Imagen de Christian junto a su madre, uno de sus grandes apoyos. | Click

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El lunes pasado volvimos al parque de Invencibles (parque La Femur; pasa que nosotros nos tomamos la liciencia de llamarle de los Invencibles, por el servicio que están dando a este grupo de Invencibles de los que os hablé la pasada semana; y también como referente para encontrar el lugar). Y acudimos a este lugar con la intención de hablar con Cristhian Rojas, un joven boliviano, de Santa Cruz de la Sierra, de 25 años de edad, que con su familia se trasladó a vivir a Mallorca y que antes de viajar a la Isla se quedó ciego. Cuando eso sucedió, tenía 15 años.

Una operación de oído... Cristhian y su madre estaban sentados en un banco, a la espera de que diera comienzo la actividad semanal, que para él no era otra que la de correr, cogido a la cuerda en forma de ocho, que a su vez era cogida por la voluntaria que le ha sido asignada, pues corre con ayuda, con alguien que le guíe. Cristhian, antes de comenzar con los preparativos previos al entrenamiento, nos estuvo hablando de él y de sus circunstancias, que han variado bastante a lo que tenía previsto, pues de ver a no ver es mucho en contra.

–¿Cómo sucedió todo?
–Pues resulta que me operaron de un oído, y a raíz de esto, dejé de ver. Perdí la vista.

–Pues menudo golpe ¿no?
–Pues sí. Porque de poder valerme de mi mismo a tener que depender de otros, lo es. Y lo es también porque, de pronto, todo lo que era luz a tu alrededor se convierte en oscuridad.

–¿Y…?
–Imagínese. Si quería caminar solo, me daba golpes contra todo, claro, como no veía. Y eso sucedía al principio. No me acordaba que era ciego y al intentar caminar me golpeaba contra lo que me encontraba delante. Además de eso, cambiaron muchas más cosas.

–¿Cómo por ejemplo?
–Dejé de ir al colegio para ir a APRECIA, que es algo parecido a lo que en España es la ONCE. Ahí aprendí el Brayle, gracias al cual leo y puedo comunicarme con otros invidentes. ¡Ah!, y a raíz de quedarme ciego, también noté como mis amigos iban desapareciendo. Y es normal que eso sucediera. Ya no podía hacer lo que ellos.

–Muy duro eso, eh…
–Sí, lo es. Pero es que es así. Por tanto no te queda más remedio que tener que aceptarlo. Sí, a veces… Antes más que ahora, me preguntaba que por qué me he quedado ciego… Que qué he hecho para quedarme ciego… Pero como no hay respuesta, terminas por aceptarlo y acostúmbrate. Hoy, afortunadamente, voy a Nazaret, donde he hecho amigos nuevos, y también me entretengo escuchando música y la radio

–De no haber sido ciego, ¿qué crees que hubieras sido hoy?
–Futbolista, pues el fútbol se me daba muy bien. Jugaba de centro campista.

–¿Y ahora, cuál es tu objetivo?
–Poder entrar a trabajar en la ONCE, pero para ello tengo que esperar a tener todos los papeles en regla, que espero que se pronto. La ONCE me ha regalado libros en Brayle, libros sobre la historia de España y de otros países que me instruyen y entretiene. De verdad que tengo muchas ganas de entrar ahí, de ser uno más de ellos.

–Si viniera un joven de edad similar a la tuya, que se hubiera quedado ciego, como tú, a pedirte consejo, ¿qué le dirías?
–Que tire hacia adelante. Que la ceguera no tiene vuelta atrás… Pero que no se rinda. Y que dé importancia a as cosas pequeñas, a las que posiblemente antes no valoraba, y que disfrute con lo que tiene.

Tras los preparativos, observo como Cristhian se agarra a la cuerda en formo de ocho a la que lleva cogida de su mano Isabel, la voluntaria que lo guía. Hablan entre ellos para ver cómo van a llevar la carrera, ya que no se trata de echarse a correr, sino de correr pero haciéndolo bien. Si ella coge el ocho con su mano derecha, él debe de cogerlo con su izquierda, si a la hora de empezar a correr ella inicia la carrera con la pierna derecha, él debe de empezar con la izquierda. Y al revés, ya que de lo contrario se complica la cosa, se pierde la compenetración, el ritmo.

–¿Cómo cuántos kilómetros eres capaz de correr?
–Como mucho, uno.

–Y una última pregunta, ¿te gustaría tener novia?
–¡Claro que sí! –sonríe–. Me gustaría tenerla, viera o fuera ciega. No me importaría, ya que al amor no se le ve, sino que se le siente.

A todo esto, observamos que al grupo de Invencibles se ha sumado el concejal de Vox, Fulgencio Coll, y su compañera de partido, Jero Mayans. En un aparte, cuentan que están allí porque han querido conocer a los Invencibles en persona, ver lo que hace y cómo lo hacen y… «Pues ya que están ustedes aquí –les decimos– a Invencibles les haría muy felices ver esa pared que hay ahí, de color blanco… Verla pintada de color rosa, que es su color… ¿Sería muy difícil de conseguir?
El general observa la pared, luego los mira a ellos, les sonríe, vuelve a mirar la pared…
«¿Por qué no se ponen todos delante de ella? –les proponemos– y así, a ver si el Ajuntament se la pinta.

«Por cierto –le decimos a los concejales–, ¿saben que toda esta obra la hacen Nico y los voluntarios sin ninguna ayuda? Sí, gratia et amore. Por eso, de ellos podríamos decir lo que dijo Churchill de los pilotos tras el desembarco de Normandía: «Nunca tan pocos han hecho tanto para tantos», dado que Nico y sus voluntarios están haciendo una gran labor con este colectivo».

No sé, pero nos da la impresión de que vamos a conseguir cambiar esa pared por otra. Basta con que Cort dé permiso para pintarla, que de los grafiteros y pintores que puedan hacer el trabajo, si no nos los proporcionan, nos podemos encargar nosotros en buscarlos. Que seguro que saldrán un montón, pues ¿quién se resiste en colaborar en tan bella causa?
Pues venga, Cort. Dennos ese permiso.