las izquierdas
La otra: «Vivimos la etapa más creativa en un país en el que había teatro independiente sin teatros, vanguardias sin escuelas ni museos, lectores y compradores de libros sin bibliotecas públicas». Ahora todo es al revés.
Leer y concentrarse debe servir de puerta y entrada a una nueva vida. Cuando leí California Trip, de María José Ragué, se me abrió un nuevo mundo que he seguido hasta el día de hoy.
¿Por qué fracasó el resurgir del movimiento libertario durante la Transición?
Por exceso de rapidez. No pudo cuajar porque se pensó que ya estaba todo hecho cuando estaba todo por hacer. Las Jornadas Libertarias, en el punto que trataron cómo organizar el futuro del movimiento, fueron un fracaso del que nos dimos cuenta en ese mismo momento. Fueron un éxito de participación, pero no se supieron crear guías para que un movimiento libertario plural pudiera converger con la CNT, un sindicato anarcosindicalismo represaliado durante 40 años. Y desde entonces seguimos en esa sombra, no sabemos qué ha pasado. No hay buenos libros de historia del siglo XX en este país. Solo miro fuentes y cada vez me doy más cuenta de que todo es un montaje. Tanto de las derechas, como de las izquierdas.
Las perspectivas utópicas son muy importantes
A pesar de este derrotismo, el libro rezuma positividad.
Hay que transmitir entusiasmo siempre porque es lo que despierta la pasión y las ganas de saber más y cambiar el mundo. Las perspectivas utópicas son muy importantes. El escritor Rafael Argullol es quien me transmitió todo eso en el segundo Ajoblanco y ahora volvemos a estar mucho en contacto.
Luis Racionero, Fernando Sánchez-Dragó, Fernando Savater… ¿por qué tú no te has vuelto reaccionario con la edad?
Porque voluntariamente no he tenido hijos. He sacrificado eso por la libertad, para poder transmitir lo que hemos vivido. La cultura exige mucho más de lo que se cree. Evidentemente que se pueden tener hijos, ser libre y no volverse un reaccionario con los años, pero en mi caso te respondo esto. Hay muchos de mi edad que son fieles a la cultura libre. Mi generación no salió tocada por la heroína, y por el sida fueron muy pocos. Lo del sexo, drogas y rock and roll es falso. Como dice el dicho popular, el ajoblanco pica y repite; eso quiere decir que se oculta, como el río Guadiana, y ese es el momento en el que se estudia y se viaja para aprender, como hicimos, pero también repite; ahí es cuando se crea cultura.
2 comentarios
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Un humor muy ácido, como a mi me gusta.
Españolito medio por dos veces ? De un profesional del periodismo... Gracias Pepe Ribas por INDICAR QUE HAY UNA COSA QUE SE LLAMA ESPÍRITU CRÍTICO...durante tantos años