La comisaria europea de Medio Ambiente, Margot Wallstrom, viajará
el jueves a Rumanía y Hungría para evaluar los daños con las
autoridades de esos países y determinar la ayuda que se puede
brindar para paliarlos. El vertido, con concentraciones que
superaron los 10 miligramos de cianuro por litro, sobrepasó varios
cientos de veces los límites de seguridad admitidos, según fuentes
comunitarias.
La masa de agua contaminada con cianuro, unos 100.000 metros
cúbicos, rebasó el pasado 30 de enero el dique de contención de un
embalse con residuos procedentes de la mina de oro Aurul, en Bahía
Mare, noroeste de Rumanía.
El agua envenenada entró en Hungría por el Szamos, alcanzó
después el Tisza, el segundo río más importante del país, y
destruyó prácticamente toda su flora y su fauna. Más de 100
toneladas de peces muertos han sido recogidas de ambos ríos.
Desde Hungría, el vertido llegó a Yugoslavia por el cauce del
Tisza, que desemboca en el Danubio cerca de Belgrado, la capital
yugoslava, y se espera que regrese a Rumanía por las aguas
danubianas. La empresa australiana «Esmeralda Co.», propietaria del
50 por ciento de las acciones de Aurul, ha minimizado la catástrofe
y ha acusado a la prensa y a las autoridades húngaras de
«magnificar las consecuencias de un incidente de menor
envergadura». El Tisza, el río preferido de los pescadores
magiares, ofrece un paisaje desolador con aves y peces muertos
flotando en sus aguas. La catástrofe ha dejado sin sustento a cerca
de un millón y medio de personas que vivían de la pesca y del
turismo en los casi 600 kilómetros de recorrido del Tisza por el
país magiar.
Zoltán Illés, presidente de la comisión parlamentaria húngara de
Protección del Medio Ambiente, denunció que, si bien el cianuro ya
ha pasado por Hungría, el lodo cargado de metales pesados sigue
acabando con la poca vida residual de las dos vías fluviales. Los
habitantes de la ribera del Tisza se acercan a su orilla y arrojan
flores en señal de luto por la fauna y flora destruidas por el
cianuro.
Las empresas de productos cárnicos han donado toneladas de carne
a los vecinos para que las arrojen a las aguas y que las gaviotas y
otras aves típicas de la región tengan un alimento alternativo a
los peces envenenados.
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