Al ver un partido de ‘roller derby’ por primera vez parece algo caótico, pero la estrategia y la comunicación son claves en este deporte de contacto «feminista y autogestionado». | SHAUN SCOTT

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Cuando los benjamines del Espanya Hoquei Club concluyen su entrenamiento, la pista de la plaza Berenguer de Palou –la popular plaza de los Patines–, no queda vacía. Allí también se desliza el equipo de Ses Bèsties: nacida en noviembre de 2020, es la primera formación femenina y autogestinada de roller derby en la Isla. Los orígenes de este deporte se remontan a los años 30 en Estados Unidos; se popularizó en los 2000 y se formalizó con la creación de la Women’s Flat Track Derby Association, encargada de regir las normas del juego.

«No existe un prototipo de jugadora, muchas empiezan sin base de patinaje. El origen del deporte es femenino y todavía sorprende que una mujer use la fuerza bruta. En el roller derby conoces a mucha gente nueva, te ayuda a superar la frustración y brinda un sentimiento de pertenencia», afirma la jugadora Ana Sancha, que conoció la disciplina en la película Whip It!

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Despertó su curiosidad, buscó en redes sociales y todos los equipos jugaban en la Península. Para su sorpresa, encontró que la gallega Elena González, recién llegada a la Isla, buscaba formar un equipo, «fui de las primeras en contactarle. Ya se ha marchado, pero fue quien tuvo la iniciativa». Otra fundadora de Ses Bèsties es Aina Expósito, que ya practicaba roller derby en Barcelona. «Empodera a las mujeres, nunca habíamos ocupado este espacio. Con el roller te redescubres con una fuerza y unas capacidades que desconocías», expresa Aina, integrante del comité de entrenamientos del equipo, ya que otra de sus particularidades, de la que presumen, es su organización asamblearia.

El juego

Esta es una disciplina de contacto, donde la velocidad y la estrategia son claves para hacerse con la victoria: sobre patines tradicionales, dos equipos de cinco jugadoras se enfrentan en una pista ovalada. El partido dura una hora y se divide en dos partes, formadas por tiempos de juego de dos minutos, conocidos como jams. Cada equipo cuenta con una jammer, la encargada de anotar los puntos. Estos se consiguen cuando la anotadora logra superar a las bloqueadoras contrarias, que harán todo lo posible por impedirle el paso y, a su vez, facilitar que su jammer supere el muro defensivo contrario. Puede parecer un juego algo caótico, pero la comunicación es esencial.

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La formación todavía no forma parte de la Asociación de Roller Derby de España (ARDE), reguladora de los equipos y gestora de la liga nacional. La carencia de una pista reglamentaria –23 por 32 metros, y un mínimo de tres metros entre la última línea y el final de la pista–, y de uso habitual, es su mayor impedimento. «Este año tenemos diferentes objetivos: fortalecer la estructura del equipo, la insularidad es complicada y la plantilla es inestable; conseguir una pista para organizar amistosos, mejorar los entrenamientos y jugar más en la Península. Y después ya nos meteremos en ARDE», afirman las jugadoras.

Ahora bien, aunque no compitan con regularidad, su compromiso no disminuye. Entrenan varias veces a la semana, dos horas por sesión y, a pesar de ser un deporte muy minoritario, logran captar nuevas incorporaciones. Como explica Sancho, no hay un prototipo de jugadora, aunque todas buscan la adrenalina de la velocidad y el contacto. «No patinaba desde los 15 años. Vengo del rugby, y me recomendaron el deporte. Tu cuerpo ya está acostumbrado al impacto. Me ha encantado el sentimiento de equipo», explica Conchi Mármol, una de las incorporaciones más recientes junto a Laura Fariñas, que concluye: «Siempre me gustaron los deportes de riesgo, como el mountain bike, el surf o la apnea, y el roller también te aporta instantes de adrenalina».