El humorista en El Café Cala Gamba, que el próximo año también celebra treinta años de éxitos, donde comenzó con performance y fiestas temáticas. | Julián Aguirre

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Es uno de los rostros más conocidos y queridos de la sociedad mallorquina. Agustín Martínez Martínez, (Granada 1963), más conocido como Agustín ‘El Casta', se subió por primera vez a un escenario hace treinta años. Creador de numerosos personajes y autor de un humor cotidiano, nunca imaginó que se dedicaría al espectáculo, pues era recaudador en Hacienda.

Estudió en los colegios Virgen de Lluc y San Pedro, hasta que llegó a la Universitat de les Illes para estudiar Geografía e Historia.  El servicio militar lo realizó en Cartagena y tras la instrucción juró bandera en el cuartel de Bunyola. Su primer trabajo fue de mozo en Distribuidora Rotger y posteriormente en el hotel Son Vida, en el servicio de habitaciones.

¿Cómo fue su inicio en el mundo del espectáculo?
– Mi hermana Margarita y Malen Bonet decidieron coger El Bungalow, en temporada de invierno, que ahora está tan de moda porque lo quieren quitar. Allí hice de todo, desde camarero a fregar platos, cuando salía del trabajo. A mí siempre me ha gustado ejercer como relaciones públicas ya que de mis fiestas y marchas en Luna conocía a mucha gente. Un año después, en 1992, cogimos un hotel cercano y un amigo austriaco nos traía muchos clientes que querían algo de animación y ambiente español, así que hicimos una fiesta en playback y ropa flamenca.

¿Ese fue su primer show?
– Sí. Lo recuerdo como si fuera ayer. Reyes Arnau, que era la cocinera del restaurante; Elisabet Pérez, camarera, y yo hicimos un escenario en la piscina con cajas. Antes de subirnos al escenario nos bebimos una botella de whisky y mi primera actuación fue Soy minero de Antonio Molina. En ese preciso instante me dí cuenta de que para eso era para lo que yo había venido al mundo. Estos treinta años se me han pasado volando.

¿Cuándo llega al Café Cala Gamba?
– Pues un año después. En 2023 hará 30 años también. Por aquel tiempo era un salón del reino de los Testigos de Jehová. Empezamos haciendo performances y fiestas temáticas. En el local no cabía un alfiler. Llegamos a salir en el País Semanal y fuimos portada en el diario Baleares.

¿Cuándo decide dejar el empleo de recaudador y meterse de lleno en el espectáculo?
– En el año 1996 fue cuando decidí dejar de trabajar en Hacienda. Una mañana fui a embargar un piso a un señor a la plaza París, de Palma. Que la verdad me dio mucha pena. Y esa misma noche, el mismo hombre estaba sentado entre el público de El Café Cala Gamba. Había venido con unos amigos a ahogar las penas y yo lo tenía delante. Así que decidí dedicarme a hacer reír a la gente y que pasaran un buen rato.

¿En alguna ocasión ha pensado en tirar la toalla?
– Nunca me he arrepentido de dar aquel paso. Esta profesión absorbe pero también me da la vida. Aunque fíjese, ahora estaría pensando en la jubilación.

De sus personajes, ¿a cuál le tiene más aprecio?
– Es verdad que todos los que he creado e interpreto son muy queridos, pero Lorenzo Llamas es quien mas alegrías me ha dado.

Siempre hace humor cotidiano. Pero, ¿hay algún tema que no toca?
– Claro. Nunca me meto con los muertos o con las deficiencias físicas de la gente, no hago chistes de cojos o enfermedades... Pero sí hago chistes sobre calvos.

Antes de salir al escenario. ¿tiene alguna manía o superstición?
– Me tomo un cortado. Si la actuación es en el Cala Gamba, un chupito. Ah, y siempre me santiguo.

Es un rostro muy famoso. ¿Le molesta esa popularidad?
– En absoluto. La gente me trata como alguien cercano. Claro que me quita intimidad, pero si quiero no sentirme observado, salgo de Balears y ya está.