Ses Misteres, en la celebración del Primero de Mayo de 1931 en el Coliseum Balear. | ED. DOCUMENTA BALEAR

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Por la calle Aragó, a la altura del número 132, centenares de coches pasan cada día al lado de una manzana llena de bloques de pisos de considerable altura, ignorando que en ese mismo solar hace ya un siglo se originó uno de los movimientos obreros más destacados de la ciudad y además, liderado por mujeres. Las excavadoras, el tiempo y el olvido se han encargado de no dejar rastro del pasado industrial del barrio de s’Hostalets y en ese punto en concreto, de la reconocida fábrica Sa Mistera, cuya familia luego fundaría Casa Roca. La única pista que puede hallarse en esa manzana de viviendas modernas es el cartel del local de la tercera edad del barrio, que se hace llamar Sa Mistera y cuenta con un dibujo de la fábrica ya desaparecida.

La investigadora Layla Dworkin ha buceado en archivos y en la memoria de los últimos supervivientes del barrio para llevar a cabo su Trabajo de Fin de Master (TFM) bajo el título Ses Misteres: dones, treball i cultura política a la periferia industrial de Palma, que se ha llevado uno de los premios de la Càtedra d’Estudis Urbans de la Universitat de les Illes Balears (UIB). El tutor de este trabajo ha sido el historiador David Ginard, autor de la biografía de Aurora Picornell.

Laila Dworkin
Laia Dworkin.

«La recordada doctora en Historia Económica Joana María Escartín [fallecida este año] analizó el papel de las mujeres en los espacios fabriles», cuenta Dworkin, que reconoce su impulso para iniciar este trabajo de investigación. Y reivindica el valor urbanístico y antropológico de las fábricas como «representación de la historia de la ciudad. Pero gran parte de nuestro patrimonio industrial ha sido destruido». Estas industrias que se establecieron a extramuros, entre las que se cuenta Sa Mistera, son el germen de barrios como Els Hostalets, Can Capes, Son Canals o Son Forteza. Dowrkin ha querido homenajear a las mujeres de esta fábrica de cerillas, figuras invisibilizadas en la historia, y conocidas como Ses Misteres.

Taller de La Fosforera Española, en Irún

En su trabajo, la investigadora analiza los orígenes de la fábrica Roca, que fue derribada en los años 60, y cuyos orígenes se remontan a mediados del siglo XIX, aunque originalmente se había situado en la calle Llotgeta. La prohibición de fabricar estos objetos peligrosos dentro del recinto amurallado, dado el gran numero de accidentes que se registraban, provoca que salga a su ubicación definitiva, en la antigua carretera de Inca, en el antiguo Hort de Son Real y que a día de hoy ocupa el barrio de Son Canals, en la calle Aragón.

Trabajadoras de la fábrica de cerillas La Fosforera, situada en Carabanchel.

En 1898 muere el fundador de la fábrica de cerillas Roca, Francisco Roca y Paredes, y toma el relevo su primogénito Eduardo. En aquel momento se fabricaba cada mes más de dos millones de cajas de cerillas, con 117 millones de fósforos elaborados por 160 operarios. El siguiente en heredar la empresa es su hermano Ricardo Roca, que coincidió con la I Guerra Mundial y una crisis de subsistencia que afectó gravemente a los obreros.

Dworkin revela en su trabajo que el boom turístico ha opacado el pasado fabril de Mallorca, «no hubo un salto directo del mundo rural al turismo como se nos ha hecho creer». Hubo una serie de movimientos obreros auspiciados por entidades que defendían los derechos de los trabajadores. Y en esta doble tarea para derribar mitos históricos, la investigadora reivindica el papel de la mujer en las fábricas.

Caja de cerillas de la marca Roca de principios del siglo XX. diseñadas por Joseph Thomas i Bigas.

«Escartín recuerda que en 1908 se dice que trabajaban 7.600 mujeres en la industria mallorquina, de las cuales 3.000 confeccionaban portamonedas de plaza, 2.000 al bordado y 1.500 a otras industrias domiciliarias. Además, muchas de ellas no abandonaban su trabajo una vez casadas». En el caso de la fábrica Roca, «eran ellas las que debían asumir las tareas más repetitivas y menos cualificadas. En 1904, en Sa Mistera, de sus 214 trabajadores se decía que 154 eran mujeres». Por otro lado, en aquella época cobraban la mitad que sus compañeros.

Además, el trabajo infantil estaba normalizado a finales del siglo XIX y precisamente en Sa Mistera niños de corta edad se encargaban de mojar los bastones de madera en la pasta fosfórica, lo que reducía los costes. En 1900 se establece una ley que prohíbe trabajar a menores de diez años y los niños de 10 a 14 años solo pueden hacerlo cinco horas al día.

A todo esto, muchos trabajadores, entre ellos los más pequeños, sufrían las consecuencias de la manipulación del fósforo blanco [que a día de hoy está prohibido como arma química], con enfermedades como bronquitis, asma, predisposición al aborto e incluso necrosis fosfórica, que provocaba la deformación de la mandíbula, pudiendo causar daños cerebrales.

Bloque de viviendas que se sitúa en el solar que ocupaba la fábrica de Sa Mistera.
Bloque de viviendas en el que se situaba la fábrica.

A principios del siglo XX se producían despidos por dar a luz mientras el grueso de la mano de obra industrial eran mujeres de 20 a 26 años, muchas de ellas casadas. Las barriadas industriales se convierten en un caldo de cultivo para la toma de conciencia de clase. Aparece una nueva cultura política donde proliferan asociaciones que combinaban las funciones de mutua con otras más recreativas y populares.

En 1919 surge La Unión Cerillera, surgida de la fábrica Roca y acogida en la Casa del Poble, y en seguida consiguen mejoran la jornada laboral, el salario, las condiciones higiénicas o la peligrosidad de su trabajo. Incluso consiguen frenar el trato denigrante y discriminatorio hacia las jóvenes, casadas y embarazadas. En definitiva, prácticamente todas.

Mujeres destacadas como María Palmer Garau o María Valls Valls en puestos directivos hasta que Antònia Miquel Monjo se convierta en presidenta de la entidad en 1931. Este mismo año, el Primero de Mayo, las principales sociedades obreras desfilaron desde el centro de Palma hasta el Coliseu Balear, entre ellas La Unión Cerillera. El estallido de la Guerra Civil trunca la trayectoria de estas entidades obreras y la fábrica se diluye con la aparición de los encendedores hasta su derribo total en los años 60.

Dworkin está inmersa ahora en la búsqueda de sucesores de las trabajadoras de Sa Mistera y prepara una tesis doctoral. Por eso hace un llamamiento a los descendientes de los trabajadores de esta fábrica, a través del email sesmisteres@gmail.com. El objetivo es que la memoria de las cerilleras no se pierda.