Cuentan que el puzle se inventó en 1762. Un londinense de nombre John Spilsbury, experto en cartografía, recortaba y pegaba sobre una madera trozos de mapas como nuevo método para enseñar geografía. Casualmente, aquellas piezas del mapamundi se convirtieron en el primer rompecabezas de entretenimiento. Los puzles del marger Lluc Mir vienen de mucho más lejos en el tiempo; las piezas pesan cientos de kilos y el tablero es el espacio natural, la montaña, las fincas. Y, sobre todo, no son un juego.
Mir es maestro en la vieja técnica de la piedra seca (marger lo llamamos en Mallorca, algo parecido a bancalero en castellano) y utiliza la caliza de la Serra de Tramuntana para levantar terrazas, muros, paredes de contención e incluso obras de arte. Sus creaciones son auténticos puzles de piedras irregulares sin argamasa, rocas que se colocan una sobre otra, que se soportan a la perfección con toques de martillo y cuña y unos golpes de maza.
Lluc tiene 47 años y lleva 25 dedicados a la pedra en sec, una técnica universal que se puede encontrar desde Japón a Canadá, desde Patagonia a casi toda Europa. «Hablamos de construir estructuras –paredes, barracas, bancales, puentes, empedrados…– solo con piedras y prescindiendo de cualquier tipo de cemento u otra mezcla que las una. Como no hay materiales que aseguren su solidez, lo que da fuerza y resistencia es la técnica y la manera de colocar las piedras, las inclinaciones, la forma de tallarlas. La diferencia de la pedra en sec mallorquina son los patrones, que son más aleatorios», explica este auténtico experto en proximidad, ganador en 2019 del Premio Richard Driehaus de las Artes de la Construcción.
Todo empezó hace siglos, cuando para sobrevivir había que sembrar en un terreno muy inclinado debido a la orografía de la cordillera que atraviesa Mallorca en el norte. Cuando llovía torrencialmente, las tierras se movían y el sustento peligraba. A los primeros margers se les ocurrió nivelar los terrenos. Había que comer. Los olivos, algarrobos y almendros conseguían resistir con estas terrazas de piedra. «No eran un capricho estos muros. Ellos utilizaron la piedra, el material más cercano», comenta Mir. En la Tramuntana hay miles de kilómetros de terrazas de pedra en sec, «las han levantado muchas generaciones durante muchos siglos. Crearon un patrimonio y por eso hay que cuidarlo», asegura. Aquí, en este lugar, confluyen dos valores patrimoniales declarados por la UNESCO: el inmaterial de la pedra en sec y el paisaje cultural de la sierra mallorquina.
En busca de la piedra sana
Es curioso, pero a Lluc le va la percusión. La afrocubana que practica con un grupo de músicos amigos de la Isla, y la que percute sobre la piedra natural. «Aquí, cuando una piedra tiene muy buena calidad para un marger, decimos que es una piedra sana. Y lo sabemos porque al golpearla con el martillo, el sonido que sale es como el de una campana». Hace una demostración con un bloque sobrante en una de las construcciones de las que se siente más orgulloso, una obra de ingeniería civil que restauró junto con otros cuatro maestros margers: un muro de nueve metros de alto y 500 toneladas de material que sirve para sostener una de las curvas de la carretera que lleva al santuario de Santa María de Lluc, un emblemático lugar de peregrinación cristiana.
Con más de 130 años de uso, esta vía cedió en 2019 a la altura del mirador del Salt de la Bella Dona. Los muros de pedra en sec no colapsan de repente, se van acomodando y formando barrigas hasta que se vienen abajo. Y entonces se decidió su restauración. Por esta carretera pasan centenares de vehículos al día y miles de autobuses al año. Manos a la obra. Excavadoras para limpiar la zona, máquinas para trasladar las enormes piedras reutilizadas y también las nuevas, pico y martillo para crear esa forma que haga encajar, casi milimétricamente, piedra con piedra. «Este muro forma parte de la red viaria de finales del XIX que hizo más fácil la vida de la gente cuando eran caminos de carros, cuando no existía el hormigón. Aquí hemos puesto piedras de 1.000, de 2.500 kilos. Cuando acabamos, los técnicos utilizaron un sensor para hacer un test de resistencia y estaba por encima de una autopista». Lluc suda solo de contarlo, con su sombrero de palmito y sus herramientas. En esta instalación pudieron demostrar su experiencia y la necesidad de conservar esta profesión artesanal.
Un oficio en peligro de extinción
Admite que todavía hay unos cuantos margers en Mallorca, pero «el oficio está en peligro de extinción. Nosotros tenemos un chaval de 18 años, Miquel, que en año y medio será un gran marger, pero es muy difícil enganchar a los jóvenes. Se hacen cursos pero no se cubren las plazas porque no hablan su lenguaje y porque las vocaciones no surgen de la nada». Mir estudiaba Bellas Artes cuando descubrió la Escuela de Margers. No sabía muy bien de qué iba. «Fue amor a primera vista. El primer día ya me encantó y luego tuve a dos maestros, Sebastià y Tomeu, que me enseñaron mucho. En estos oficios, los consejos y trucos de los maestros sirven para hacerte la vida más fácil». Lluc aprendió después estereotomía para construir cuerpos sólidos como arcos y bóvedas tallando las piedras. Hoy lleva más de seis años trabajando con su cuadrilla en una gran -y famosa- finca mallorquina reconstruyendo kilómetros de muros.
Miembro de la Stone Foundation, asociación internacional que agrupa a canteros y bancaleros de todo el mundo, este mallorquín está enamorado de las piedras y le entristece que su buen hacer se valore más fuera de España. «En 2015 trabajé en una casa de una cantante de ópera en Suiza. Los expertos en restauración que nos traían las piedras alucinaban con lo que hacíamos, nos trataban como auténticos maestros», reconoce con cierto resquemor.
La técnica más sostenible
¿Y si hablamos de sostenibilidad? Ahí la pedra en sec no tiene rival. La piedra que se utiliza es local, el material más cercano, el que elimina emisiones y transporte. «Además, lo usamos para crear estructuras que van a favorecer el drenaje de las aguas, que van a frenar la erosión de la tierra y permitir el cultivo de árboles, que con sus raíces oxigenan la tierra y crean refugio para fauna y flora. Vamos, es 100 % sostenible».
Entre los clientes de su empresa, donde trabajan tres oficiales y tres ayudantes, hay grandes y pequeños propietarios que tienen muros y que necesitan mantenimiento, reconstrucción o restauración. «Nuestro trabajo artesanal lo hacemos para que traspase generaciones, para que sea casi eterno. Hay margers mallorquines trabajando en EE. UU., Noruega, Sudáfrica, en la Península... No tenemos titulación ni estudios, pero sí experiencia acumulada». A Lluc Mir se le nota la emoción en cada respuesta, su pasión por la piedra. «Si la humanidad no hubiese aprendido a manejar la piedra, no tendríamos pirámides, ni el Machu Picchu, ni catedrales, ni suelos, ni caminos romanos,...».