Ha disfrutado de unos días de descanso en la Isla, donde se ha criado prácticamente su mujer. | Esteban Mercer

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Fernando Ojeda es un empresario y modelo que se define como abstracto, kamikaze y, sin embargo, dueño de tres discotecas de moda en Madrid: dos clásicos, Nells y El Callejón de Serrano, que llevan más de diez años funcionando, y el superfamoso Gunilla, el club del momento. La vida le tenía reservada una sorpresa a los 40, pues una agencia de modelos, Management, una de las más prestigiosas de Barcelona, se fijó en él y le propuso ser modelo. Su carácter aventurero le animó a aceptar esa nueva vida cuajada de sorpresas, incluido haberse convertido en uno de los hombres más seguidos en Instagram por su estilo elegante, pero muy contemporáneo. Está casado y es padre de dos niñas. Hablamos con el durante sus vacaciones en Mallorca, donde su familia política posee casa, en la plaza Alaró.

¿Cómo se las arregla para estar en forma trabajando en tantas cosas a la vez y siendo, además, marido y padre de dos hijas?

—Compaginando, aunque la noche cada vez la vivo menos. Los bebes y la noche son difíciles de compaginar. Mi mujer, Verena, era modelo y fue ella la que desde su experiencia me animó a ser modelo, pero la realidad es que fueron las redes sociales las que me abrieron el camino. Lo curioso es que trabajo desde el principio con marcas muy buenas, Land Rover, Mont Blanc, Intimissimi, Ralph Lauren, a una edad en la que nunca pensé que la vida me pondría en esta profesión tan asociadas a la juventud.

Le asocian al lujo, al estilo de vida más elegante…

—Me siento muy afortunado y lo vivo con sorpresa. Lo curioso es que la edad ha sido un ‘pro' cuando yo pensaba que era un ‘contra' y se debe a que encontrar una cara nueva de 40 años es difícil, pues los modelos a esa edad ya suelen llevar media vida trabajando, pero no caras nuevas, un producto nuevo, que es lo que se busca en este momento.

¿Un prototipo de ‘gentelman' contemporáneo?

—Exacto, es lo que abrazan las marcas. Un perfil con madurez, elegancia, diferente, transgresor y con personalidad. Suman incluso los tatuajes y, lógicamente, la buena forma física, pero es importante que se note que estás curtido, que tienes una edad y presumes de ella.

¿De qué más presume?

—Mire, hasta que conocí a mi mujer nunca tuve novia, siempre estuve soltero, 33 años ni más ni menos estuve solo. Viajé mucho, viví en Asia y así comenzó mi afición por pintarme cosas en cada lugar, que me marcaba a modo de recuerdo. Así me fui troquelando el cuerpo. Tengo rasgos diferentes, transgresores, y una marca de cada vivencia. Presumo de vida y de tener una familia.

Hoy es difícil ver a un joven sin tatuar. ¿A qué cree que se debe esa pasión?

—Creo que es la representación de lo que el ser humano busca desde hace millones de años, diferenciarnos unos de otros, por la forma de vestir, de peinarnos... Es una forma de marcarse como único. Este boom tiene un trasfondo interesante, como es analizar cómo los mileniales de hoy, gente que quiere ser diferente, lo ha adoptado como algo muy de este tiempo. Necesito que mis marcas signifiquen algo, que me aporten algo, nunca me tatuaría solo para rellenarme la piel.

Para usted, que es prescriptor, ¿qué es en realidad la elegancia?

—Creo que la elegancia va muy unida a la seguridad que tenga uno mismo a la hora de hacer las cosas. Es lo que aleja a uno de la vulgaridad. La gente que esta segura de sí misma se pone un trapo y marca estilo, combina cosas a priori imposibles y mágicamente funcionan. La actitud es lo que transmite elegancia.

¿Ser ‘influencer' es una nueva y seria profesión?

Sí lo es. Se ha creado una profesión dentro de una aplicación de móvil, que es algo muy curioso.

Hábleme de Mallorca…

Pues estoy aquí por lazos de sangre. Había venido de pasada y me encantaba, pero desde que conocí a mi mujer, que se ha criado aquí prácticamente, mi paso por Mallorca se ha convertido en una vivencia que va más allá del simple turista embelesado con la Isla.