«Te quiero, Syliane», fueron las últimas palabras de José Luis de Vilallonga antes de fallecer a las 17 horas y 10 minutos de ayer.
Un amigo en común me llamó para decírmelo. Tras colgar, llamé a Syliane y se puso Jorge, su marido. «No puede "me dijo- está llorando. Llama más tarde». No llamé. ¿Para qué? ¿Qué podía contarme Syliane que no me esperara? ¿Cómo se había muerto? Porque, ¿saben? , José Luis, no hace mucho "menos de un mes- tumbado en la cama de su piso, sito frente a la casa de Syliane, la que compartió con ella durante muchos años, hasta que se separaron, me lo había dicho. «Estoy viviendo más tiempo del que suponía. Y para vivir asíÂ… ¿Qué quieres que te diga?» No añadió «mejor morirse», pero lo intuí. A pesar de ello, el pasado 24 de agosto, y ante rumores sobre el deterioro de su salud , se preguntaba «¿Es que ya me quieren enterrar otra vez?»
Yo sé cómo murió. ¿Se lo cuento? Murió al lado de la mujer que compartió 25 años de su vida, Syliane, y de quien, tras su separación, no dijo cosas muy buenas, pero que luego, tras un nuevo fracaso ¿amoroso? "¿amó, realmente José Luis a su última esposa, Begoña Aranguren?-, rectificó y pidió perdón. Es la grandeza del hombre: equivocarse y saber disculparse. Y la de la mujer: aceptar la disculpa, a pesar de que le haya clavado la pluma hasta el corvejón. Y sí. José Luis, que anteayer quiso ir a cenar al restaurante, pero que al final se quedó en casa, y que ayer pasó una mañana un tanto regulín, a la ahora que les he dicho un poco más arriba, murió. Se fue. Casi de puntillas. A su lado estaba Syliane.
Una tarde
Con José Luis estuve hablando la última vez una tarde de domingo de mediados de julio, conversación que convertí en reportaje que publiqué días después.
Aquella tarde me recibió en la cama, tumbado. Cubría su cuerpo un pijama de calzón corto, cuya chaqueta se quitó. Hacía calor. Frente a él, en la pared, un montón de fotografías «en las que aparezco al lado de personas muertas», me dijo, aunque le rectifiqué, «pues ahí te veo al lado de Brigitte Bardot, y que yo sepa, vive".
En aquella entrevista, José Luis no quiso fotos. Syliane, que permanecía en la habitación contigua, me dijo que «es un perezoso; no quiere fotos porque le da pereza afeitarse. Pídele a Juanjo Vega una de las que nos hizo el otro día, cuando fuimos a comer juntos».
Aquella tarde hablamos de la Constitución, pues ésta estaba de celebraciones, de sus libros, de sus películas, de cómo pudo escribir «El Rey», de las envidias que levantó entre algunos escritores del país que no aceptaba que el Monarca le hubiera elegido a él para escribir sus memorias. Hablamos de Franco, a quien radiografió muy bien en «El sable del Caudillo» y, antes, en «Franco y el Rey». Me comentó que parte de su infancia y adolescencia la había tratado en «Fiesta» "que yo había leído años atrás, en el que refleja los fusilamientos de las tropas de Franco y ciertas represalias de los republicanos hacia los nacionales- y «El gentilhombre europeo». Y, por supuesto, hablamos de Fellini, su amigo, y de sus memorias. Las suyas.
Afición
Con José Luis recuperé la afición a la lectura cuando hace algo más de un año me regaló media docena de sus libros, y cuando, también por aquel entonces, me habló de Lawrence Durrell, el de «El cuarteto de Alejandría», «a quien admiré como escritor, pero quien me decepcionó como persona»; Malaparte, «que fue quien me aficionó a mí a la lectura», y Arthur Koesller, «que murió cuando le vino en gana "me contó-, pues cuando se cansó de vivir se metió en la cama, se tomó un brevaje que una sociedad secreta le había dicho que se tomara y se fue de este mundo sin manchar la moqueta con su sangre tras pegarse un tiro, o sin abollar el capó de un coche por haberse arrojado por la ventada, como han hecho muchos».
José Luis, según me confesó , dejó escrito en «Políticamente incorrecto» que pertenecía a otra sociedad secreta, Exit, «que también te mandaba al otro barrio cuando tú lo creyeras conveniente, aunque yo "añadió-, mientras pueda, y me encuentre presentable, soy más partidario de esperar dignamente a la muerte».
Y así ha sido.
De José Luis se podrá decir cualquier cosa, incluso cualquier barbaridad. Pero yo digo que fue, simplemente, José Luis de Vilallonga, un hombre que supo vivir bien, que conoció a mucha gente importante, que fue amado, admirado, respetado, odiado e incluso despreciado. Pero tuvo una cosa que nadie le podrá discutir: que se equivocó y acertó él; no nadie en su nombre. Y lo mejor de todo, que a la hora del adiós de este mundo tuvo a su lado a una estupenda señora, Syliane. Estupenda y gran señora, como se ha visto.
Poco antes de las ocho de la tarde de ayer fue trasladado al tanatorio de Palma.
Por lo visto, su última voluntad es la de ser enterrado en Catalunya, pues recordemos que además de Grande de España es Marqués de Castellví.
José Luis, espéranos donde estés muchos años.
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