Refrescándose en las fuentes de los jardines de s'Hort del Rei. | Jaume Morey

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Náuseas, fatiga, calambres, agotamiento extremo y hasta desmayos son algunas de las manifestaciones que produce el estrés térmico, un fenómeno asociado a las temperaturas extremas y a los efectos del cambio climático. A pesar de la confusión que a veces surge entre el estrés térmico y el golpe de calor, este último, al ser una urgencia, se manifiesta de una forma súbita y aguda, mientras que con el estrés, los pacientes notan un empeoramiento progresivo a partir de los 30 grados o tras cambios bruscos de temperatura.

Y aunque se trata de un fenómeno poco conocido entre la población, según explica el portavoz de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), Lorenzo Armenteros del Olmo, cada vez se ve con «más frecuencia». Según destaca Armenteros del Olmo, el estrés térmico puede provocar una descompensación en personas con una enfermedad crónica, pero al no ser conocedoras de este fenómeno, achacan el empeoramiento al calor lo que puede acarrear consecuencias sobre su enfermedad. Es por tanto, que el portavoz de la SEMG considera que el mejor mecanismo de defensa es una buena hidratación y evitar en lo máximo posible la exposición a estas altas temperaturas.

Del mismo modo, el psicólogo en Activa Psicología (Madrid), José Antonio Tamayo, considera que, en la medida de lo posible, la mejor forma de hacer frente al estrés térmico es refrigerar el hogar, evitar el sol e intentar conciliar el sueño, para así combatir el «agente estresante». En caso de que esto no sea posible, Tamayo considera clave desarrollar la «resistencia al malestar» y aceptar que las altas temperaturas no se pueden cambiar. Además, el psicólogo asegura que el estrés térmico no afecta por igual a cada persona por lo que no hay un perfil único.

El impacto anímico del frío

Tamayo explica que las consecuencias psicológicas que provocan las bajas temperaturas no son tan marcadas como el estrés térmico generado por las olas de calor al ser «mucho más fácil combatir el frío que el calor». En todo caso, argumenta que los efectos negativos que se dan entre los meses de otoño e invierno están enfocados en el aspecto anímico, y se deben a la falta de horas de luz y no al propio frío. La falta de sol resulta en un empeoramiento de los cuadros depresivos, los cuales mejoran en primavera y verano debido al «factor estacional».

El papel de las «islas de calor»

El urbanismo de las ciudades juega un papel relevante en la reducción del estrés térmico y la lucha contra las «islas de calor», según ha asegurado a Efe el delegado de Desarrollo Urbano del Ayuntamiento de Madrid, Mariano Fuentes. Aunque hace hincapié en que «no es una solución a corto plazo», Fuentes subraya la importancia de los parques verdes, del correcto aislamiento de los edificios, del uso de materiales que reduzcan la absorción del calor y, en definitiva, de la creación de refugios climáticos. En este sentido, Fuentes señala que el objetivo es reducir entre 1,5 y 2 grados la temperatura de Madrid a cinco años vista con, por ejemplo, la apuesta por el Bosque Metropolitano -la red de parques que rodean la ciudad- que ocupa más de 75 hectáreas y sobre el que el Ayuntamiento ha invertido 48 millones de euros.