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La emergencia habitacional alcanza hasta el subsuelo. En Playa de Palma y s'Arenal ya no queda ni un hueco para vivir, ni siquiera en los sótanos, que también han empezado a ver como se incrementaban sus precios. Hay auténticas madrigueras con pequeños ventanucos que dan a la acera por 650 euros, lo que sus moradores consideran un chollo, pero también las hay por 2.500 euros, que son compartidas por un buen puñado de inmigrantes.

Con todo, estas viviendas subterráneas son una opción para trabajadores del sector turístico, que lo mismo son chefs en un restaurante y cobran 3.000 euros al mes, pero no consiguen alquilar al tratarse de extranjeros, o familias monoparentales. Los excluidos del mercado inmobiliario, que alcanzan a una capa cada vez más amplia de la población, recurren a estas viviendas a las que se acceden a través de una angosta escalera y a veces hay que recorrer largos pasillos para encontrar las puertas de entrada. Mal ventiladas, con humedades y donde no asoma ni un rayo de sol, sus habitantes se mueren de frío en invierno, se cuecen en verano. El catastro confirma que las viviendas visitadas son en realidad almacenes o aparcamientos, pero con cuatro chapuzas pueden ser un hogar. Y muy cotizado ahora mismo.

«En el sótano de este edificio hay tres trasteros pero lo han convertido en habitaciones», cuenta un vecino desesperado. Bajo sus pies viven alrededor de diez inmigrantes de origen africano. «Ellos no tienen la culpa, si no dan problemas. La culpa es de la propietaria, que vive en esta misma calle. Y se lo alquila por 2.500 euros. Pero no tienen extracción de humos y mi casa huele toda a comida que yo no he cocinado», cuenta el afectado, que se está planteando incluso vender la vivienda.

Al ser una vivienda ilegal, se ha instalado un motor para la extracción de aguas fecales, pero no funciona y acaban saliendo por mi fregadero o me inundan la casa», se lamenta el hombre, que ya ha presentado numerosas denuncias en el Ajuntament de Palma y a la Policía Local sin obtener respuesta.

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«Todo vale por dinero porque ya no queda nada por construir», se lamenta Alain Carbonell, vicepresidente de la Associació de Veïns del Arenal, que recuerda que estas viviendas con habitantes subterráneos ya estaban vigentes en los años 60 y 70. «Cuando se construyeron, se hacían edificios con sótanos, una planta baja para destinarlo a local comercial y una vivienda en la planta superior». Sin embargo, lo que debían ser almacenes y aparcamientos bajo el nivel de superficie terminaron cobijando a peninsulares que venían a echar la temporada en pleno boom turístico.

«En ese momento no había viviendas para todos», recuerda Carbonell, aunque dejaron de habitarse en los 90. Ahora, en plena emergencia habitacional, no solo se han convertido de nuevo en viviendas sino que se cotizan a precio de piso en superficie. Carbonell denuncia que «en el Arenal de Llucmajor se alquilan torres enteras para pisos turísticos ilegales en Airbnb, por lo que se pierden muchas viviendas para los trabajadores». El sótano se torna refugio.

Y bajo tierra están viviendo muchos niños. En los pasillos sin luz solar se acumulan tendederos portátiles con prendas infantiles. La falta de ventanas y balcones, además del escaso tamaño de sus habitáculos, obligan a los residentes subterráneos a sacar al exterior los tendederos. También aparecen en los pasillos bicicletas infantiles o pelotas. En las puertas aparecen adornos de Navidad. Chonaib Suaib, chef de cocina, afirma que «me han llegado a pedir hasta 10.000 euros de fianza por alquilar un piso. Cuando ven mi apellido, me dan problemas», afirma este cocinero que afirma que «hay meses en los que he ganado 3.000 euros pero haciendo doble jornada en restaurantes de aquí».

En una puerta contigua está Érika, con su hija de 11 años. «Nos hicieron un cásting después de ver un anuncio de Idealista. Aún no me creo que me hayan elegido, pero la dueña dijo que prefería a una familia para que le cuidáramos la vivienda», explica. Esta camarera de pisos de un hotel de cinco estrellas de la zona paga 650 euros por un piso con dos habitaciones. Ha arreglado y decorado el piso y la habitación de su hija sería normal si no fuera por el ventanuco que tiene a la altura del techo, por el que se divisan los pies de los peatones que caminan en la superficie. Hay manchas negras de humedad, pero Érika va repintando. Sus compañeras de trabajo le preguntan si sabe de alguno más que se alquile, tal es la desesperación.

«¿Es esto legal? Tengo serias dudas. Pero también es verdad que por toda Palma hay asentamientos de chabolas y caravanas», afirma Alain Carbonell. Muy crítico, advierte que «el Medusa [edificio con modificaciones ilegales que se cayó el año pasado provocando el fallecimiento de cuatro personas] está vigente en todas estas casas, que se construyeron en la misma época y de la misma manera». A solo dos calles del mar, centenares de personas sobreviven bajo tierra y sin ventilación. Y, después de todo, se consideran afortunados.