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No debe preocuparse. Si las campanas de Cort tocaron este viernes a las 10.10 horas no es porque en Figuera esté desajustado, sino porque los relojeros Antoni y Biel Julià comprobaban su sonido. Los maestros relojeros, padre e hijo, realizaron la penúltima revisión del emblemático reloj del Ajuntament de Palma, preparado ya para darle la bienvenida al Año Nuevo.

De factura francesa, en Figuera capta los sentidos: la exactitud de su tictac o todos sus engranajes en movimiento cuando coge cuerda son una exhibición de ingeniería mecánica, de un objeto diseñado no ya para controlar el paso del tiempo, sino para superarlo. Para los Julià, que visitan cada viernes el reloj y se encargan de los relojes monumentales de Ses Salines, Montuïri, Alaró, Llucmajor o Felanitx, es algo de lo más habitual. «Engrasamos la maquinaria, graduamos las oscilaciones del péndulo para ajustar la hora –aunque no varía mucho, el reloj es muy preciso–, observamos los martillos de las campanas, los pesos, la esfera y realizamos labores de limpieza», explica Biel que, junto a su padre, se encarga de su cuidado desde hace tres años, cuando relevaron al antiguo maestro relojero de Cort, Pere Caminals, y pusieron la máquina a punto, desmontándola por completo y cambiando piezas desgastadas.

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Los Julià deben recorrer varios pisos para mantener el artefacto, cuyo eje central, que conecta el mecanismo con la esfera que preside la fachada del Ajuntament, atraviesa las oficinas del Departament de Personal de Cort. En el primer piso de la torre se encuentra el mecanismo y, algo más arriba, se encuentra la campana que da nombre al artilugio: su historia se remonta al 1863. El Gran i General Consell le compró a los dominicos una torre en la calle de la Victòria, donde instalaron un reloj con campana, obra del argenter Pere Joan Figuera. Más tarde, en 1660, la campana se quebró y fue refundida para obtener la actual. En el año 1848 se trasladaron el reloj y la campana al edificio de Cort. Finalmente, en 1863 se sustituyó el antiguo reloj por el actual, fabricado por la casa Collin. Y en 1964, el relojero Fernando Fernández se encargó de electrificar el mecanismo. Desde entonces, las manivelas que servían para darle cuerda se hallan escondidas en el fondo de un armario. «En el pasado, el encargado y su familia vivían abajo, donde hoy están las oficinas, y subían cada tanto para darle cuerda a la maquinaria», señala Biel.

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La relojería es un oficio de legado: los artesanos trabajan sobre la labor de los antiguos maestros, y el oficio pasa de padres a hijos. Es el caso de los Julià. «Con solo 17 años, mi padre, Gabriel Julià, decidió que trabajar en el campo no era lo suyo. Quería un trabajo en el que no le diera el sol. Su tío le mandaba desmontar motores, por lo que tenía cierta idea de mecánica. Estudió relojería por correspondencia, en la Academia de San Sebastián, y en el año 1952 montó Rellotgeria Brújula, en Felanitx», explica Antoni que, de la mano del relojero palmesano Pep Lluís Forteza, empezó con la restauración y el cuidado de relojes monumentales en 1999.

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«He estado toda mi vida entre relojes. En el 74, con trece años, me puse a trabajar. Entonces todos los relojes eran mecánicos, y arreglábamos de todo. Y todavía lo hacemos. Estoy muy orgulloso de que mi hijo continúe con el oficio, si no se acabaría todo. Ya quedan pocos relojeros en la Isla», concluye Antoni que, como su hijo, tiene bastante trabajo para 2024. Entre sus más próximas obligaciones profesionales, se encuentra arreglar la campana de en Figuera, que presenta numerosos elementos oxidados y otras imperfecciones, «ya está presupuestado, lo dejaremos perfecto», añaden.

La última revisión de en Figuera correrá a cargo de Antoni que, en los últimos tres años, ha vivido las Campanadas junto a su mujer en la terraza de la torre. «Compruebo que toque a las 23 horas, y ya estoy tranquilo. Nos sentamos, escuchamos el alboroto de la plaza, tomamos las uvas y descorchamos una botella de champán y cuando acaba todo, volvemos a Felanitx».