Los sineuers se despertaron este miércoles con una imagen que nunca antes habían conocido sino de oídas, con la suspensión del mercado. La plaza de Es Fossar totalmente vacía, sin los corrales de animales ni el ajetreo de los cientos de visitantes que se congregan entre los tenderetes y las terrazas de los bares.
La sensación de calles desoladas continuaba en la parte alta, junto al Lleó de Sant Marc y pasando bajo el puente de Santa Bàrbara para llegar a la plaza donde se instalan habitualmente los vendedores de frutas y verduras. Otro espacio desierto, pues aunque inicialmente el Ajuntament de Sineu había pensado permitir la venta de estos productos frescos, finalmente ante la gravedad de la situación que ha generado el coronavirus decidió suspender toda actividad.
Ni ‘cellers' ni ‘berenars'
A ello se suma el cierre de los típicos cellers donde acude a berenar gente de toda Mallorca. El silencio sepulcral fue ayer el único turista en las calles que, hasta hace una semana, se llenaban de ajetreo cada miércoles. La misma imagen de vacío se repetía junto a la estación, donde antes coincidían numerosos visitantes llegados en tren desde otros pueblos, así como decenas de buses de turistas atraídos por uno de los mercados con más carácter de la Isla.
Nadie recuerda que el dimecres de Sineu se haya suspendido antes, «salvo que en 1820, a raíz del episodio de peste registrado en Son Servera, se hizo una circular de suspensión del mercado de Sineu y del Dijous Bo», apunta el escritor Andreu Ramis. Doscientos años después, la historia se repite.
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Un miércoles triste con las calles vacías, y sin ningún bar abierto, apenas sin gente circulando, la ausencia de las paradas de mercaderes, y aquellos mayores que se sentaban en la plaza des fosar dejaban de acudir a su cita de todos los miércoles, para relajarse con sus amigos de toda la vida, y poder luego merendar en cualquier celler, por lo que aparte de la economía, se ha sentido con gran nostalgia el calor humano de estas personas que se han sentido solas y desde las ventanas de sus casas contemplar lo triste que se puede convertir un pueblo o un mundo entero, por culpa de un maldito bicho.