Los clientes disfrutan de los servicios de Can Gavella, en Playas de Muro. | MIQUEL A. CANELLAS

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Disfrutar de una comida con vistas al mar es uno de los mayores privilegios de la Isla. Los chiringuitos, que han sido testigos de los cambios registrados en las zonas costeras, son lugares idóneos para pasar un momento de tranquilidad junto a familiares y amigos. En los últimos años han evolucionado, influenciados también por una transición hacia un turismo más calmado y de segunda residencia. «Produce muchos más beneficios que el que viene solo a por la fiesta», cuenta Ernesto García, propietario de El Chiringuito, un local emblemático de Costa de la Calma que abrió sus puertas en los años 60 y recibe cada vez menos turistas en busca de sol y alcohol.

Para este tipo de turismo la Isla era considerada antes como «el paraíso de los pobres», asegura Lise Marcussen, propietaria del restaurante Bugambilia, y venía a Balears con el único objetivo de encontrar fiestas en cualquier lugar. Este establecimiento de Cas Català es uno de los chiringuitos de playa más antiguos de Mallorca. Fue a mediados de los años 50 cuando se abrió, y fue adquirido por Julio López en 1976, quien siete años después contrajo matrimonio con Lise Marcussen.

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Alejandra Peña, Milagros Granda, Ernesto García, Irene Pedrera y Maite Granados en El Chiringuito.
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Ernesto García en su negocio.

La fidelidad es una de las señas de identidad de este nuevo turismo, con una tendencia a visitar los mismos sitios cada año al conectar de manera especial con todo lo que envuelve a estos locales. Así lo reconoce Jaime Perelló, propietario de Can Gavella, donde tienen reservas de los mismos clientes semana tras semana, año tras año. La historia de este local de Playas de Muro se remonta a mediados de la década de los 70, cuando Sebastià Perelló y su hermano abrieron el restaurante que hasta el año 2000 se llamaba Dos Pins, por dos grandes ejemplares de pino que había en el lugar. Cuando estos murieron, los dueños decidieron bautizar el local con el mote familiar, Gavella.

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Sobre estas líneas, Jaime Perelló, propietario del chiringuito, sobre la zona de arena desocupada por orden de Costas.

Este chiringuito es uno de los más afectados por la orden de Costas de suprimir las mesas en la arena. Jaime Perelló, al frente de Can Gavella, calcula que durante los meses de julio y agosto pueden llegar a perder hasta el 70 por ciento de sus ingresos respecto al año anterior, unas cifras que considera como «un batacazo brutal». A pesar de ello, sigue siendo uno de los puntos de encuentro más populares del verano en la Isla. «Esta nueva tendencia del turismo es muy positiva tanto para nuestro negocio como para la imagen de la Isla de cara al exterior», explica Jaime Perelló mientras prepara el local para recibir a su clientela habitual, que siempre llena el local.

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Arriba, Álex Vega, Miguel López, Jaime Losilla, Adib Ur, Álvaro Jareño, Miguel Mesquida, Lise Marcussen, Pablo Moll, Michael Cepollina, José Hugo y José Torralba, trabajadores del restaurante Bugambilia.
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Vista panorámica del lugar.

El negocio crece

La pandemia afectó gravemente a la mayoría de los chiringuitos de la Isla, que en algunos casos necesitaron de ayudas económicas para sobrevivir en 2020 a causa de las restricciones, pero este año están retomando la normalidad con cifras similares e incluso superiores a las de 2019. «Ahora mismo tenemos el viento a favor en todos los sentidos», comenta Lise Marcussen, ya que son muchas las personas que no han podido visitar la Isla en los dos últimos años y se reunirán durante este verano en su chiringuito de Cas Català.

Son muchos los que consideran oportuno mantenerse en lugar de seguir creciendo. «La Isla ha llegado al tope, existe la necesidad urgente de estabilizar las cifras del turismo», comenta Ernesto García desde la Costa de la Calma, muy preocupado por el deterioro que el exceso de turistas provoca en el entorno natural. «Dentro de unos años nos podemos echar las manos a la cabeza por no haber actuado a tiempo en un tema de vital importancia», lamenta el propietario de un local que ha vivido en primera persona los cambios que ha registrado esta zona de Calvià a causa del desarrollo urbanístico en las últimas décadas.