TW
5

C oincidimos con Irene Kehl, ciudadana alemana residente en la Isla desde principios de la década de los 90, en la exposición-subasta silenciosa de obras del escultor Dángara y el pintor Pepe Carrillo, que se celebró la pasada semana en el Hotel Artmadans, de Palma. Es una mujer muy positiva y solidaria, que cada vez que nos la encontramos nos ofrece la mejor de sus sonrisas y un caramelito. Así que decidimos tomarnos un café con ella y charlar, sobre todo de su solidaridad para quienes, o no tienen nada, o se encuentran solos.

Hostelería, banca y turismo

La cita fue para días después, en el Bar Cristal, a media mañana, pues a medio día debía desplazarse a una residencia para acompañar a una persona enferma, y… Pues que allí nos la encontramos, sentada en torno a una mesa de las del fondo. Antes que nada os diré que Irene, que fue una de las niñas de la postguerra –nos referimos a la segunda Guerra Mundial–, no le quedó más remedio que adaptarse a los tiempos que le tocó vivir. Que posteriormente estudió hostelería en el Balneario Odenwald/ Bergstrasse, situado en la región de Gras Ellen Back, «profesión que en Alemania no ejercí, ya que mi marido consideró que los horarios eran muy complicados, por lo que entré en el mundo de la banca, a través del Stadtsparkasse. En 1992, tras haberme divorciado en 1990, con una amiga mía, Wilma Van Melis, que ya murió hace años, me vine a Mallorca. Primero trabajé en la recepción del Baulo Pins, de Can Picafort, posteriormente en el Albufera Park, y más adelante en el complejo Playa Esperanza, de José de Luna, donde conseguimos una estrella más….».

La soledad no es buena

Una vez jubilada, Irene dedica gran parte de su tiempo, y sin ánimo de lucro, a los demás. Y lo hace a través de lo que se denomina Voluntarios de Clínica, «que en la actualidad somos doce, debidamente respaldados por nuestro consulado», y dentro de poco ampliará esa faceta solidaria a través de Herztat Stiftung, asociación presidida por Roland Werner, que tiene en Mallorca al frente de ella a Birgit Schrowange, siendo su cometido el de ayudar a alemanes que viven en soledad y que tienen dificultades a la hora de comunicares, ya que no hablan español.

«Ahora, como le he dicho, voy a Bunyola, a estar con un alemán que vive solo en una residencia. Estoy con él una o dos horas… O el tiempo que sea necesario. Le hago compañía, hablamos de lo que él quiera… Y como va en silla de ruedas, si le apetece, nos damos un paseo, nos tomamos un café, y si necesita algo, procuro ayudarle a conseguirlo. Él me trata como si fuera de su familia, y yo también pienso que es de la mía. En el caso de que no estuviera bien, y las circunstancias lo requirieran, me podría quedar a su lado durante toda la noche, cosa que ya ha pasado en otras ocasiones. No con esta persona, pero sí con otras. Y usted me preguntará que qué gano yo con esto… Pues, materialmente, nada, pero para mí es una gran satisfacción poder hacerlo, puesto que es muy grande la diferencia que hay entre una persona que no tiene a nadie a que tenga, aunque sea solo un par de horas al día, la compañía de alguien, con la que pueda hablar… Y es que, ¿sabe?, la soledad es muy mala para todos... Por eso me ofrezco para acompañar a personas que están solas. Es más, si yo estuviera en esas circunstancias, agradecería que alguien viniera, aunque solo fuera un rato, a hacerme compañía. Luego están las personas que pasan unos días, o unas semanas, en un hospital, personas que están solas, sin nadie que las visite, lo cual es también muy triste. Pues nosotros las visitamos, estamos con ellas unas horas, les preguntamos si necesitan algo, tratamos de resolver como podemos los problemas que puedan tener… Cada una de nosotras tenemos asignados dos clínicas. Yo tengo Sant Joan de Déu y una clínica privada, donde no nos ponen ningún inconveniente, todo lo contrario, ya que nos avala nuestro consulado».

Entre la satisfacción y la tristeza

Le preguntamos si tiene conocimiento de que haya algún alemán viviendo en la calle, cual indigente… «Pues, lamentablemente, sí, los hay. Son personas que por cuestiones laborales, o familiares, se han quedado en la Isla, solos, sin trabajo, sin dinero, a veces enfermos, a veces trastornados por haberse quedado sin nada… ¡Pues claro que los hay, lamentablemente…! Recuerdo a una mujer que vivía en una plaza, cerca del mar, a donde iba a bañarse y a lavarse la ropa… Comía de lo que le daban y no molestaba a nadie… Un día la ingresaron en el hospital y se encontraron con que el dinero que tenía lo llevaba cosido en la ropa que vestía… Y ella, seguramente, no lo sabía. O no se acordaba de que lo tenía… ¿Que qué hacemos con ellos...? Es muy complicado, ¿sabe? Sí, porque a través del consulado tratamos de localizar de dónde son, y si lo logramos, intentamos encontrar a algún familiar, y si lo conseguimos… Pues a veces se da la circunstancia de que no todos quieren saber de esa persona. Incluso los familiares… Y en el caso de que no tengan a nadie, vamos, que estén completamente solos, también, a través del consulado, contactamos con el ayuntamiento de la ciudad donde vivían y pedimos información de esa persona… Pero como no todos tienen los papeles en regla, el ayuntamiento no puede concederles ninguna ayuda… Es un problema, ¿sabe?, que a veces no tiene solución. Aparte de que estas personas tampoco colaboran mucho si tratas de ayudarlas para que salgan de donde están, tal vez porque a lo mejor se han acostumbrado a esta nueva forma de vida… Por eso, ya digo, lo nuestro te da muchas satisfacciones, sobre todo cuando ves que ellos agradecen nuestra compañía. Pero también te da tristeza cuando intentas hacer todo lo que está en tu mano por ayudar a esas personas que viven en la calle y ellas no colaboran».