Considerado el hostelero más ‘cool’ de Nueva York, ha disfrutado de unos días de vacaciones en Mallorca. | Esteban Mercer

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Omar Hernández es conocido en todo el mundo como el gran rey de la noche neoyorquina. Es el ingeniero de las grandes noches, un experto de lujo para el lujo extremo, el anfitrión perfecto de las personalidades más relevantes que nunca dejan de acudir a su club para dejarse seducir por este emperador del hedonismo. Cada local tocado por su gracia se convierte en el club de moda gracias a su dirección perfecta, la mezcla entre el lujo y la bohemia en manos de este hombre elegante que, un año más, ha elegido Mallorca para celebrar su cumpleaños con sus amigos venidos de todas partes del mundo y, de paso, hablar con Ultima Hora de su amor por la buena vida, de la entrega total a su trabajo como creador de sueños y de su pasión por la Mallorca más autentica, que es la que él ama. Omar regala felicidad, ese es su secreto, el don que llevó al éxito a su restaurante La Ranita, en Manhattan, y que ahora se ha repicado en Omar’s, situado en el Upper East Side. Lo mismo acoge a Michael Cohen que a Spike Lee. Igual da Madonna que Al Pacino o a Donald Trump Jr. Y a todos acoge con la misma sonrisa, inmensa y cálida.

¿Cómo le presento?

—Como un buen anfitrión, es lo que me llena, lo que me motiva. Es mi misión en la vida y, curiosamente, es algo que no busqué, surgió. Fue un accidente. Soy hijo de militar y actriz, estudié ingeniero eléctrico y caí en el mundo de la hospitalidad porque me encanta pasarlo bien y sentí que con este trabajo podía expresarme, crear algo que impactara a la gente de mi alrededor de manera positiva.

¿Cómo ha conseguido esa excelencia de la que todo el mundo habla y que todos quieren conocer?

—Si eres integro y amas lo que haces, llegas. Hay quien lo hace como una estrategia de negocio, pero no es mi caso. Amo lo que hago. De alguna manera, mis clientes son también mis amigos, somos una comunidad que ha ido creciendo como una gran familia. Trabajo para hacer a la gente feliz.

Parece frívolo, pero menuda responsabilidad satisfacer a los más privilegiados del universo…

—Lo hago como un acto de servicio y a veces es difícil. Creo que hemos creado un ashram de la noche, puesto que estamos motivados por una idea más alta que tomar copas, comer y pasarlo bien. Se puede elevar ese momento porque forma parte del saber vivir con excelencia.

La noche ¿se puede convertir en una obra de arte?

—Claro, lo creo firmemente. Hay momentos mágicos, noches únicas que te dejan sin palabras. Normalmente, no son fortuitas, suceden porque hay alguien moviendo los hilos para que todo exceda las expectativas creando magia. Suele ser una persona que facilita que todos se abran, se relajen y se relacionen para pasarlo bien. Cuando se logra esa magia, ese momento único, es algo que no tiene precio, se hace porque se lleva por dentro.

¿A usted le gusta la gente?

—Absolutamente. Yo soy muy técnico, un ingeniero. Creo, por la educación que tengo, que se pueden ingeniar grandes momentos. Soy más que un maestro de ceremonias, soy un creador de experiencias, el velador que esta ahí para hacer crecer la experiencia, para alimentarla hasta el infinito. Después, cada uno elige el momento en que esa experiencia acaba porque una noche puede durar horas o días. Hoy por hoy, lo que hay que conseguir es que la gente se conecte, que es algo que se ha perdido muchísimo.