Jaume Santandreu, en Can Gazá. | Click

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Jaume Santandreu es, posiblemente, además de fundador, la persona más longeva de Can Gazá, una finca en plena Naturaleza, sita en La Real, que hace unos 60 años -recuerda- «una señora llamada Catalina Cañellas, y luego su hija, Amparo, nos cedieron a cambio de que se la cuidáramos. Una casa en la que vivimos 20 personas, en edades comprendidas entre los 40 y 70 años, todos discapacitados en un mayor o menor grado, y entre ellos algún enfermo mental soportable. La mayoría no tienen familia, o carecen de cualquier contacto con ella. ¡Ah!, dos de ellos van en silla de ruedas, uno por parálisis y el otro por amputación de su pierna izquierda. ¿Qué cómo nos llevamos…? Pues como todas las familias, a veces bien, a veces no tan bien. Pero nos soportamos».

Con Jaume hablamos en el comedor del caserón, ubicado en la primera planta, cerca de la cocina y de un pequeño despacho. Tiene 85 años, y pese a que estos puedan pesarle en lo físico, su mente es lúcida, y lo que guarda en ella, que no es poco, está más que bien clasificado.

Como le conocemos desde cuando ambos éramos bastante más jóvenes, podemos decir que él siempre vivió en y con la pobreza. De no haber sido por eso, si hubiera tomado otros caminos, dada su mente, no diremos que privilegiada, pues suena a película, pero sí muy bien amueblada, hoy sería cardenal. O como mínimo, obispo o arzobispo. Pero él prefirió estar con los pobres, y luchar por ellos. Estuvo en Burundi, Perú, trabajando para los pobres, de regreso a Mallorca fue cura-obrero, ya que trabajó en un hotel, hasta que un buen día optó por trabajar con los pobres, «y ahora estoy viviendo como un pobre, pues soy uno más entre ellos…Lo de las preposiciones, el verbo ser y la palabra pobre en mi vida son importantes -apostilla-, me refiero a por los pobres, para los pobres y soy pobre».

-Es decir, primero, en África y Sudamérica, estás con los pobres: vives y trabajas con ellos. Regresas, y trabajas para los pobres, además, creas centros de acogida para ellos, te manifiestas y haces huelga de hambre para reivindicar sus derechos. Y hoy, ahora, sigues estando entre los pobres…

-Y soy muy feliz. ¿Por qué? Porque vivir como un pobre es de lo más feliz. La desgracia más grande es ser rico, ya que la riqueza te convierte en egoísta. Solo piensas en ti, en enriquecerte más, sin pensar en quiénes no tienen nada. Por eso, vivir como un pobre, como yo vivo, es un gozo, mientras que soportar a los miserables es una angustia.

-Volvamos a Can Gazá. ¿Cómo os organizáis? Porque salvo dos personas externas que han sido contratadas por l' Associaciò Can Gazà Ices (Instituto contra la exclusión social), todo lo hacéis vosotros, ¿no?

-Nos organizamos formando equipos, que son varios: cocina, campo, limpieza, lavandería y granja. La norma es que dediquemos, como mínimo, cuatro horas al día a nuestros trabajos, que hacemos de acuerdo a nuestras posibilidades físicas y mentales. Los más fuertes se ocupan, digamos, de los más duros, y el resto hacemos los más sencillos. Pero cuatro horas cada día, eh. Pues esa es la norma…

-¿La norma?

-Sí. Trabajando esas horas, ya digo, dentro de las posibilidades de cada uno, nos ganamos la comida y el poder estar aquí. Nos sentimos que nadie nos regala nada, que lo poco o mucho que nos toca es por el trabajo que nuestras posibilidades nos permiten hacer. Y es que, ¿sabes?, el mayor crimen contra la dignidad humana es la limosna y la beneficencia, ya que ambas te dicen que cómo persona no sirves para nada. Y lo peor, que te dicen también que «yo te ayudo por Dios». Y esto te lo extrapolo al sistema en el que vivimos, que con la beneficencia, al dártelo todo sin exigirte a cambio de que trabajes, que hagas algo, lo que puedas, está creando vagos. Todo, repito, por dártelo todo hecho, sin obligarte que, a cambio, hagas algo… Y de vago a maleante hay un paso -dice, mirándote a lo ojos-. Sí, créeme: la droga más grande de un pobre es no hacer nada. Y sino, mira a tu alrededor. Mira lo que pasa. El pobre no deja de ser pobre y muchos terminan delinquiendo.

-¿Y eso sucede también con los centros de acogida oficiales?

-También. Construyen el centro, para que funcione le ponen funcionarios, y como todo lo hacen estos, el acogido en el centro no hace nada. Duerme allí, sale a la calle sin ningún compromiso laboral, se pasea… ¿Y qué ocurre? Pues que estás creando vagos…

- Y esto, en Can Gazá, no ocurre…

-Pues no. Porque ya te he dicho, tenemos dos personas externas que se ocupan de lo oficial… En teoría, claro. Porque si ven que necesitamos ayuda, nos la prestan. Y aquí incluimos también al presidente de l' Associaciò Can Gazà, Juame Mateu, que junto a esas dos personas forman un equipo para el que no cuentan ni los horarios, ni los días festivos. Y lo demás lo hacemos nosotros. Incluso hacemos cosas para otros centros… Para el comedor social Zaqueo, para quienes cocinamos cinco veces a la semana, percibiendo por ello una pequeña cantidad que llega de parte de una grandísima asociación, Horizonte, que junto a otra pequeña cantidad que nos da el IMAS, sobrevivimos. Gracias a eso y al trabajo de todos los que vivimos aquí. Por eso, hoy, a mis 85 años, me considero un hombre de suerte: vivo en el campo, tengo un trabajo y me siento útil. ¿Qué más puede pedir?

Desde el comedor escuchamos en trajín que hay en la cocina. Sentimos a Juanito, uno de los dos que viven prácticamente en una silla de ruedas, ordenando a otro no sé qué de las patatas, mientras que, a través de las vidieras del balcón vemos a otro residente acercándose a dónde están tumbadas las ovejas…Y es que como bien dice Jaume, en esta especie de pequeño paraíso en plena Naturaleza, por obra y gracia del trabajo de quiénes viven en él, y de la bondad de una familia cediéndoles la casa y el espacio, junto al apoyo de Horizonte, a la vista está que si todos trabajan, todo es posible.

-Pero, desgraciadamente en Mallorca no hay muchas Catalina Cañellas dispuestas a dejar a la sociedad una casa para que en ella vivan personas sin medios, como vosotros, ni tampoco muchos Horizonte…

-¿Qué no…? Hay cientos de casas cerradas. En Esporles está la rectoría, con huerto, que está completamente cerrada desde hace tiempo… ¿Por qué no la donan para que vivan en ella personas que no tienen nada? Y yo creo que si nos ponemos a buscar un alma que se ponga al frente de una comunidad como la nuestra, y que no sea una institución, también la encontraremos. Porque está claro que el tren de la pobreza sigue existiendo, ahora falta encontrar el maquinista, y no dejarlo todo en manos de las instituciones, que crean espacio, asignan funcionarios a su funcionamiento, los llena de sin techos que no hacen nada, lo cual convierte al lugar en un centro de vagos. Busquemos en ayuntamientos y en conventos esos lugares. Que si lo hacemos, seguro que los encontraremos. Porque si lo hemos hecho nosotros….

Tras conversar sobre otras cosas de la vida que nos afectan de un modo u otro, nos despedimos de Jaume.

-Oye, por cierto, ¿por qué siempre has sido, y eres, tan claro en tus opiniones…? Jaume sonríe.

-Muy sencillo. Soy así, y hablo de forma clara y directa, porque no tengo nada que esconder. Porque es evidente que si quieres luchar por algo, tienes que andar limpio, ya que como te puedan encontrar algo, lo buscarán, te lo sacarán y te lo echarán en cara. Y eso conmigo no puede ser, ya que de mi vida lo he contado todo. No tengo nada que esconder.