Gabriel Álvarez, cocinero experto en recetas ‘tex mex’, sobre su ‘chopper’. Junto a él, Fernando Benítez, el dueño. | Pere Bota

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En el verano de 1969 se estrenó Easy Rider, un manifiesto de la generación hippy protagonizado por Denis Hopper y Peter Fonda, que a España llegó seis años tarde por cortesía de la dictadura. Es una cinta de culto para quienes veneran la contracultura y todo un clásico entre las road movies, así como para los fanáticos de las motos. Su trascendencia fue tal que incluso se la menciona como precursora del cine independiente. Juzguen ustedes mismos: Fonda era amigo de los Beatles; Terry Southern, el guionista, fue uno de los personajes retratados en la portada del Sgt. Pepper; y Hopper se codeaba con la flor y nata de la Beat Generation... por tanto no se trataba de un puñado de oportunistas buscando el pelotazo, sino de una brillante expresión de contracultural dispuesta a tomar el corazón de Hollywood.

Las dos ruedas habían conquistado el mundo y a Fernando Benítez, un andaluz instalado en sa Roqueta, al que la afición le llegó por vía sanguínea: «Mi padre es motero y me inculcó la pasión por las motos». Adicto a la fragancia a goma quemada, aceite y gasolina, reconoce que aunque Easy Rider «me marcó profundamente» nada puede compararse a «la veneración que siento por Clint Eastwood». Fotogramas de sus spaghetti western, rodados a las órdenes de Sergio Leone en Almería, penden de las paredes de Hollister Bash Saloon, su local y centro de culto para los moteros. Situado en un enclave de paso estratégico, es un auténtico rara avis ya no solo en Llucmajor sino en toda la Isla.

«Han venido turistas americanos que me han dicho que el local es como los de Estados Unidos», relata con orgullo.

Cultura biker, rock and roll y sabores fronterizos conforman el seductor cóctel que conquista no solo a moteros, pues «nuestro principal público es el familiar, vienen por nuestra cocina tex mex». Sus fogones estrechan México y el sur de los EEUU con los clásicos tacos y chili «totalmente caseros» e imponentes hamburguesas de angus. Y mientras comemos, el rostro pétreo de Clint Eastwood, junto a retratos de Gian Maria Volonté, Lee Van Cleef y otros nombres del spaghetti western nos observan inmutables, colgados del interior del espacio rematado con billares, futbolín, dardos y una pantalla gigante donde, como no podía ser de otra forma, «se proyectan carreras de motos». Aquí, el dúo Hooper-Fonda se habría sentido en casa, como así el Marlon Brando de Salvaje o el irrepetible Sergio Leone, dueño de un lenguaje vigoroso y conductor de historias que alcanzaban dimensiones extraordinarias.