El 15 de agosto de 1945, el emperador Hirohito comunicaba en un
mensaje radiofónico la rendición incondicional de Japón a una
nación destrozada por la guerra, con más de tres millones de
muertos y dos ciudades, Hiroshima y Nagasaki, arrasadas por bombas
nucleares.
La guerra, la invasión de buena parte del continente asiático y
las atrocidades cometidas por las tropas niponas dejaron también un
reguero de odio por todo Asia que aún hoy día, 60 años después, aún
marca las relaciones de Japón con sus vecinos.
En una ceremonia celebrada ayer en el estadio Budokan de Tokio y
a la que asistieron 7.500 personas para honrar a los 2,3 millones
de soldados y 800.000 civiles japoneses muertos en la guerra, el
emperador Akihito (hijo de Hirohito) pidió que «nunca más se
repitan los horrores del pasado». En esa ceremonia participó
también el primer ministro, Junichiro Koizumi, quien lanzó un
mensaje de pesar por las acciones de Japón en el pasado.
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