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Impetuoso, carismático y un punto altanero; pero también incisivo, incansable y goleador. Sus progresiones por la banda izquierda eran un auténtico quebradero de cabeza para las defensas rivales. Hablamos, claro está, del inimitable Hristo Stoichkov, aquel jugador que bendecido con su rocoso ‘gen balcánico’ hizo diabluras enfundado en la elástica del F.C. Barcelona. Del delantero búlgaro charlo con su compatriota Mihail Stoyanoff, mandamás de Jardines Stoyanoff. A esto se le llama romper el hielo con empatía. Menuda sonrisa esboza este hombre de mirada serena al rememorar a uno de los grandes héroes nacionales de su tierra, mientras afirma con orgullo «soy del Barça».

Abandonó Bulgaria en busca de nuevas oportunidades y, movido por su pasión por los jardines, fundó la empresa. De eso hace más de quince años. Pero ya les aviso que esto no es un artículo sobre jardinería, y mucho menos una sesión de ‘baño y masaje’ al estilo publirreportaje. La de Mihail es una de las contadas empresas del ramo que realizan podas y otros trabajos que podrían denominarse ‘de alto riesgo’. Eche un vistazo a las imágenes, ¿usted se encaramaría a semejante altura? Yo, no. Junto a sus hijos Yasen e Iván y un equipo de 10 profesionales se encargan de podar y acicalar árboles de todo tipo. En apariencia, parece un buen negocio a juzgar por la cantidad de especies que viven en la Isla, pero también un riesgo debido a la altura.

Sin embargo, tal y como lo explica Mihail, parece que una vez que se supera la barrera del miedo su labor es -como dicen en mi tierra- bufar i fer ampolles. Pero no. «Este trabajo no puede hacerlo cualquier persona, comporta mucho sacrificio aunque luego te da muchas satisfacciones», desliza. Como es obvio, reconoce que es imprescindible no sufrir vértigo para desenvolverse en su profesión, pero lo principal es mantener la cabeza fría: «Cuando estoy en los más alto de un pino nunca pienso en la altura», agrega.

Mihail Stoyanoff. Foto: P.Bota

Pese a realizar una tarea de riesgo, «muy pocas veces utilizamos grúas ni elevadoras con cesta, habitualmente usamos cuerda, hebillas y aparatos de zig zag para trepar». Mihail advierte de los peligros que entraña un árbol de cierta envergadura en un jardín: «Una racha fuerte de viento podría desprender una rama de un árbol podrido o muerto que podría ocasionar un problema serio». De ahí la importancia de mantenerlos bien ‘aseados’, en especial árboles como «el eucalipto, porque es muy crujiente y son muy sensibles al viento. La gente los deja crecer muy alto y es peligroso, nosotros reducimos la altura para evitar que una rama alta se quiebre y caiga».

Mihail cuenta que nunca olvidará el mayor reto al que se enfrentó en su trayectoria profesional: «Era un pino enorme en Deià, su altura equivalía a varias plantas de un edificio y además no había acceso para grúa. Me costó cinco días tumbarlo, había destrozado varias estructuras de la casa. Aunque estaba todo controlado fue un trabajo realmente duro y peligroso… Allá arriba estás solo tú y Dios, y si no lo haces como toca puedes tener un verdadero susto».