Daniela y Fred en uno de los amplios recintos acotados de su finca posando junto a una hembra y su joven potro. | Pere Bota

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Siempre me fascinaron las películas del oeste y sus pintorescas galerías de personajes, tipos que conocieron épocas mejores pero que aún se aferran a la posibilidad de volver a comenzar, a la esperanza de un nuevo día. Y nadie encarnó ese rol como John Wayne. ‘El Duque’, como le apodaban en Hollywood, fue un hombre excesivo, fumador y bebedor empedernido, perfeccionista y leal con sus amigos. Quizá esa pasión por la vida, ese ansia de autenticidad que le consumía, fue la que impulsó sus caracterizaciones. Brutal y tierno a la vez, nunca una mirada fue tan elocuente.

La música es mi otra pasión. Y si hablamos de autenticidad, no me viene otro nombre a la cabeza que Bruce Springsteen, un artista genuino que a lo largo de su carrera ha forjado himnos que resumen a esa América que se desvanece, reflejada en carreteras asfaltadas con sueños (Thunder road) y personajes al límite (Downbound train). Viene esto a colación de mi visita a Es Ravellà d’es Cavalls, una finca atravesada en el paisaje de Portocolom. Si me despertara en este paraíso de 15 hectáreas consagrado a la doma y crianza de caballos, y me dijeran que me encuentro en el Sur de California, créanme, no lo pondría en duda.

Es Ravellà d’es Cavalls se alza imponente sobre un promontorio que arroja vistas al mar, alejado de la mirada de curiosos y sumergido en un abismo de silencio. Tan solo el silbido de los pájaros rivaliza con el relinchar de los caballos. Junto a las cuadras me aguardan Fred y Daniela Büschel, una pareja alemana que comparte su pasión por estos nobles animales.

«Me crié con caballos, siempre me han fascinado», expresa Daniela con una gesticulación más propia de España que de su país de origen. No solo es su expresión, toda ella destila esencias mediterráneas. Es amigable, cercana y muy empática. Fred tampoco encaja con el patrón distante y observador del alemán. Es hablador y muy afable.

Daniel y Fred Büschel junto a su jinete Ignasi Maria Nicolau, montando a Ethan.

Ambos se expresan correctamente en castellano, «a mi cuesta un poco más», apunta ella. No es cierto. Se la entiende mejor que a la mayoría de sus compatriotas que a duras penas deslizan un simple ‘buenos días’. Daniela pone su conocimiento de los caballos al servicio del rancho, mientras Fred se ocupa de las cuentas. Se complementan a la perfección.

Aprendizaje

Como la vida, el mundo de la doma «es un aprendizaje continuo», apunta Daniela mientras Fred se enciende un cigarrillo y asiente con la cabeza. Alcanzar la perfecta armonía entre jinete y caballo es una meta a largo plazo, y el primer paso es conocer y conectar amistosamente con el animal. «El buen trato al caballo es una regla imprescindible en Es Ravellà», agrega Fred con el rictus serio, signo de la importancia que encierran sus palabras.

Doy fe de que un caballo -y cualquier otro animal- no podría ser más feliz en ningún otro sitio. Las cuadras son amplias y están en perfecto estado de revista, todas disponen de acceso directo al exterior, y basta ver la sonrisa que dibujan los rostros de mis anfitriones cuando observan a sus caballos para entender el amor que les profesan.

Para las tareas de doma cuentan con la ayuda del experto jinete mallorquín Ignasi Maria Nicolau, quien durante nuestra visita monta a Ethan, una joven y prometedora montura que se proclamó Campeón de Baleares en la categoría de 4 años en el reciente campeonato celebrado en Menorca. En Es Ravellà reciben cada año a a la reputada jinete Dorothee Schneider, «que imparte un clinic». La alemana posee una medalla de oro olímpica. Compradores de todo el mundo visitan este rancho para hacerse con los mejores caballos, pero ninguno sale sin la aprobación de Fred y Daniela. «Si no nos gusta el comprador el caballo no se vende», apunta Fred, quien tiene claro, como John Wayne, que los principios no se compran.