Silvia se fue con uno de los tres deseos que tenía cumplidos. Quería regresar a los escenarios, incluso en silla de ruedas, quería tomar el sol tumbada en la arena del desierto y quería volar en avioneta. Consiguió esto último, y lo hizo hace algo más de tres semanas, pero no pudo realizar los otros dos. La leucemia, contra la que estaba luchando desde hace algunos años, se lo impidió. Se nos fue a las cuatro de la tarde del miércoles, 28, unas pocas horas antes de que emprendiera su último viaje Serafí, con quien, allá dónde se encuentren, cantará a dúo. ¡Seguro!
La última vez que hablamos con Silvia fue hace poco menos de un mes. Pasamos por su casa, con Ángel Cortés, el repostero, para felicitarla por el vuelo que acababa de hacer, llevándole una tarta «de parte de todos los que te quieren», ponía la tarjeta, y un libro, Los viajes de Gulliver, para que se entretuviera y, de paso, siguiera soñando.
Esa mañana, Silvia, tras anunciarnos que en un par de días, a través de las redes, podríamos ver el videoclip de una de sus canciones preferidas, Payaso, nos dijo que no lo veía muy claro... «Al futuro, me refiero, aunque yo voy a seguir luchando con todas mis fuerzas hasta donde pueda... Y si no consigo tumbarme sobre la arena del desierto, extenderé la toalla en la terraza de casa y tomaré el sol desde allí».
Nos contaba todo esto tras la publicación del reportaje de su vuelo en avioneta que había conseguido gracias a dos buenas amigas suyas, Jessi y Marga, que fueron las que gestionaron el vuelo... Pese a todo, la notamos contenta. Su rostro reflejaba preocupación, pero también esperanza...
Pero no pudo ser..
Quienes conocimos a Silvia, tenemos que agradecerle, como mínimo, dos cosas: la lección que nos dio desde el momento en que supo que tenía leucemia, sabiendo, además, adaptarse a su nueva vida, en la que la silla de ruedas formó parte de ella, y lo mucho que hizo por visibilizar esta enfermedad, primero, como madrina de Fotos con historia, y luego –siempre– a través de ella, animando a la gente a que se hiciera donante de médula, uno de los mejores guerreros contra esta enfermedad. Y siempre lo hizo con la mejor de sus sonrisas.
La noche que la conocimos
A Silvia la conocí una noche que fui a cenar con Marily Coll y mi mujer al Valparaíso. Desde la mesa escuché una voz maravillosa… Me levanté, me acerqué hasta donde estaba el pequeño escenario, y allí la vi. Vestía de negro, seguía cantando, acompañada al piano por su inseparable Fede, quien estuvo con ella siempre, hasta el final… Me quedé escuchándola tres o cuatro canciones más hasta que vino mi mujer a buscarme… Dos días después la localicé por teléfono, quedamos en el parque en que está el Museo Saridakis… Hablamos más de una hora… Me contó su vida, sus pasos en la música, lo ilusionada que estaba y lo mucho que le quedaba por hacer… Bastantes meses después, me llamó, quedamos en el mismo sitio… Pero esta vez el motivo de la llamada nada tenía que ver con el de la vez anterior. Me llamó para decirme que tenía leucemia, y que se iba a someter a una operación…
Tiempo después, estando ingresada en Sant Joan de Déu, solía ir verla. Y lo hacía en domingo por la tarde, que era cuando montaba en una habitación una especie de escenario, desde donde, acompañada por Fede, les cantaba a los otros internos y a los enfermeros que estaban de guardia..
¡Qué genial eras, tía…! Por eso no te vamos a olvidar nunca… Desde aquí queremos mandarle un abrazo muy fuerte a sus padres por haber estado siempre a su lado, apoyándola hasta el final, ofreciéndole a diario su mejor sonrisa, animándola a seguir…
Los artistas no se van solos
Horas después de la marcha de Silvia se nos fue Serafí Nebot. Lo suyo fue poco menos que una muerte anunciada, pues desde hacía meses había dado un gran bajón. Miquel Vives, uno de los hombres fuertes de la radio de los años 70 y 80, amigo y vecino suyo, nos estuvo relatando cómo fueron sus últimos días. «Le visitaba a diario… Porque, aparte de amigos, éramos vecinos. Pero últimamente le veía tan deprimido, que por no deprimirme más yo, espaciaba las visitas».
Serafí había nacido en la calle Mar, número 2, de Son Servera. Desde niño estudió solfeo, dado que la música fue su gran pasión. Sobre todo la música clásica. «Más de una vez –nos contó Vives–, cuando le hacían una entrevista, se quejaba de que le preguntaran sobre él, sobre la música del momento, pero nunca sobre la música clásica».
Serafí hizo la mili en el Cuartel del Carmen, en Vía Roma, de Palma. «Dos tíos míos, Magín y Miguel, que eran mellizos, eran músicos –nos dice Vives–. Magín, concretamente, era la mano derecha del director coreano de la Orquestra Simfònica, Eak-tai Ahn… Pues bien, los dos tíos míos animaron a Serafí a que entrara a formar parte de la banda de música del citado cuartel, cosa que aceptó, haciendo, de paso, la mili».
Entra en Los Javaloyas
¿Que cómo entra a formar parte de Los Javaloyas? Entre otras cosas porque la formación liderada –y creada– por Luis Javaloyas llevaba en su repertorio bastantes temas del compositor alemán Helmut Zacharias, muy de moda en aquellas décadas prodigiosas de la música, como fueron los años, 60, 70, 80 del siglo pasado, y también porque, entre otros instrumentos, Serafí tocaba el violín, y encima cantaba. Por eso le ficharon, y lo bueno es que con ellos, Los Javaloyas, ha estado toda la vida, siendo el último en desaparecer. Hay que decir también que estando con Los Javaloyas, en los ochenta, entró como músico de la Simfònica, donde se reencontró con la música clásica.
Primer almuerzo sin él
Con Serafí hemos coincidido muchas veces, y siempre nos ha parecido la misma persona: educado, divertido, amable, buen conversador, buen escuchador, modesto, con genio –si lo sacaba–, discreto en cuanto a su vida privada –no solía hablar de sus matrimonios ni de sus hijos, a los que quería por igual–, y enamorado de la música clásica y del violín, «tanto que en la recta final de su vida –nos cuenta Miquel Vives– adquirió un violín eléctrico, al que conectaba unos auriculares que anulaban el sonido exterior, haciendo que solo se pudiera escuchar él, lo cual me fastidió porque dejé de escucharlo desde mi casa, privándome de su música».
¡Ah, bueno…! Entre sus aficiones estaban el tenis y el golf, a los que solía jugar… Y cuando tenía tiempo libre, y vivía en Palma, a menudo le veíamos entrar con su violín enfundado en las instalaciones del Club Militar Es Fortí. Iba allí, no como socio, sino para reunirse con viejos músicos y tocar un rato. Y es que la música lo era casi todo para él.
El pasado sábado, en Pula, sus amigos Javier Cortés, Toni Nadal, Romeo Sala, Pascual y Miquel Vives, y el hijo de Serafí, Marcos Nebot, se reunieron a manteles. Fue un almuerzo –como nos contó Miquel–, respetuoso en el recuerdo de Serafí, «pero no hubo tristeza, pues quisimos recordar a nuestro amigo como era: una persona feliz y siempre de buen humor. Su hijo, Marcos, que ocupó el sitio que solía ocupar su padre cada vez que nos reuníamos a comer en Pula, seguramente se dio cuenta de cuánto le queríamos todos». Descansa en paz amigo. Nos quedamos con tu recuerdo, con tu música y con una calle a tu nombre en el pueblo donde naciste, Son Servera.
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