Mi billete de vuelta a Palma era para el 15 de marzo, pero ese día cayó el telón: cerraron los aeropuertos y empezó la cuarentena en España. El 22 de marzo cerraron PTY y desde esa fecha nadie se puede mover entre las provincias. Además, no llegué al vuelo de repatriación a España del día 29 marzo.
Ya me han cancelado varios vuelos y de momento no tengo fecha de vuelta porque nadie sabe cuando se abrirá Panamá. ¿Quizás a finales de mayo? ¿Junio? Nadie lo sabe. Ley marcial, hombres y mujeres no pueden salir el mismo día y la venta y el consumo de alcohol están prohibidos.
Llevo más de siete semanas viviendo en la selva. El día 15 de abril se marcharon la cocinera y los gerentes de la casa repatriados por sus países y, como hablo castellano, me tocó asumir varias responsabilidades inesperadas. Somos vulnerables en esta pequeña isla pero, por suerte, tenemos guardias con armas para protegernos de invasores y bichos venenosos. A mí me tocó cocinar, entre otras funciones. Por supuesto aquí hay cuarentena y, si nos llegara la COVID-19, no tenemos ningún recurso médico.
Cada tres semanas nos puede llegar, con muchos permisos oficiales vía conductos requeridos, un barco con provisiones y gasolina para generadores, pero son limitados dado que el país está como el resto del mundo. Ahora me informan de que llegan las tormentas tropicales: lluvias con litros de agua como cortinas que no paran durante días.
La isla está cerca de un parque nacional llamado Coiba y la selva es salvaje, mágica , oscura y bastante intimidante. Me impactaron los monos al principio: sus gritos y chillidos son desconcertantes. Parece que vuelan entre las ramas y que los árboles se mueven. Hay ruidos poco familiares y no sabes si son animales que huyen o vienen a por ti... Habitantes con muchas patas como escorpiones, iguanas, serpientes, víboras, tarántulas, cocodrilos, hormigas venenosas o cangrejos de tierra. En fin, he tenido que aprender a identificarlos y a intentar matarlos antes de que me echen veneno o muerdan. Por la noche también aparecen en los cuartos y camas y hay que inspeccionar con una luz negra antes de acostarse.
Pero la jungla es mágica, cada una de sus partes es una obra de arte. Sobrevuelan muchos pájaros exóticos y las mariposas aparecen segundos efímeros como cuando a un diamante le da un rayo de sol.
He aprendido muchas cosas en este exilio inesperado. Cada uno hemos tenido que adaptarnos a las circunstancias y a lo que tenemos entre las manos para sobrevivir esta crisis mundial. Verlo en pantallas y dispositivos electrónicos es muy asombroso y casi increíble. No me puedo imaginar el dolor de los que han sido afectados directamente.
Hay que intentar poner buena cara a esta tormenta, ante los desafíos que afrontamos, apreciar lo que tenemos, tener paciencia, coraje y fe. Creo que ha sido un tiempo de reflexión profundo para todos.
He tenido la suerte de poder montar un pequeño estudio en un rincón de mi cuarto.
Puedo imprimir imágenes en la impresora y hay revistas viejas, cola blanca y tijeras. Con eso soy feliz. Creo que nos hemos dado cuenta de que necesitamos mucho menos de lo que pensamos. Estoy usando materiales nuevos y desconocidos. Creo que los artistas tenemos mucha suerte porque la imaginación nos permite crear con cualquier cosa.
Ha sido muy difícil estar tan lejos de mi familia, de mi casa y de mi pueblo en estas semanas. Es como quedarse con la puerta cerrada sin llaves. Añoro mi hogar y estudio en Valldemossa muchísimo. Llevo la majestuosa Serra de Tramuntana siempre en el corazón y me da fuerza cuando me quiero rendir... Es mi ancla y saber que un día podré volver, me da la paz que necesito.
Ánimo a todos. ¡Regresaré con recetas de iguana, coco, caña ácida y de tot!
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