El siempre caprichoso clima quiso que los murers pudieran, un año
más, convertir el pueblo en un gran parador con motivo de la fira.
Este buen tiempo favoreció una masiva asistencia de visitantes.
La muestra de artesanía montada en el claustro volvió a ser el
principal punto de referencia. Con una estética cuidada, se
agruparon productos como zapatos, tejidos, cerámica, de madera o de
metal. Todos ellos tenían el mismo denominador común: ser fruto de
un trabajo artesanal.
Por otra parte, la fira demostró la fuerza que cada vez más va
tomando el mundo del caballo. Y no era para menos, a pesar de que
no hubo tantos ejemplares como se pensaba, el interés de los
visitantes desbordó las expectativas. Las exhibiciones de doma,
sobre todo las de caballo menorquín, levantaron un gran interés y
el recinto ecuestre se llenó por completo, así lo demuestran las
gradas montadas este año. En su alrededor, la avenida de Santa
Catalina Thomàs se convirtió en un auténtico río de gente que iba y
venía, contemplando las muestras de animales, exóticos o comunes,
así como las paradas y la maquinaria agrícola.
Los monitores expuestos, entre el Ajuntament y el convento,
fueron otro punto de atención pero, sobre todo, la muestra de
coches y motos antiguas cerca de la iglesia.
A pesar de la gran cantidad de personas pasaron por Muro, no
hubo importantes problemas de tráfico y fue, a partir del mediodía,
cuando hubo la mayor afluencia de visitantes.
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