Amparo en su ‘hogar’, donde convive con otros tres ‘sin techo’ desde hace dos meses, y algunas noches hay ladrones que intentan roberles lo poco que tienen. | Click

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Amparo Juárez Martín tiene 51 años y vive, desde hace dos meses, en la entrada de los aparcamientos de la plaza del Rosellón, frente a lo que fuera Bingo Balear. Vive con otros tres sin techo, uno de ellos compañero suyo.

La vida de Amparo, sobre todo a partir de los 13 años en adelante, ha sido muy dura. A esa edad, su padre, que sentía una mayor predilección por su otra hermana que por ella, le dijo que, o se iba ella de casa, o se iba él, entre otras cosas porque con su madre tampoco se llevaba, es más, salía con otras mujeres, cosa que ésta no ignoraba.

Tres parejas, tres hijos

Amparo no se lo pensó y se fue. Tenía 13 años. Y se fue con un chico nueve años mayor que ella, que además era adicto a las drogas, a las que terminó enganchada ella.    «Y eso fue lo que no me perdonaré nunca. Sobre todo por el dolor que le causé a mi madre… Y también porque uno se hace adicto a la droga porque quiere… Porque la gente que te rodea te puede inducir, pero si tú no quieres, ¡es que ni la pruebas! Cosa que yo no hice, sino que me metí porque quise. Y lo pagué, pues por la droga me ocurrieron muchas cosas, entre otras, prostituirme, que es el medio más fácil para conseguir dinero para seguir drogándote… Con ese chico tuve un hijo, con el que viví hasta que murió de una sobredosis… Tiempo después me junté con otro… Vivimos juntos durante siete años y tuvimos una hija. Hoy, él está muy enfermo, tanto que cualquier día me dicen que se ha muerto. Con la niña, que ya es una mujer, me llevo muy bien…»

«Me clavó un cuchillo»

Por último, encontró otro hombre, «con el que me casé y tuve un hijo. Al principio las cosas iban bien, tuvimos un niño…. Hasta que dejaron de ir por el buen camino, todo por el mal trato que recibí de él. Por eso, y porque me amenazó diciéndome que si no era para él, no era para nadie... Porque yo, viendo su comportamiento hacia mí, me quería ir de su lado… Un día que discutimos delante del niño, sacó un cuchillo y me lo clavó. El niño quedó en shock… Le denuncié, le metieron en la cárcel y cuando salió le pusieron una orden de distanciamiento que no cumplió, a la vez que fue poniendo a mi hijo en mi contra, cosa que consiguió, pues hoy ni me quiere ver…».

Por todas esa razones, su vida entró en una espiral peligrosa, «dado que no veía salida por ninguna parte, siendo mi refugio la droga y el alcohol… Una noche, y si me preguntas te diré que no sé por qué lo hice… Es más, te diré que ni me acuerdo, le prendí fuego a ocho contenedores de la calle Blanquerna. Me detuvieron y me pasé en la cárcel cuatro años, viendo cosas allí que si me las cuentan no me las creo… Lo único positivo de esos años es que me desenganché… Cuando salí,    me dieron 473 euros, que te los asignan durante 18 meses como ayuda para vivir, una cantidad que te da para poco, pues si alquilas una habitación... Eso si te la quieren alquilar siendo una expresidiaria, se te va todo ese dinero, ¿y de qué comes…? Sí, me dieron una solución: irme a Ca l’Ardiaca… Pero allí no se puede vivir, hay drogadictos, alcohólicos, no mucha limpieza –nos muestra el brazo lleno de costras producidas por picaduras de chinches–… Y pasa eso porque el centro no está dotado de medios. Porque quienes trabajan allí hacen lo que pueden, y si no hacen más, es porque carecen de medios… Yo, a los políticos que dicen que vivimos en la calle porque queremos, pues hay albergues que nos acogen, les diría que vivieran dos días en Ca l’Ardica, y al decir vivir incluyo dormir y ducharse. Seguro que al salir, los que aguantaran, no dirían lo mismo….».

Vive en la calle

Al salir de Ca l’Ardiaca vivió en la calle. Sola. «Lo cual, para una mujer, es un peligro… Lo digo porque he sufrido varios intentos de violación. De hecho, tengo denunciado a uno… Por fortuna encontré a estos –se refiere a los tres hombres– y vivimos aquí, sobre el parking, pero siempre con el temor de que te puedan robar, cosa que han intentado varias veces, y cada vez de madrugada, cuando creen que estás dormido. Y tú me preguntarás, ¿pero quién quiere robar a alguien que no tiene nada? Pues piensan que como pedimos, tenemos monedas, o como nos dan comida, pues van a por ella… Y nosotros nos defendemos como podemos. Ayer, sin más, puse una denuncia».

Amparo nos cuenta que tienen un plan. «De lo que cobramos cada mes, apartamos doscientos euros que se los dejamos para que nos los guarde una persona de confianza. ¿Y sabes por qué lo hacemos? Pues para reunir el dinero suficiente para alquilar una casa en la que vivir».

Le tocó la lotería

Para finalizar, nos cuenta algo que le ocurrió hace 28 años, y que pudo haber cambiado su vida    totalmente. «Cuando la lotería tocó en Palma, en 1995, yo llevaba un número que compré en La Torre, por el que cobré 10.000.000 de pesetas, que las repartí, la mitad a mi madre, cuatro millones a mi hijo mayor, y uno para mí. Como eran días de fiesta y nosotros seguíamos enganchados, nos pusimos hasta las cejas, tanto que un día entré en la habitación y me encontré con mi marido muerto por sobre- dosis… No me preguntes qué pasó con el dinero, pues no lo sé».

Al recordarlo no notamos que en sus palabras, ni en la mirada, haya emoción, pena o desencanto. Eran tiempos de drogas, donde lo que importaba era el presente, el tener para metérselas en la vena sin pensar en otra cosa… Por supuesto que ahora debe de estar arrepentida, pero ¿qué puede hacer, salvo intentar enmendar la plana que la vida le puso un día delante de ella para que le escribiera…?