Me dirijo a una villa situada a las faldas de la Tramuntana. El acceso perimetral se encuentra a cientos de metros de la vivienda. Acciono un moderno timbre, me identifico y un gigantesco portón se abre con la solemnidad de un cofre que esconde un deslumbrante tesoro. En los aledaños de la impresionante propiedad me recibe Borja Roca, de Voltic, una empresa de domótica avanzada. Se acerca y me estrecha la mano al tiempo que esboza una sonrisa de cortesía. Es entonces cuando reparo en que este experto en el desarrollo e instalación de domótica sin obras ni cables guarda un parecido razonable con Ben Barnes. A quien no le ponga cara le avanzo que encarnó el personaje de Dorian Gray, aquel dandi de belleza inmarchitable, epítome de narcisismo, surgido de la brillante mente de Oscar Wilde. Ronda los 30 años pero conserva un semblante adolescente que trata de disimular con una incipiente barba. «¿Qué quieres saber?», me pregunta.
Diantre. Eso no es una pregunta, es un laberinto. Lo quiero saber todo, pienso para mis adentros. Pero bastará con una noción superficial para no aburrir al personal. La gente es muy selectiva con según qué temas, y hay quien piensa que la domótica es un campo muy trillado. Podría estar de acuerdo de no ser porque los sistemas de última generación van un paso más allá, tal y como explica Borja «monitorizan literalmente el hogar». Y es que la migración tecnológica –de electricidad a electrónica– ha abierto un universo de posibilidades, que van desde el control de luces, electrodomésticos y música, hasta elementos de lo más insospechados. «Podemos controlar la temperatura y salubridad del agua de la piscina interior climatizada, la potabilizadora, así como todo tipo de niveles de seguridad gracias a la inteligencia artificial, como apagar el horno a distancia o hacer que la campana de la cocina se apague cuando detecte que ya no hay humo. También podemos cerrar las válvulas hidráulicas de la casa». Naturalmente, todo esto repercute en el ahorro energético de la vivienda, «una buena domótica te ayuda a controlar el gasto de una vivienda».
Otras funciones aplicadas a la finca en la que nos encontramos, repleta de cultivos de lavanda, comprende «el riego con unos goteros que tienen sensores de humedad, temperatura y viento. El sistema sabe cuándo tiene que regar en función de una serie de inputs», confirma el experto.
El trabajo
Cuenta Borja que en condiciones normales un equipo domótico «puede instalarse en unas cuatro o cinco horas, siempre que hablemos de un piso». En una finca con las dimensiones –gigantescas, desproporcionadas, bíblicas...– como en la que nos encontramos la cosa puede alargarse «una o dos semanas». Aquí han instalado un equipo de última generación que, asegura, «es el futuro de la domótica». Obstinadamente minucioso, controla cualquier aspecto, hasta «la apertura gradual de la persiana de la habitación, que hacemos que se levante unos pocos centímetros cada minuto, de modo que el cliente se vaya acostumbrando lentamente a la luz» –qué forma más placentera de despertarse, ¿no creen?–, y todo desde la comodidad de nuestro propio teléfono móvil.
Comenzamos a pasear por la propiedad y, según avanzamos, va desgranando las interioridades de su trabajo, por el que siente auténtica pasión. Nos asegura que la domótica es un campo al que no se le adivinan los límites, «es el futuro que ya está aquí, con domótica podemos hasta programar la cafetera para que nos haga un café a las ocho en punto». Y sin cables ni historias, «usamos sensores e internet».
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