El pintor José María Fayos en su estudio palmesano de la calle Morei, rodeado de cuadros. | Pere Bota

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Ni la mítica luz ni la atmósfera brumosa de Mallorca, tan parecida a la de su tierra natal valenciana, es lo que decidió a José María Fayos a instalarse en Mallorca hace ocho años. Fayos eligió la Isla porque quiso rodearse de belleza y de un ambiente internacional que le permitiera interactuar con personas de todo el mundo. Tampoco fue este el detonante para que pudiera trabajar para los reyes de España y su familia más cercana como si de un pintor de Corte se tratara, aunque el hecho de vivir en Mallorca ha ayudado a que la relación sea mucho más fluida y productiva. Fayos es el único pintor que ha trabajado con los dos reyes, don Felipe y don Juan Carlos, que han posado para él en el Palacio de la Zarzuela en los últimos 30 años y ha retratado a casi todos los nietos de doña Pilar y acaba de hacerlo con el hijo de Simoneta Gómez-Acebo y Borbón con motivo de su 50 cumpleaños. Recibe a Ultima Hora en su estudio lleno de cuadros de la calle Morei, de Palma, un lugar lleno de luz y de historias por compartir.

¿Fue el hecho de vivir en Mallorca lo que posibilitó su relación con los reyes de España?
— No y si. La primera vez que retraté a don Felipe fue en 2007, un año antes de instalarme en Mallorca y fue porque trabajaba para las Maestranzas de Caballería. El infante don Carlos de Borbón me encargó para el Real Consejo de las Órdenes de Caballería un retrato del entonces Príncipe como comendador mayor de Castilla con uniforme de la Orden de Santiago. Fue él quien consiguió que don Felipe posara para mi en La Zarzuela. Fue alucinante.

¿Cómo fue su experiencia de llegar a La Zarzuela para pintar, como si fuera Velázquez o Goya que hicieron lo mismo para los reyes de su época?
— Eso fue para escribir un libro. Me puse nervioso porque no sabía lo que me iba a encontrar y lo que vi nada tenía que ver con lo que me esperaba. No ves ni grandes medidas de seguridad, pasas por un paisaje idílico como de cuento, con ciervos paseando libremente hasta que llegas al palacio que imaginas imponente y que no tiene nada de palacio. Es un chalet muy sencillo, muy humilde y eso que están con mucho personal de Casa Real trabajando con ellos. Es una casa normal de una familia normal rodeada de oficinas. Por mi trabajo he estado en casas mucho más grandes y lujosas. Para mí fue una gran sorpresa esa sencillez y eso que todo el mundo habla de ella. Fue la primera de las sorpresas que viví.

Cuente más…
— Te hacen esperar donde hay un Sorolla inacabado de Alfonso XIII y cuando ya entras lo haces a la sala donde hacen todo, desde la jura de un ministro a un bautizo. Esa que hemos visto millones de veces en las teles y en las fotos con alfombras y cuadritos sencillos de Patrimonio Nacional y allí es donde posó don Felipe y un año más tarde don Juan Carlos.

Pintar a un rey, y usted ha pintado a dos, tiene algo de transcendente que un retrato de alguien anónimo nunca tendrá. ¿Hay que sacar la majestad de donde sea?
— Es que esa majestad está. Los pintores solo tenemos que pintar lo que vemos sin añadir nada. Don Felipe cuando entró en la sala lo iluminó todo. Tiene algo de angelote que no ha perdido desde su infancia, una magia increíble. Don Juan Carlos igual, aunque son muy distintos. Entró dando gritos, hablando con unos y con otros, mientras que su hijo se muestra más pausado, pero ambos comparten majestad que es algo que se tiene o no se tiene.

¿Cómo ha conseguido que posen para usted cuando nunca lo hacen?
— Don Felipe me dijo que no había posado desde que era un niño. Posó dos horas y lo hizo de maravilla, sin moverse apenas, incluso cuando sonaba el teléfono no contestaba para no interrumpir mi trabajo. Don Juan Carlos posó dos días, una hora el primer día y hora y media el segundo pero estar con ellos tanto tiempo es una enorme suerte. Dese cuenta que para Velázquez Felipe IV solo posó 40 minutos. Había y hay que darse mucha prisa. De ahí que el Sorolla de la entrada, que es solo un boceto pero maravilloso, me impactara. Recuerdo que me fijaba en ese cuadro, hecho por un maestro valenciano como yo y pensaba que debió ser hecho en 10 minutos, lo que daría el rey en la época. Dese cuenta que si dijeran que sí a todos los que se lo piden no harían otra cosa que posar, así que casi todos sus cuadros conocidos están hechos a través de fotografías.

¿Pudo hablar con ellos normalmente?
— Me habían advertido, gente de fuera del palacio, que no podía dirigirme a ellos si antes ellos no se dirigían a mí pero yo no me adapté a la norma, llegamos a tener conversaciones agradabilísimas porque son gente muy cultivada. Incluso la primera vez fui sin corbata y nadie me dijo nada y al año siguiente igual. Al año, alguien de las órdenes me advirtió que en La Zarzuela todo el mundo lleva corbata. Así que la segunda vez ya me puse corbata y el personal de la Casa Real se fijó y me lo hizo notar.

La casa de una persona da mucha información de cómo es esa persona, más en el caso de un rey. ¿Influyó el entorno en su forma de pintarles?
— Tuve suerte porque don Juan Carlos me quiso enseñar su casa. Una cosa es estar en el salón oficial y otra distinta ver donde ellos hacen su vida. Él me quiso llevar a sus apartamentos y lo que vi fue la casa de un deportista llena de trofeos de vela y de caza. Una casa normal con un televisor normal. Y vi el despacho que ahora ha heredado su hijo donde estaba el discóbolo de Dalí y la mesa desde donde dio el famoso discurso del 23-F. Ahora, su hijo tiene un retrato del rey que mejor ha mandado, Carlos III, que le sirve de inspiración. Este rey decía que no hay que mandar solo por mandar. Creo que ambos son muy parecidos.