Ramis asegura que Inca es una ciudad con muchas posibilidades.

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Maria Esperança Ramis (Inca, 1982) es una persona sensibilizada desde siempre tanto con los temas sociales como con los culturales. Se define como una activista con inquietudes por el feminismo y la mejora de la sociedad, que decidió transformar por completo su conocida librería y quiosco en el centro de Inca en un lugar para la formación, centrado en la ayuda a los demás y en el arte como crisol de los cambios sociales.

¿Cuál cree que es la asignatura pendiente de Inca en el ámbito de la educación social?
— No tengo un diagnóstico claro de las necesidades de la ciudad, pero desde luego siempre hay cosas que mejorar. Para ello es necesario tener más profesionales, educadores y educadoras sociales. Inca tiene un gran potencial en el que se debería invertir más. Se necesitan recursos y fondos para la educación social, porque siempre hay margen para esa mejora.

¿Qué peculiaridades tiene la ciudad desde su punto de vista?
— Sin duda, la gran diversidad de personas y colectivos. Hay un ambiente cada vez más multicultural y gente cada vez más sensibilizada con la diversidad de género y funcionalidad. A pesar de ser ciudad, tiene rasgos de pueblo en su capacidad de crear red de apoyo social. Hay muchas posibilidades en Inca, factores óptimos para llevar a cabo acciones nuevas que cambien las cosas, sobre todo desde la educación social.

Dado el alto porcentaje de población extranjera, ¿sería el arte una herramienta de socialización adecuada?
— Mi respuesta es rotunda: sí. Estudiando diferentes proyectos y estudios, el arte se ha demostrado una herramienta muy adecuada de socialización. El arte como forma de expresión personal es un instrumento primordial, tanto de identificación cultural como de desarrollo personal. Por ejemplo, la educadora brasileña Ana Mae Barbosa llevó a cabo estudios tanto en Nueva York como en Brasil que demostraron que el arte es una herramienta la inclusión social, especialmente para personas migradas. El arte activa las capacidades críticas, deconstruye los prejuicios, contribuye en general a ser un motor de ciudadanía y es un gran recurso para el crecimiento individual y colectivo. Tiene la capacidad de ponerte en el lugar de la otra persona, con lo que la actividad artística favorece la cooperación y la integración.

En sus iniciativas se combinan la salud y el arte, ¿cómo se consigue esta combinación?
— Es un proceso fluido. La enfermedad es un símbolo social y el arte permite integrar los sentimientos que se crean. Tiene la capacidad de normalizar y visibilizar enfermedades históricamente estigmatizadas y discriminadas como el sida. La salud es un factor que forma parte activa de la sociedad y de sus procesos. Es necesario trabajar de manera cooperativa y no segregar. Somos eslabones de una misma cadena y se tiene que trabajar para que la sociedad no vea la enfermedad como algo que se silencia u oculta y que forma parte de la vida. Debemos, desde la educación social, enseñar la realidad de las personas enfermas, sea cual sea esta. El arte y la creación artística pueden abrir los ojos a esto y generar la sensibilización necesaria para avanzar a una sociedad más inclusiva en ese sentido.

Como educadora social, ¿cuáles serán los mayores retos a los que piensa que se enfrentará?
— Uno de los mayores retos a los que se enfrenta cualquier profesional es la falta de financiación para realizar proyectos. Por otra parte para mi uno de los mayores retos es que la gente vuelva a creer en lo necesaria que es la transformación social. Esto es un reto muy importante. Los populismos y la tendencia al individualismo me afectan como profesional. Se ha de reivindicar y trabajar para lograr una nueva mentalidad. Los educadores sociales estamos preparados para lograr una nueva mirada más inclusiva, diversa, colectiva y cooperativa.

Cambiando de perspectiva, usted estuvo al frente de Can Blancos, un comercio emblemático en Inca. ¿Cómo cree que está evolucionando el comercio en la ciudad?
— Estamos atravesando una pandemia vírica que ha significado un estrago social en todos los niveles. Muchos negocios han cerrado, pero también muchos otros se han abierto gracias a personas emprendedoras. Me gustaría que los negocios fueran más familiares, ver una Inca más concienciada en negocios comprometidos con la sostenibilidad y el medio ambiente. Creo que todo ello es posible, pero en el contexto de una pandemia es muy complicado por la falta de recursos. Me gustaría que los grupos políticos que gobiernan promovieran este tipo de negocios para que la equidad y la igualdad esté presente en la ciudad.