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Ante el ritmo frenético de la sociedad actual, las presiones profesionales y los problemas personales, la cerámica se alza como un eficaz tranquilizante. «Tras un mal día en el trabajo, vienes aquí, desconectas, y te vas a casa contento y con una cuchara», explica Xavi, con una traviesa sonrisa mientras esculpe lo que va a ser su próxima maceta. Hace apenas dos meses no tenía ni idea de cerámica. Ni se le pasaba por la cabeza. Sin embargo, un amigo le regaló un curso con Elisa García –Elisa Braem de nombre artístico–, y desde entonces, se ha enamorado. De la cerámica, de su profesora y del bonito grupo que conforma su clase. Son los principiantes del taller de Elisa. Seis personas a las que esta actividad les une en una cita semanal. Andrea, una de ellas, empezó de igual forma que Xavi, a través de un curso-regalo, y se quedó al descubrir que este arte era su píldora personal contra el estrés: «Aquí no hay presión. Si te sale torcido no pasa nada, no como en mi trabajo», bromea esta cirujana de la Isla.

Precisamente, son muchos los médicos, arquitectos y diseñadores que recurren a esta técnica para combatir la tensión de sus respectivos trabajos. «Es mi momento. Son dos horas que me dedico a mí», apunta su compañera Rossie, casi en trance, con la mirada bien atenta a lo que va a ser un jarrón. Este rato les ayuda a parar el tiempo, a disfrutar del momento y a activar la máxima atención y concentrarla únicamente en el diseño de su pieza. No piensan en nada más. «Al elaborar objetos con tus propias manos usas la creatividad y el razonamiento. Te paras y aprendes a mirar a tu alrededor», explica Elisa, la profesora. Es frecuente que los más inexpertos se sorprendan al nunca antes haberse planteado qué formas configuran objetos básicos como una tetera o una taza. «Al principio, siempre quieren hacer utensilios típicos como tazas y platos. A medida que van avanzando, descubren que se puede hacer mucho más. La cerámica es inabarcable». Además, Elisa subraya que «esto tiene sus tiempos, y en ellos se descubren rasgos personales, como la paciencia, o la vena artística. Es una forma de callar y escucharse a uno mismo».

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Andrea, esculpiendo su nueva tetera bajo la supervisión de Elisa. Foto: T. Ayuga.
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Piezas de alumnos. Fotos: T. Ayuga.

Poner en valor la cerámica

No es de extrañar que quien pruebe, se quede. En este espacio, ubicado en el casco histórico de Palma, se respira buen rollo. La suave música de fondo se combina con momentos de risas y charlas entretenidas. Es ‘La Guilda', el taller de cerámica de la joven artista mallorquina Elisa Braem. Acabados sus estudios en las mejores universidades europeas de arte, volvió a la Isla, junto a su pareja, Julio Varela, también escultor. La idea inicial era montar su propio taller, para continuar elaborando obras que exponen en galerías de arte. Pero los planes cambiaron cuando, al poco de aterrizar, percibieron el poco interés que había en la cerámica. «Dijimos: ‘Esto lo tenemos que cambiar'». Y así nació ‘La Guilda', un taller para que el público general descubra esta antiquísima manera de crear. «Es una forma de que se den cuenta del conocimiento, el tiempo y el talento que requiere la elaboración de estas piezas. Queremos que así entiendan por qué las tazas de profesionales artesanos no tienen el mismo precio que las fabricadas en serie», recalca. No hace falta tener conocimiento ni capacidad artística. Tras unas breves nociones teóricas sobre los tipos de arcilla, los tiempos de cocción y los esmaltes, uno puede dar forma a sus propios objetos. «Lo que mola es que puedes hacer lo que quieras. Se lo propones y te enseña a hacerlo tú mismo», recalca Marta. «Si le dedicas tiempo y cariño, siempre sale algo bonito», sentencia la profesora.