Jordi Merca: «La infancia es nuestra escuela»

Si recuerda a la Ruperta, bebió Mirinda y jugó al Tragabolas, Yo sobreviví a la EGB es su espectáculo de monólogos

Jordi Merca durante una actuación.

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La idealización de los recuerdos de infancia es inherente al ser humano, pero esa certeza se dispara con los que vivieron la EGB y disfrutaron de los ochenta en la primavera de sus vidas. La fiebre abarca la música, el cine, la televisión y los libros. Y es que los ‘cachorros de la Transición’ disfrutan evocando batallitas del pasado. Sus aquelarres costumbristas, siempre entre lo rural y lo cosmopolita, entre lo auténtico y el fast food, se reflejan en Yo sobreviví a la EGB. Este show con el que Jordi Merca lleva más de siete años recorriendo España, evoca las meriendas, la moda, los juegos del recreo, la tele, el videoclub, las clases, los coches, las revistas, los amigos, la música e incluso los tópicos que acompañaron el crecimiento, y lo hace desde una perspectiva amena, divertida y con ese punto de romanticismo que tiene la nostalgia. Cines Rívoli acoge este domingo (18.00) esta propuesta de la productora ¿Como esta Wally? Pero antes sometemos al humorista catalán a nuestro cuestionario. Un, dos, tres responda otra vez…

¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

—Cualquier tiempo pasado lo recuerdo mejor, que es lo bonito.

¿La infancia es la auténtica patria del hombre?

—Creo que la infancia es nuestra escuela, nos formó y nos hizo hombres y mujeres.

Para tocar un tema como la EGB y acertar en la diana del espectador, ¿hay que ser un poco Peter Pan?

—(Risas) Un poco no, hay que ser muy Peter Pan. Aunque no en todos los aspectos de la vida, creo que es necesario dejar que nos invada el espíritu del niño que llevamos dentro.

¿Cómo sobrevivió a la EGB?

—Ostras... pues aprendiendo y difrutando mucho. Cuando somos niños no nos quedamos con lo malo, solo queremos divertirnos.   

¿Cual es su doble lectura favorita del espectaculo?

—Que hacemos que la gente desconecta de la vida, que se olvide de sus problemas, y conecte con el niño que aún tenemos dentro.

¿La del pezón de Sabrina fue su mejor nochevieja?

—Pues posiblemente. Hoy la vida ha evolucionado y un pezón ya no es nada, lo hemos normalizado, pero en aquella época fue tremendo.

Mas allá de las vicisitudes de un chaval en la LOGSE, ¿qué otros bloques temáticos perfila su espectáculo?

—Hay el bloque en el que hablamos del cole, de la relación con nuestros profesores, compañeros y la chicas que te gustaban. Pero también hay bloques sobre la televisión y la música, en aquella época vivíamos enganchados a un walkman.   

¿Qué es lo más cachondo que tenía aquella época y en qué hemos mejorado?

—Lo más cachondo es que era imprescindible vivir el momento, no teníamos móvil para hacer una foto y verlo más tarde. Y hemos mejorado en la relación entre personas.   

¿La nostalgia vende?

—Dímelo a mí que llevo siete años y medio con el show.

¿Cómo definiría su sello humorístico?

—Humor sencillo, rápido, directo y algo que se lleva    mucho: humor comunicativo y participativo con el público.

¿Cuál es su banda sonora de la EGB?

—Los artistas que más sonaban en mi walkman y en la radio cassette del coche de mis padres eran Extremoduro, Héroes del Silencio, Mecano, Joaquín Sabina y Duncan Dhu.

En los ochenta, los chistes de Lepe, de mariquitas y de negros estaban a la orden del día, en algo sí hemos avanzado como sociedad…

—En algo hemos avanzado sí. Creo que los humoristas de hoy merecemos un pequeño premio porque hemos sabido adaptarnos a los nuevos tiempos haciendo chistes de ciertos colectivos sin caer en la ofensa. El humor no debe hacer daño a nadie.

Los chavales de entonces éramos brutos pero nobles y teníamos valores. ¿Con qué calificativo redondearía el retrato de la Generación X?

—Éramos gente directa, del momento, que hacíamos las cosas sin pensar en lo que pensarían de nosotros. Éramos auténticos.

Si le doy un Delorean, ¿a dónde se teletransportaría?

—No sé si al futuro o al pasado... Quizá al pasado porque el futuro acabará llegando. Me gustaría viajar a mi infancia para ver al chaval que fui con cinco o siete años.

Aunque Netflix nos brinda mil contenidos al alcance de un click, ir con tu padre al videoclub era un ritual insuperable…

—Era un ritual que traía muchas peleas (risas). Guardo un grato recuerdo de los viernes por la tarde, cuando íbamos a buscar las películas para todo el fin de semana, era un momento bonito que ahora no tenemos.