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Un violín desgranaba una emocionante versión del Aleluya de Leonard Cohen. Es posible que no haya una mejor banda sonora para acompañar la visita de las tumbas del cementerio de Palma. Ayer fue el día grande para recordar a los que ya no están entre nosotros y la ciudad de los vivos se volcó con sus muertos, en un Tots Sants repleto y soleado.

Mientras los regidores y el alcalde de Palma, Jaime Martínez, llevaban a cabo la ofrenda floral en la plaza del Record, varios ciudadanos mostraron su disgusto. Eran víctimas de uno de los peores delitos que se pueden cometer: no había grandes daños materiales ni graves prejuicios económicos, pero atacaban al patrimonio emocional. Estos ciudadanos habían sufrido del robo de flores, jarrones, macetas e incluso apliques metálicos que adornan las lápidas de sus seres queridos.

Águeda Coronado lamentó el hurto de metales, «solo han dejado un Cristo de latón, pero han desaparecido las anillas que sujetaban los jarrones». Por su parte, Anselmo Cardona denunció que «nos han quitado los ramos que vinimos a colocar hace dos días. También se han llevado los jarrones». Un funcionario de la EFM acudió de inmediato a atenderles tras tener constancia de estos incidentes.

Incluso en los actos más protocolarios hay lugar para los sentimientos más íntimos. El alcalde Jaime Martínez paseaba entre las tumbas buscando a sus antepasados. Allí colocó un sencillo clavel rojo. Y la regidora socialista Rosario Sánchez terminó el acto oficial y comenzó con el rito familiar, cargando con un centro de flores para depositarlo en la tumba de un familiar. La muerte nos iguala a todos, nadie está a salvo del dolor de la pérdida, pero aunque parezca mentira, el tiempo lo mitiga. Las flores de este rito son un bálsamo ante las ausencias.

Los hay que no han podido enterrar a los suyos. A la entrada del cementerio de Son Valentí un grupo de personas entonaba el mantra de «no son muertes, son asesinatos». Los familiares de Francisco Belmonte reclaman justicia: «No murió en la cárcel de Palma por sobredosis, lleva quince meses en una cámara». Y reclaman poder darle sepultura y una investigación que aclare los motivos de su fallecimiento. El duelo seguía enquistado en sus rostros.

Ese duelo que no se ha podido cerrar sigue en los familiares de las víctimas del franquismo, que un año más se reunieron en el Muro de la Memoria. Allí permanecía una sencilla silla de mimbre, en representación a aquella que sujetó el cuerpo moribundo del alcalde Emili Darder, fusilado en 1937.
Los activistas de Memòria de Mallorca reunieron a un buen número de personas para depositar flores en la placa donde figuran los nombres de los represaliados de la Guerra Civil. El dolor se mitiga, pero no se olvida.

Al acto acudieron regidores de la oposición, el senador y ex alcalde de Palma José Hila, molesto por la ausencia de apoyo municipal en este acto, el ex presidente socialista Francesc Antich o la escritora Dora Muñoz, que ha dado el salto de la novela negra a escribir sobre el exilio de aquellos mallorquines que asistieron a las Olimpiadas Populares de Barcelona y quedaron atrapados por el estallido de la Guerra Civil.

Como antídoto contra el olvido, en la entrada del cementerio se colocó el Árbol de los Recuerdos: de sus ramas colgaban mensajes que escribían los ciudadanos. Esos frutos maduros, tristes, «siempre estaréis en mi corazón», «Mamá, te sigo echando de menos». Ese árbol se plantará en el cementerio y los mensajes irán directos a las raíces. Una niña correteaba por el cementerio mientras su madre la perseguía entre risas: estamos vivos para seguir recordando y eso siempre es motivo de alegría.