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La Revetla baja el telón con la cabeza alta, pese a que sigue alejada de sus mejores registros de asistencia. Tampoco hubo incidentes de relevancia que afectaran el clima de convivencia. La sorpresa, en positivo, fue la consolidación de Jacint Verdaguer como enclave estratégico en la descentralización de la fiesta, expandiéndola más allá y situándola a un tiro de piedra de los barrios periféricos.

Respetando la tradición, el ball de bot prendió la mecha de una noche que alcanzó su punto de ebullición con los fogosos himnos de Celtas Cortos y Kiko Veneno, canciones con más pasado que presente que se crecen en los grandes recintos, transformando la Plaça d'Espanya y de la Reina, respectivamente, en los dos escaparates más efervescentes de la Revetla.

Frente al escenario de la Plaça Major, un grupo de turistas japoneses atendía a su guía, que musitaba algo incomprensible. Se expresaban en voz baja, como si la plaza fuese un teatro que exige cierta circunspección. Junto a ellos, una pareja ya entrada en años se preguntaba a viva voz «On són na Berta i en Tomeu?», haciendo aspavientos y amenazando el feng shui de sus vecinos con su talante latino. Bendito Mediterráneo.

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La Revetla tiene un encanto único, transforma la ciudad en un enorme aparador musical -‘sutilmente' perfumado con ‘eau de barbecue'-, que despliega su oferta en su entramado de calles, permitiéndonos deambular de escenario en escenario como si de una gincana musical se tratara. Naturalmente podríamos discutir el cartel, que nuevamente volvió a evidenciar que cantidad no es sinónimo de calidad. Pero hay que tomarse Sant Sebastià con espíritu festivo, salir a torrar y departir con los amigos con canciones más o menos subyugantes de fondo. Como dicen los yanquis: estrechar lazos comunitarios. 

Y ahora permítanme centrarme en Kiko Veneno. La música de este catalán desprende la gracia y el duende que solo el Sur confiere a su gente. Kiko vino a 'echarse un cantecito' y acabó marcándose un 'Julio César' (Veni, vidi, vici). Abrió la boca y sacó toda la magia que palpita en su garganta para acallar a la multitud que ocupaba la Plaça de la Reina. Su coqueto escenario estaba conectado a 48000W de de sonido, montados sobre una superficie de 100 m2 que tuvo que ampliarse por necesidades técnicas de los artistas. Dicho escenario contaba con una estructura motorizada para agilizar la operación. Pero volvamos al flamenco heterodoxo, la rumbita soleá y el rock con lunares que, a la postre, jalonan un repertorio de toma pan y moja, el de Kiko Veneno, repleto de canciones que brillan como los neones de un prostíbulo, canciones habitadas por personajes entrañables como Joselito ('siete novias tuve / más novias que un moro / me salieron malas y a las siete abandoné). Unos versos que horas después siguen resonando en mi cabeza ('ponme otra copa / tú ya sabes que mañana voy a la mar') inolvidables como el primer amor.

Más nombres propios de la noche: Celtas Cortos. Los pucelanos sumieron al público en un karaoke generalizado con su inmortal 20 de abril, en una noche templada y sin lluvia en la que pudimos echarnos a la calle para centrarnos en lo que de verdad importa.