Cientos de personas expresaron fuera de la cárcel su rechazo arremetiendo contra Bush.

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AGENCIAS - TEXAS (EE UU) «Me están matando. Me están asesinando», exclamó Graham cuando fue atado en la camilla momentos antes de recibir una inyección letal por el asesinato hace 19 años "cuando tenía 17 años" del comerciante Bobby Lambert en Houston. «Este es un linchamiento. Yo no lo maté. Me eligieron para un genocidio. Este es el genocidio que nosotros, los negros, tenemos que soportar en este país», agregó, según testigos de la ejecución. Su muerte, siete minutos después de recibir la inyección, fue presenciada por el reverendo Jesse Jakson, defensor de los derechos civiles, y Bianca Jagger, activista de Amnistía Internacional.

La suerte de Graham había quedado echada media hora antes de la ejecución, cuando el gobernador de Texas, George Bush, dio el visto bueno tras fracasar todos los intentos para salvarle la vida mediante recursos legales. «Voy a aplicar la ley, y si tengo que pagar por ello un precio político, lo pagaré», manifestó Bush.

Texas ha llevado hasta el final decenas de condenas capitales bajo el mandato de Bush a partir de pruebas poco fiables, testimonios psiquiátricos dudosos o abogados defensores sancionados, según un exhaustivo informe publicado por el 'Chicago Tribune'.

Graham fue condenado en un juicio en el que contó con una débil defensa y en el que sólo se tuvo en cuenta un único testimonio incriminatorio. Este caso no es una escepción, ya que el Estado gobernado por George Bush Jr ostenta el récord de procedimientos dudosos o manipulados. Sus abogados, que habían solicitado sin éxito un aplazamiento de la pena al Tribunal Supremo y a una corte del estado de Texas, aseguraron que tenían nuevas declaraciones de testigos que hubieran probado la inocencia de su cliente. La ejecución provocó reacciones airadas de personalidades que consideran que Estados Unidos se ha retrasado en un mundo en el que la mayoría de los países ha abolido la pena de muerte.