Imagen del que hubiera sido rey Jaume IV en el Ajuntament de Palma. | Josep Mas

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Ha llovido mucho desde aquel lejano 2008, cuando un equipo de entusiastas del pasado y la historia de Mallorca comandados por Josep Mas, Miquel Gayà y Gabriel Ensenyat, y apoyados por la arqueóloga Helena Inglada y con la colaboración de Climent Picornell entre otros, se propusieron buscar sobre el terreno la tumba desaparecida de Jaume IV, nominalmente el último heredero de la Corona de Mallorca. Marcado de por vida por la trágica pérdida del reino de Mallorques, el infante luchó aun siendo un niño junto a su padre Jaume III en la famosa batalla de Llucmajor para recuperarlo, y por su beligerancia contra la Corona de Aragón pasó largo tiempo preso. Con los años protagonizó una fuga de película y armó un ejército para recuperar lo que le pertenecía por derecho. Cientos de años después se desconoce aun la suerte que corrieron sus restos mortales, a pesar de que existen algunas teorías.

La misión mallorquina para hallar el lugar de reposo eterno del último rey nominal de la Mallorca soberana contó con la ayuda indispensable de una persona sobre el terreno. La historiadora nacida en Soria Isabel Goig acabó por firmar la novela Ysabelis. Regine Majoricarum, que narra la historia de la infanta Isabel, hija de Jaume III que junto a su infortunado hermano menor luchó toda su vida por recuperar los derechos sobre el Regne de Mallorca. Ese texto precisamente surge a raíz de los estudios de los mallorquines que hace casi quince años se desplazaron a la capital soriana para hallar la tumba de Jaume IV. Pero había un problema. El monasterio donde al hijo de monarcas se le dio cristiana sepultura hace mucho tiempo que desapareció de la faz de la tierra.

La Real Academia de la Historia destaca de Jaume IV que «en 1349 pasó por la terrible experiencia de presenciar, en la batalla de Llucmajor, la muerte de su padre y de su hermano Pagano, y él mismo resultó gravemente herido en el fragor del combate». Después de la guerra le esperó una vida de reo, a pesar de que por sus venas corría sangre real que le emparentaba con la dinastía dominante. Por decisión de Pere el Ceremoniós, rey de Aragón, lo sacaron del castillo de Bellver (Palma) para llevarlo a València, donde su madre la reina Violant y su hermana, la infanta Isabel, fueron internadas en un convento. A él lo encerraron en el castillo de Xàtiva, con especiales medidas de aislamiento. «Al Cerimoniós le preocupaba que Jaume IV sacara los testamentos de sus predecesores», indica Josep Mas, pero ahí volveremos más adelante.

Oliéndose lo peor, el monarca catalanoaragonés dictó el traslado del prisionero a Barcelona y estableció una compleja normativa para custodiarlo. «Su vigilancia correría a cargo de cuatro hombres en turnos de rotación semanal, no podría recibir visitas, salvo de su familia, ni escribir cartas, y la correspondencia que le fuera enviada, sería intervenida. Bajo ningún concepto podría salir del castillo y de noche debía permanecer dentro de una jaula de hierro junto con uno de los guardas. La rotación semanal, pensada para evitar relaciones y tolerancias, se convirtió en el mayor instrumento de difusión de su situación. Muy pronto —la noticia corría de boca en boca— toda Barcelona conocía sus condiciones de encarcelamiento. Lo que el rey quiso —su aislamiento total, su muerte en vida— se convirtió en una reacción generalizada de piedad y afecto; lo que el rey esperaba, que la dureza de las condiciones carcelarias provocaran la claudicación del infante Jaume, es decir, su renuncia a los derechos sobre la Corona de Mallorca, nunca fue aceptado», refiere la Real Academia de la Historia.

El creciente ambiente de simpatía hacia el infante tuvo una consecuencia directa. En la madrugada del primero al 2 de mayo de 1362, aprovechando que Pere el Cerimoniós se encontraba lejos de la Ciudad Condal, un grupo de hombres fieles a la antigua familia real mallorquina penetraron en la fortaleza con la complicidad de sus oficiales, apuñalaron al que dormía junto al infante en su jaula y lo liberaron. Existen disensos entre los historiadores sobre sus pasos concretos entonces, aunque a buen seguro todos ellos cumplían una misma finalidad: recuperar el reino que su padre perdió.

En agosto de 1374, tras diversos avatares que lo llevaron a recorrer media Europa, el infante Jaume atravesó el Rosselló por el Conflent con seis mil mercenarios y su hermana Isabel. Atravesó los Pirineos y accedió a las tierras de la llamada Catalunya Vella por el condado de Urgell, donde se dedicó a saquear y ratziar villas con la esperanza de que la población tomara partido por él. A pesar de no lograrlo tuvo una destacada penetración en territorio catalán y se adentró hasta Sant Cugat del Vallés, a poco más de diez kilómetros de Barcelona, sin mucha oposición. Sin embargo, ante la imposibilidad de apresar la capital catalana por sus propios medios, ni contar con refuerzos suficientes, se replegó y acabó por pasar la frontera hacia Castilla para ponerse a salvo.

Puede que herido, tal vez enfermo, el infante Jaume –quien hubiera podido ser conocido como Jaume IV de Mallorca– conoció el frío invierno de Soria. No vería ninguno más. Durante años los estudiosos Ensenyat, Mas y Gayà indagaron en los archivos y buscaron viejos papeles dentro y fuera de las fronteras de España. En su testamento el infante Jaume legaba a su hermana Isabel el derecho de seguir batallando por su legítima posesión de la corona mallorquina. Según Mas «Jaume IV conservó los testamentos de todos los reyes, desde Jaume I, y eso era lo que Pere el Cerimoniós temía y le quería quitar a toda costa cuando lo mantenía cautivo».

SORIA. ARQUEOLOGIA. LOS ARQUEOLOGOS FINALIZAN LAS EXCAVACIONES EN SORIA SIN RASTRO DE JAUME IV.
Los arqueólogos en el lugar de la excavación realizada en 2008. Foto: R.C.

A partir de este importante documento histórico los especialistas baleares teorizaron que el lugar exacto donde podían permanecer los restos mortuorios del infante Jaume concordaba con el antiguo convento de San Francisco de Soria, a su llegada convertido en un solar de escombros. Mas atesoró los documentos que certificaron que el 16 de febrero de 1375, en un antiguo convento franciscano de la ciudad castellana, hubo un entierro real. A él acudieron la infanta Isabel, que desde la muerte de Jaume IV pasaba a ser Regina Majoricarum, y el príncipe Juan, más tarde proclamado monarca de Castilla. «Hasta ese momento, en Soria no le habíamos dado ninguna importancia a ese rey» reconoce la autora Isabel Goig, embarcada por una bonita coincidencia en este apasionante viaje por desentrañar lo desconocido y olvidado de la historia de Mallorca.

Finalmente, el equipo mallorquín fijó como posible lugar de sepultura del infante Jaume la capilla de la Concepción del convento de San Francisco, que podría pertenecer a la familia nobiliaria Ramírez de Ariano, cercanos al infante con diversos pactos y alianzas en esferas alternativas a las catalanoaragonesas. Las prospecciones sobre el terreno no fueron determinantes por falta de tiempo y la llegada de una tal crisis crediticia y financiera de consecuencias brutales postergó la búsqueda del infante para tiempos mejores. Por ello la teoría del grupo de mallorquines embarcados en esta misión no es la única opción encima de la mesa. Según recoge en su ensayo el experto Gabriel Alomar i Esteve, «Jaime IV de Mallorca murió en Soria y fue enterrado en el convento de franciscanos de aquella ciudad castellana, pero este convento sufrió un incendio en el siglo XVII. Habría que reseñar la posibilidad de que, después del incendio, estos restos, que eran objeto de cierta veneración, hubieran sido trasladados al claustro de la Colegiata de San Pedro, donde todavía se conserva un entierro de enigmática atribución».