En un comunicado, ambas asociaciones han explicado también que esta caída de la producción se ha traducido en un descenso en la cantidad de profesionales, con una disminución del 33 por ciento en el número de productores en ecológico que hace cinco años.
Esta legumbre es una variedad antigua que hasta hace una década «todavía daba buenos rendimientos en extensivo» y «suponía un producto local demandado, tanto para alimentación animal como humana», han indicado.
Sin embargo, han añadido, este cultivo tiene unas particularidades que ahora, «debido al cambio climático, le han hecho entrar en recesión».
Así, han señalado que es un producto de ciclo corto que solía sembrarse la primera semana de febrero, dejando las heladas atrás. Después, las lluvias de marzo y abril le hacían crecer y se cosechaba a finales de julio, con la planta seca.
Ahora, según han continuado, «el régimen de lluvias y temperaturas ha cambiado, y los campesinos que lo cultivan llevan una serie de años de cosechas muy malas que han provocado, en numerosos casos, que no se pueda recolectar o que no se obtenga ni la semilla sembrada».
«Tanto es así que cada vez hay menos superficie dedicada a este cultivo», han lamentado las organizaciones agrarias.
En ese sentido, han destacado que, si se centran solo en las explotaciones ecológicas, en cinco años el número de productores que cultiva garbanzo mallorquín ecológico ha caído un 33 por ciento y la superficie dedicada ha descendido un 43 por ciento.
En la presente campaña 2022-2023, un total de 18 campesinos ecológicos han dedicado unas 34 hectáreas y el resultado ha sido que sólo siete de ellos tienen garbanzo para vender o, simplemente, para volver a sembrar.
«El riesgo de erosión de esta variedad es una mala noticia en el contexto actual, donde la proteína vegetal es fundamental para transitar hacia una alimentación con una disminución del consumo de carne», han agregado.
De hecho, las entidades agrícolas han subrayado que la demanda de legumbre «se había incrementado» en los últimos años, por este «cambio de tendencia más consciente de las consecuencias de lo que se come».
«Además, cuando se pierde una variedad local, se pierde biodiversidad cultivada, y los agricultores y los consumidores quedan relegados a tener que depender de semillas de variedades comerciales, por lo que se homogeneizan así los productos disponibles en el mercado y se disminuye la soberanía alimentaria», han recalcado.
Desde su punto de vista, el garbanzo mallorquín es un cultivo «suficientemente importante por sus virtudes», ya que es un alimento humano de «primera categoría, buen pienso para el rebaño y su cultivo dejaba la tierra más fértil».
Asimismo, han puntualizado que se sembraba en todos los municipios de la isla y dentro de la finca se le destinaban los mejores sementeros. La variedad mallorquina era la más extendida, un garbanzo pequeñito, cilíndrico, de color claro y de buena pasta.
Apaema y la Asociación de Variedades Locales han trasladado su «preocupación» por la «tendencia negativa» del garbanzo, que «puede suponer su desaparición en pocos años». Por este motivo, ambas asociaciones reunieron a los productores ecológicos de garbanzo mallorquín hace unos meses para poner en común la situación y tratar de encontrar soluciones.
Entre ellas, se propusieron seleccionar los ecotipos más aptos frente al nuevo escenario climático y avanzar la época de siembra --con los problemas de hierba que implicaría--, así como adquirir de forma conjunta una sembradora de precisión, que permitiría un trabajo esmerado y más margen en el calendario de siembra.
1 comentario
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cambio climático ó 😥 lloro igual cobro ?