Perelló prepara un libro con todas las historias recogidas por tradición oral.

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Aunque en un primer momento la idea era elaborar un libro infantil sobre los trabajos perdidos del campo mallorquín, la obra acabó siendo una recopilación de lo más peculiar: tradiciones, magia, brujería, rituales.... Rafel Perelló Bosch (Manacor, 1963) recorre desde hace varios años diversos pueblos de la Part Forana en busca de anécdotas y costumbres mallorquinas. El objetivo de esta recopilación es muy importante: evitar que se pierdan en el olvido.

¿A qué se debe este giro inesperado de 360º en su trabajo de investigación?

—Fue casualidad. A medida que iba hablando con la gente, personas mayores, me daba cuenta del gran valor cultural que tenía todo aquello que me contaban. Es una pena que esto se pierda, por lo que decidí empezar a recopilar toda esa inmensa cantidad de información.

¿Esperamos entonces un libro?

—Sí, si todo va bien. Aunque me trae mucho trabajo. Es complejo porque hay muchas temáticas. Desde tradiciones y costumbres obsoletas a historias de brujería y magia totalmente inverosímiles. Tengo cientos de testimonios de distintas comarcas de Mallorca, sobre todo de la zona de Llevant y el Pla.

¿ Y las historias contadas en el norte o en el sur de la isla suelen coincidir?

—Absolutamente. Una vez me fui a Caimari y una señora muy mayor me contó una historia. Días después en Sant Llorenç me la contaron igual.

¿Cuál?

—Era una historia de brujería que es lo que más me llama la atención. Estamos hablando de principios del S.XX y que son historias que se pasan de generación en generación. Una señora con reuma me contó que el curandero-brujo del pueblo le recomendó coger un murciélago y una lechuza viva, meterlas en una olla con un poco de aceite y beberse el líquido que desprendieran.

¿Y el reuma desapareció?

—Sí.

¿Alguna para pandemias ahora que estamos todos confinados?

—Para coronavirus no tengo ni idea. Pero si para la peste. Dicen que ‘sa madona' de la casa sabía que la peste no entraría en su casa. Tenía un hierro de dos palmos colgado y convencida sabía que eso protegía su casa y a los que estaban dentro.
Para la gripe en cambio, algunos enterraban hojas de pino, mientras que otros quemaban romero.

¿Y qué pasa con el arco iris?

—(Risas) Los payeses pensaban que si pasabas por debajo del arco iris cambiarían de sexo. Es decir, los hombres se convertirían en mujeres y viceversa. Por lo que, en cuanto lo divisaban se escondían donde podían. En casetas o cuevas.

A principios del pasado siglo buena parte de la gente de Mallorca vivía sobre todo del campo ¿algún ritual para la sequía?

—Conozco varios. La más rudimentaria era la lanzar piedras al sol. Otra que me contaron, consistía en que el rector del pueblo (el cura), con la cruz al aire le pidiera al ‘Bon Jesús' agua mientras paseaba por los campos. Y la más rocambolesca era la de cazar a un saltamontes, arrancarle la cabeza de un mordisco, todavía estando vivo, y enterrar el resto del cuerpo en la tierra de siembra

Usted es de Manacor ¿también hay historias propias ?

—Te puedo contar una de machismo y de terrible molar. El impulsor de la construcción de la iglesia dels Dolors de Manacor, el padre Rubí, vigilaba el largo de las faldas de las mujeres. Si consideraba que una mujer la llevaba demasiado corta decía: ‘O alargar la falda o cortar las piernas'.

¿Qué me puede decir sobre las supersticiones en mujeres?

—Muchas cosas. Una mujer embarazada no podía mirar a personas feas para evitar que su hijo fuera feo. Y las que menstruaban no se salvaban tampoco. No podían lavar los platos para que estos no se infectaran, ni elaborar alioli porque se cortaba y además era conveniente de que no se ducharan.