Elena Moreno (Palma, 1999), Paula Castillo (Granada, 1999) y Ana Truyols (Palma, 1999), estudiantes de sexto de Medicina en la Universitat de les Illes Balears (UIB), junto con su amiga Juana Ferragut (Palma, 1999), estudiante de Matemáticas, partieron al continente africano a principios de agosto con el objetivo ser testigos de las diferentes realidades que coexisten en el mundo mediante un voluntariado con las hermanas de los Sagrados Corazones. Hasta entonces conocedoras solo de la teoría de la Medicina –excepto Juana, totalmente ajena al ámbito sanitario– decidieron lanzarse de lleno a la práctica y ofrecer cualquier ayuda necesaria.
Desde Mallorca, aterrizaron en Rukara, un pueblo en el distrito de Kayonza, al este de Ruanda y limítrofe con Tanzania. Predominaba un paisaje tricolor con suelo rojizo, adornado con el verde de los plataneros y coronado por un azul muy intenso. Ni rastro de nubes ni del humo de los coches, pero también sin agua corriente, tiendas al uso ni carreteras. Se encontraron con una población en la pobreza más extrema, cuyo sustento es la agricultura de supervivencia, a veces, insuficiente para alimentar a los cinco o siete hijos de media de las familias.
Las cuatro estudiantes de la UIB ayudaron en su estancia al único médico ruandés –pagado por la Fundación Barceló– que da servicio sanitario a los 100.000 habitantes de Rukara. Vacunaron a personas contra la COVID, a bebés recién nacidos contra la polio y la tuberculosis y realizaron controles de peso y talla a niños para valorar su nivel de desnutrición y prescribirles un tratamiento, entre otras acciones. Quizá una de las experiencias que más les marcó fue la de ayudar a asistir partos. Paula nunca olvidará a la mujer que acompañó en todo el largo proceso de dilatación, con la que congenió y horas después ayudó a dar a luz a su pequeña Iruminé: «Se me escapó un latido del corazón cuando la cogí, nada más nacer. Era muy escurridiza y se la di corriendo a la madre. Ha sido uno de los momentos más felices de mi vida». Conmovida por ese vínculo con la familia, además de ayudar a nacer a Iruminé, Paula la apadrinó, asegurando su educación y sanidad durante los próximos 16 años.
A pesar de las calamidades que padecían, a las chicas les sorprendió el carácter amigable y jovial que mantenían los habitantes. Cuando las veían, los niños corrían a abrazarlas. «¡Umuzungu!» ('persona blanca' en kinyarwanda, la lengua principal del país) coreaban, asombrados por lo diferentes que eran. Acabaron bailando en una peluquería, viajando en moto con una monja y manteniendo muchas conversaciones existenciales con el que se tornó allí su confidente, el padre Jean, un párroco ruandés que había vivido en Italia. «La gente es más feliz porque no es consciente de la pobreza que padece. No entienden que hay personas en el mundo que no duermen en el suelo», concluye Elena.
Cambio de valores
Agosto no fue un mes más para las cuatro jóvenes. Tras tres semanas, volvieron a casa cambiadas: con trenzas, vestimenta ruandesa, pero, sobre todo, con una concienciación férrea sobre las desigualdades mundiales, la pobreza y el hambre, así como con una profunda determinación por tratar de ayudar en lo posible. Para las tres futuras médicas, la experiencia les ha ayudado a coger práctica y aumentar su empatía con los pacientes, aunque Juana concluye: «Creo que todos deberíamos ir una temporada para ser conscientes de la desigualdad mundial». De vuelta en Mallorca, tienen Rukara aún muy presente y están recaudando dinero con el objetivo de poder construir en la localidad que les ha acogido una cisterna, para evitar que mujeres y niños caminen a diario 10 kilómetros para conseguir agua potable. Los interesados en donar pueden ponerse en contacto con Elena a través de su Instagram @elena_morenom.
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