En el parque de Son Pedrals hay unas doce tiendas de campaña apostadas junto a la vía de cintura. | M. À. Cañellas

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En la Avinguda Mèxic con la calle Bogotà hay un puente de madera que muchos usan para ir a pie a un conocido comercio de muebles y para cruzar la vía de cintura desde Nou Llevant. También permite acceder al parque de Son Pedrals, junto al torrente de na Bàrbara, donde desde hace un tiempo las tiendas de campaña van apareciendo. Actualmente, cerca de una docena de personas de diferentes nacionalidades, edades e historias personales conviven en esta zona verde.

Al hablar con ellos, ninguno quiere dar el nombre ni enseñar el rostro, pero todos están dispuestos a hablar. Más de uno indica que la semana pasada varios agentes de la Policía Local se personaron para informar de que en breve se van a hacer labores de mejora en el parque y que se tienen que ir. Una petición que les obligará a desplazarse de nuevo «a otro parque», dicen. «Estamos aquí porque no podemos afrontar el alquiler de un piso. Son muchos gastos, piden depósitos de hasta tres meses y referencias. Estamos en todas las aplicaciones de alquiler pero es imposible», explica una de ellos.

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Ninguno quiere dar el nombre ni enseñar la cara.

Los más veteranos llevan más de tres meses en el lugar, pero otros son recién llegados y se han instalado hace escasos quince días. En cuanto al perfil, casi todos trabajan o están a la espera de alguna oferta de empleo. Hay mallorquines, latinoamericanos, del este de Europa y de la Península. Hasta hace poco también había un grupo de argelinos, que tras la última visita policial abandonaron el parque.

Al menos tres de ellos, un hombre y dos mujeres, están en este asentamiento desde julio. Antes estuvieron en Formentera trabajando durante la temporada. Vinieron por separado, pero todos lo hicieron «porque allí las cosas están peor». Otro de ellos, un chico joven, lleva ya tres meses en Son Pedrals compartiendo una tienda de campaña con un amigo. Es mozo de almacén y tampoco puede pagar un alquiler en Palma. El asentamiento se divide en dos zonas en las que se concentran las tiendas, en cada una viven unas cinco personas. Los de la zona más próxima al puente de madera que da acceso exponen que llevan ya un tiempo trasladándose: «Hemos ido pasando por los parques que hay desde el Parc de la Mar hasta aquí», indica una de ellos.

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La vida en la calle no es fácil. Para poder asearse usan la fuente de agua que hay en el parque infantil: «Vamos de noche o muy temprano para intentar no molestar». «Algunos vecinos son muy amables, pero otros te miran mal, como si quisiéramos estar así», critican. A veces acuden a comedores sociales y otras compran comida con el dinero que consiguen ahorrar. Para cargar el móvil -algo vital para poder trabajar-, van a bibliotecas o restaurantes: «Antes había un punto de carga en el parque WiFi, pero lo quitaron porque había muchos robos».

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«Nunca había visto la calle tan de cerca», confiesa otra mujer. «Soy de Sevilla pero he vivido media vida aquí. Cuando volví de Formentera me robaron la documentación y me quitaron la moto que había comprado por no tener los papeles y ahora está en el depósito. También me quitaron el móvil dos veces, el que tengo ahora me lo ha prestado un amigo, porque estoy esperando que me llamen para saber cuando empiezo a trabajar», narra.

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«He dormido en la playa y en parques con dos toallas. Luego me compré la tienda de campaña. Me ha pasado de todo, me he llegado a levantar con un desconocido al lado chupándome el cuello. Daría lo que fuera por acostarme tranquila sabiendo que nadie me va a molestar», lamenta. «Estando en la calle te interesa llevarte bien con todo el mundo», concluye.