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Tradición y devoción es una mezcla de factores que casi siempre asegura calles repletas de gente. La procesión de la Beata de Santa Margalida cumple con ambos requisitos y ayer fue, un año más, una fiesta multitudinaria que sacó a la calle a todos los vileros y atrajo al municipio a miles de personas deseosas de presenciar una tradición nacida hace más de dos siglos, en 1792.

Los diferentes pasajes de la vida de Santa Catalina Tomás desfilaron por las calles de Santa Margalida en forma de once espectaculares carrozas: la de Glorificació, Flor de Mallorca, del Molí, del Claustre, del Didal, Santa Catalina Màrtir, del Pou, de la Seu, de Sant Antoni, Cuina de son Gallat y casa Natal.

Sobre cada carroza iba una beata e, intercaladas entre éstas, diferentes colles de payeses portando y protegiendo de los dimonis las tradicionales gerres, que simbolizan la virtud y por las que los dimonis se enfrentan a los payeses con el fin de arrebatárselas.

Esta simpática lucha centra la atención del numeroso público, cuyas primeras filas están ocupadas por personas que llegan con varias horas de antelación a Santa Margalida para asegurarse un buen punto de observación en la fiesta.

La Beata mayor, representada este año por Maria Bibiloni, es la única beata que hace todo el recorrida a pie. Precisamente a sus pies, es donde el dimoni gros destroza todas aquellas jarras que los cerca de 40 dimonis que participan en la procesión consiguen arrebatar a los sufridos payeses .