El Papa Juan Pablo II celebró ayer una misa en el Santo Sepulcro,
donde hizo un nuevo llamamiento a la unidad de los cristianos, y
rezó en el Muro de las Lamentaciones, el lugar más sagrado del
judaísmo, donde pidió perdón por el comportamiento de los hijos de
la Iglesia con el pueblo judío.
Por primera vez, un Papa rezó ante el Muro de las Lamentaciones,
recitó el salmo 21 de David y, como hacen los judíos, introdujo
entre los bloques de piedra milenaria del único vestigio del que
fue Templo de Jerusalén una carta en la que pidió el perdón divino
por los males causados a lo largo de los siglos por los cristianos
a los judíos.
La televisión israelí ofreció imágenes de la carta, en la que se
veía que fue firmada por el Papa y que, en la misma, reiteró lo que
ya dijo el pasado día 23 cuando visitó el Yad Vashem, el Museo del
Holocausto: que la Iglesia está profundamente afligida por el odio,
la persecución y las manifestaciones de antisemitismo dirigidas
contra los judíos por los cristianos.
Juan Pablo II fue recibido en el Muro por el ministro israelí
para el Culto, Michael Melkia, quien le agradeció el compromiso de
la Iglesia Católica para poner fin al odio y la humillación del
pueblo judío y dijo que nunca más se debe utilizar la religión para
justificar abusos y guerras.
Para los judíos ayer fue un día memorable: ver al Obispo de Roma
pedir perdón en el Muro y rendir homenaje a las víctimas de la
Shoah en el Yad Vashem es algo inolvidable. Fuentes del gobierno
israelí dijeron que los israelíes «han descubierto, para bien» al
Papa y que para ellos es una persona «de palabra». Desde el Muro,
el Pontífice se trasladó a través de la Vía Dolorosa, la calle que
recorrió Jesús camino del Calvario, hasta la basílica del Santo
Sepulcro.
Israelíes y palestinos juzgaron positivo el viaje del
Papa a Tierra Santa
El Papa Juan Pablo II tenía motivos el domingo para mostrarse
satisfecho de su peregrinaje de gran riesgo político y religioso a
Tierra Santa, al lograr ser juzgado positivamente tanto por
israelíes como por palestinos.
Incluso consiguió el último día de su viaje, de una semana de
duración, salir indemne del campo de minas que representa
Jerusalén, disputada por israelíes y palestinos, donde visitó los
lugares sagrados de las tres religiones monoteístas: la Explanada
de las Mezquitas, el Muro de las Lamentaciones y el Santo
Sepulcro.
Concluyó este peregrinaje, que seguía los pasos del Cristo, como
era oportuno: en la iglesia del Santo Sepulcro, construida en el
lugar donde, según la tradición cristiana, Jesús fue crucificado y
enterrado para resucitar al tercer día.
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